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Petrit Halilaj, ABETARE (2017). © Andrea Avezzù. Cortesía de la 57º Bienal de Venecia.
Pauline Curnier Jardin, Grotta Profunda, Approfundita (2011-2017). © Andrea Avezzù. Cortesía de la 57º Bienal de Venecia.
Petrit Halilaj, Do you realise there is a rainbow even if it’s night!? (2017). © Italo Rondinella. Cortesía de la 57º Bienal de Venecia.
Wendelien van Oldenborgh, Cinema Olanda. © Francesco Galli. Cortesía de la 57º Bienal de Venecia.

Viva Arte Viva. La 57º Bienal de Venecia

13.06.2017

Violeta Janeiro Alfageme

La Bienal de Arte de Venecia es uno de esos eventos históricos que se vienen celebrando desde finales del siglo XIX y que apenas ha mudado su estructura a lo largo de los años. Debe ser entendida como una celebración que se articula alrededor de un proyecto curatorial en sus dos sedes principales: El Padiglione Italia en Giardini y en el Arsenale, en torno a las cuales se extiende todo un elenco de pabellones nacionales, que en contenido y forma representan a su país. A todo esto se le suman los eventos colaterales, con exposiciones y pabellones repartidos por toda la isla, no siempre fáciles de encontrar, propiciando que uno se pierda por el entramado laberíntico de las calles de Venecia.

Cada dos años, la Fundación La Biennale escoge a un director artístico para orquestar una muestra que funcione como hilo conductor entre sus dos sedes. Lo podemos decir en masculino porque desde 1895 tan sólo cuatro mujeres han curado la Bienal. Lo más agravante es que hemos tenido que esperar hasta el 2005 para romper la veda, con las españolas María de Corral y Rosa Martínez. La francesa Christine Macel ha sido la cuarta mujer en curarla. Si nos ponemos rigurosos con los datos, cabe mencionar que en el 2003 Catherine David formó parte del grupo de curadores al que invitó Francesco Bonami para la 50º Bienal. Macel es Curadora en Jefe en el Centro Pompidou de París y ya contaba con experiencia en el contexto de la Bienal. En el 2007 curó el pabellón belga con un proyecto de Eric Duyckaerts, y en el 2011 curó Ravel en el Pabellón francés, una exposición individual de Anri Sala con la que cosechó éxitos del público y de la crítica. Anri Sala es uno de los artistas seleccionados por Macel en la 57º edición de la Bienal.

Viva Arte Viva es el título de la 57º Bienal de Arte, y nace de un juego de palabras que nos recuerda la poesía viva del artista brasileño Paolo Bruscky, presente en esta Bienal. Con este título, Macel trata de transmitirnos que asistimos a un proyecto que, según explica, no busca complacer un discurso curatorial impuesto a los artistas.

Macel ha organizado la muestra en nueve transpabellones, que se suceden como capítulos de un libro. Está el Pabellón de los artistas y libros, el Pabellón de los goces y miedos, de lo compartido, de la tierra, de las tradiciones, de los chamanes, el dionisíaco, el de los colores y, por último, el Pabellón del tiempo y la eternidad. Lo que más sorprende de esta categorización es lo alejada que resulta de las urgencias y crisis sociopolíticas en las que nos encontramos. Las intenciones de Macel han redundado en una Bienal despolitizada, donde las obras de arte se acumulan como en un gabinete de curiosidades, atendiendo a criterios ontológicos que ya creíamos superados y que, inoportunamente, restan fuerza al proyecto artístico de los participantes. Las intenciones de la curadora se han diluido en un contexto plano de intenciones laxas, donde el ritmo es atropellado y el impacto de las obras se pierde en el marco que las contiene. Es cierto que en la rueda de prensa Macel decía haber curado la exposición con los artistas, pero salta a la vista uno de los aspectos fundamentales del curador: su carácter performativo en la formación y negociación de un contexto que favorezca la relación de las obras con su realidad circundante. Si a esto le sumamos la vinculación de la Bienal con el mercado del arte, nos encontramos con un proyecto condicionado por las exigencias intrínsecas de un arte comercial. La Bienal, que en los años cuarenta, cincuenta y sesenta disponía de su propia oficina comercial para dar salida a las obras de arte que ahí se exponían, ha dejado el paso a galeristas, coleccionistas y otros inversores privados que financian las cada vez más ambiciosas producciones artísticas que se presentan.

En Arsenale y en el Pabellón Italia en los Giardini, destacan, entre otros, los proyectos de García Uriburu (Argentina), cuya obra se preocupa desde sus inicios por el desastre medioambiental. Uriburu participó, sin ser invitado, en la Bienal del 68, tiñendo de verde las aguas del canal de Venecia. Macel ha vuelto a traerlo a Venecia, esta vez de manera oficial con su proyecto de denuncia. Por otro lado, el colombiano Marcos Ávila Forero, con su filme Atrato (2014), nos lleva al conflicto armado de su país, con un proyecto que revierte las connotaciones negativas de las circunstancias. Pauline Curnier Jardin (Francia, 1980), a través de su instalación Grotta Profunda, Approfundita (2011-2017), nos devuelve la esperanza en esta Bienal, con un proyecto que explora las ficciones de los orígenes de la humanidad desde una estética que mezcla el surrealismo onírico con el expresionismo camp.

