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Entrevista con Nicholas Mirzoeff: Visualidad, contravisualidad e imagen digital

26.07.2013

En Una introducción a la cultura visual (2000), Nicholas Mirzoeff estudió la visualidad y la imagen digital diseminada a través de los medios globales. A partir de la frase “sólo el héroe toma como verdad lo que ve”, cuestiona los métodos historiográficos desde las formas de ver y señala una transformación en la cultura visual que fue posible gracias a acontecimientos como la aparición del cine y la televisión, el desarrollo de la imagen digital e Internet.

Once años más tarde, en El derecho a mirar: una historia de la contravisualidad (2011), acuñó el concepto de contravisualidad para hacer referencia a los medios democráticos, como Internet, y a las formas de ver que no son dominadas por terceros.

Código platicó con el teórico para profundizar sobre sus propuestas en torno a la (contra)visualidad en la era de la imagen global.

A más de 10 años de la publicación de tu libro Una introducción a la cultura visual, Internet ha adquirido mayor importancia y se ha convertido en el medio democrático por excelencia. Hoy en día existe una sobrepoblación de imágenes que nos permiten ser testigos de fenómenos globales desde lo local. ¿Cuáles son los cambios que observas en la visualidad con respecto a los primeros años del siglo XXI?

La pregunta aborda dos fenómenos interesantes. En primer lugar está la “cultura visual”, entendida como la gama completa de las imágenes visuales, desde las Bellas Artes hasta Internet. En segundo, la visualidad, que surgió como una táctica militar y más tarde se convirtió en una forma de poder para validar su autoridad. En la vida cotidiana es común para nosotros escuchar a un policía decir frente a un acontecimiento: “No te detengas, no hay nada que ver aquí”.  Por supuesto que hay algo que ver, ellos lo saben y nosotros también. La pregunta es ¿quién tiene derecho a mirar? Cuando exigimos libertad para “ver” cómo está organizado el terreno de lo social creamos una forma de “contravisualidad”

El primer cambio que yo observo en la visualidad es que la gente de todo el mundo –desde Egipto y Brasil hasta Nueva York, con el movimiento de Occupy Walls Street–, ha comenzado a reclamar su derecho a mirar y crear “contravisualidades”. En la actualidad existe una crisis de visualización y una crisis de autoridad que están directamente relacionadas: si los Estados y los gobernantes buscan recuperar la autoridad entonces tendrán que crear una nueva forma de visualizar.

Plataformas como Google Earth o Google Maps han transformado nuestra experiencia con el mundo, así como nuestra forma de verlo. La visión que ambas nos ofrecen me recuerda la distinción de lo virtual desde la percepción–en el arte neoclásico, por ejemplo- y la participación –con la imagen digital– que enuncias en el capítulo de “La antigüedad virtual a la zona pixel”. ¿Cómo definirías la experiencia (virtual y real) que ofrecen este tipo de imágenes en 3D?

Las imágenes en 3D han sido menos revolucionarias de lo que se esperaba. Esto ha sido en gran parte por la experiencia pasiva de las audiencias. Estamos obligados a desenfocar los ojos y ver lo que los directores de cine, por ejemplo, consideran importante. Uno de los placeres más importantes para el espectador cinematográfico, aunque diferentes teorías apuntan lo contrario, era la posibilidad que tenían de mirar alrededor de la imagen, a un punto de su elección. El 3D aún no permite eso.

La imagen digital y la supresión del encuadre posibilitada por la experiencia con la realidad virtual pone en crisis los roles marcados a través de la historia del arte. La ambigüedad en nociones como artista o espectador puede amenazar la tradición artística y difuminar fronteras clave. En este sentido, ¿cómo está asumiendo el arte este cambio de paradigma?

La Historia del Arte está en permanente crisis. Sus fundamentos están basados en conceptos eurocéntricos y en su relación cada vez más estrecha con el mercado del arte. Mi interés está enfocado en la práctica artística social y en la difuminación de sus propias fronteras frente al activismo político. De hecho, la gente ha comenzado a describir mi trabajo como una práctica social y artística. Yo lo considero un cumplido. La elaboración de conceptos y su promulgación es, después de todo, el centro de la práctica crítica y es igual de importante que el trabajo artístico. Si los diseñadores industriales y de moda estuvieran interesados en la creación de estudios sin jerarquías, que fueran capaces de ofrecer servicios gratuitos o de cambiar su modo de relación con el capital, entonces podrían ser parte de los nuevos movimientos.  Existen varios ejemplos: mi colega Natalie Jeremijenko, el grupo de trabajo artístico de Occupy Wall Street o Leónidas Martín –en Barcelona­–, que están llevando a cabo acciones para cambiar las dinámicas del arte, desde su producción hasta su consumo.

¿Cómo visualizas la cultura visual en las próximas décadas, tomando en cuenta la posibilidad que las tecnologías actuales ofrecen (pienso en las controversiales y cada vez más atractivas impresoras 3d) de “imprimir” o hacer real aquello que sólo pertenecía al terreno de lo virtual, y cuáles podrían ser sus repercusiones en el terreno de lo social?

No veo ningún tipo de software o de tecnología capaz de realizar transformaciones en el terreno de lo social. Las tecnologías pueden hacer cambios cuando la gente encuentra nuevas formas de utilizarlas, pero usualmente eso está dirigido por sus creadores. Así, Facebook se convirtió en un medio para movilizar la revolución en Egipto, aunque su verdadero objetivo siempre ha sido ofrecer redes sociales a los anunciantes. Lo que tenemos que hacer es aprender a contravisualizar los desastres como el cambio climático. También tenemos que aprender a pensar en cómo aspectos como la justicia y la paz pueden encontrar nuevas aplicaciones. ¿Cómo podemos incrementar la prosperidad sin aumentar las emisiones de carbono?, ¿qué clase de mundo social nos imaginamos? ¿Es necesario el acceso a Internet todo el día, todos los días? Tal vez se podría apagar diez horas al día para ahorrar energía y diversificar la forma en que gastamos nuestro tiempo. ¿Podemos, en resumen, imaginar un futuro que no sea más capitalista?


Nicholas Mirzoeff es profesor de Medios, Cultura y Comunicación en la Universidad de Nueva York. Estudió Historia Moderna en la Universidad de Oxford y un doctorado en Historia e Historia del Arte en la Universidad de Warwick. Durante más de 20 años ha estudiado la cultura visual contemporánea y sus transformaciones. Es autor de libros como Una introducción a la cultura visual (2000), El lector de la cultura visual (2002), Observando a Babilonia: La guerra en Irak y la cultura visual global (2005) y El derecho a mirar: una historia de la contravisualidad (2011), entre otros.

www.nicholasmirzoeff.com


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[25 de julio de 2013]

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