Un jurado influyente, integrado por Manuel J. Borja-Villel (España), Francesca Alfano Miglietti (Italia), Amy Cheng (Taiwán), Ntone Edjabe (Camerún), Mark Godfrey (Gran Bretaña), ha sido el encargado de repartir los famosos premios de la Bienal en forma de León de San Marcos. Una forma más de «marketear» el acontecimiento en la Bienal, pero no por ello desafortunado en el reparto de honores. Franz Erhard Walther (Alemania, 1939) recibió el León de oro al mejor artista de la exposición Viva Arte Viva por una obra que revela la relación lingüística y física del espectador con la materia. Este artista, por edad y trayectoria, bien podría haber recibido el León de oro a la carrera artística, que este año quedó en manos de Carolee Schneemann (Estados Unidos, 1939), quien lleva décadas reflexionando sobre la representación de la sexualidad y el género. Hassan Kahn (Reino Unido, 1975), como si de una competición se tratase, se llevaría el León de plata gracias Composition for a Public Park (2013-2017), instalación sonora que requiere ser recorrida. Dos artistas más tuvieron la mención especial del jurado: el estadounidense Charles Atlas, quien ha expandido los límites de la creación en video durante más de cuatro décadas, y el jovencísimo artista kosovo Petrit Halilaj, cuya obra refiere su experiencia como refugiado durante el conflicto armado en Kosovo. El León de oro a la mejor participación nacional cayó en manos de Alemania, por el performance de la artista Anne Imhof, Fausto. Éste es uno de los proyectos más visitados de la Bienal, que si bien responde inteligentemente a la arquitectura del pabellón, el carácter en extremo producido de la obra, tanto en contenido como en forma, con poses de anuncio publicitario que invocan una estética del totalitarismo, plantean cierta reticencia a esta premiación. Por otro lado, Chyntia Marcelle obtuvo una mención especial del jurado. Marcelle resolvió brillantemente con su instalación las dificultades que ofrece la arquitectura del Pabellón de Brasil.

Algunas impresiones de las representaciones nacionales en esta 57º Bienal se resumen en varios proyectos que menciono a continuación. España y Holanda con Jordi Colomer y Wendelien van Oldenborgh, respectivamente, coinciden en un movimiento liderado por mujeres que da respuesta a las tensiones contemporáneas. Jordi Colomer crea un pabellón nómada, imaginando una sociedad errante, en continuo movimiento, como forma de emancipación. Oldenborgh, por su parte, crea Cinema Olanda, articulando un juego de pantallas que siguen el ritmo de la arquitectura del pabellón diseñado por Gerrit Rietveld, para mostrarnos una serie de películas de carga ideológica sobre el pasado colonial holandés. Suiza organiza una muestra colectiva titulada Las mujeres de Venecia, para exponer esculturas de mujeres vinculadas con Alberto Giacometti, uno de los más célebres artistas suizos que por motivos políticos nunca quiso representar a su país. Es una forma de reivindicar el flujo de influencias entre colaboradores y nuevas generaciones que han sobrevivido al escultor. Francia presenta Estudio Venezia de Xavier Veilhan. Curado por Christian Marclay y Lionel Bovier, Veilhan convierte el pabellón en una experiencia impredecible en manos de los músicos invitados que lo utilizarán como estudio de música, cuya estética se inspira en Kurt Schwitters. Muy interesante también el trabajo de Juan Javier Salazar en el Pabellón de Perú, aunque desavenencias curatoriales no le hicieran justicia a su trabajo. México, por su parte, acertó con el merecido proyecto de Carlos Amorales, curado por Pablo León de La Barra, donde articula un nuevo lenguaje visual.

No quiero cerrar este artículo sin mencionar la reflexión que hizo Roxana Azimi, corresponsal de Le Monde en África, puntualizando cómo los pabellones africanos, en concreto Nigeria (primeriza en la Bienal, aunque el anterior curador de la misma fue el nigeriano Okwui Enwezor), Túnez, Egipto y Sudáfrica, llevan la reflexión artística a las problemáticas contemporáneas como la migración, la esclavitud, el racismo y la misoginia.

Fuera de la Bienal, es indispensable visitar el Pabellón del primer Estado global, el Estado NSK. Se trata de una iniciativa del colectivo Neue Slowenische Kunst, quienes proclaman un Estado sin límites ni fronteras. El pabellón se formaliza con una inteligente instalación del artista Ahmet Ögüt. Por último, es importante mencionar la apertura de la fundación V-A-C, del ruso Leonid Mikhelson, que abre con una muestra colectiva que pone en diálogo algunas piezas claves de la época Soviet con artistas contemporáneos. Destaca la instalación del artista de origen holando-ruandés Christian Nyampeta, con una obra procesual que se construye con el tiempo, fruto del diálogo y el intercambio, y el performance participativo del mexicano Pablo Helguera y el ruso Yevgeniy Fiks, que resuelve en una serie de tests la distancia entre nuestra ideología y la troskista. Una buena manera de terminar nuestro recorrido por Venecia es visitando la exposición de Philip Guston en la Academia, un clásico imperdible para los amantes de la pintura.

Violeta Janeiro Alfageme (Vigo, España, 1982) es curadora e investigadora. Su trabajo se desarrolla en relación con prácticas de arte colaborativo, políticas del conocimiento y las alternativas en la producción, recepción y canalización del arte.

[13 de junio de 2017]

Violeta Janeiro Alfageme

Es curadora e investigadora. Su trabajo se desarrolla en relación con prácticas de arte colaborativo, políticas del conocimiento y las alternativas en la producción, recepción y canalización del arte.

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