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Reseña: Thomas Hirschhorn. La energía del fuego

24.06.2014

La crítica de arte Claire Bishop emplea el término direct curatorial para referirse a la obra de artistas cuya lógica de trabajo es similar a la lógica curatorial. Es decir, que su producción tiene como objetivo poner algo en circulación, mantener ideas, ideales y teorías vivas. El proyecto más reciente de Thomas Hirschhorn (Berna, 1957) para el Palais de Tokyo, Flamme éternelle (Llama eterna, 2014), puede agruparse dentro de esta categoría.

Concebido por el artista suizo como una escultura “dedicada a aquello que está activo y no se detiene jamás: el pensamiento” —según el statement publicado por la página web del proyecto—, Flamme éternelle ocupa una de las enormes salas del recinto parisino donde una serie de escritores, filósofos y poetas comparten su trabajo con el público visitante. Hirschhorn estuvo presente durante los 52 días de vida del proyecto, conviviendo con los visitantes y asistiendo a los invitados. A diferencia de algunos de sus trabajos anteriores (Por ejemplo: Gramsci Monument, llevado a cabo en el Bronx durante el verano pasado), en esta ocasión el artista ha prescindido de una programación definida. La comodidad que brinda un calendario fijo desaparece en aras de un frenético ritmo de producción en el que no queda lugar para la certeza, sobre todo respecto a los posibles resultados.

En un área delimitada por muros construidos por llantas —uno de los materiales preferidos por el artista—, los visitantes de Flamme éternelle se enfrentan con diferentes espacios a manera de ágoras, donde sillones y sillas han sido homologados por una distintiva capa de cinta canela: una biblioteca en constante crecimiento, una mediateca, un bar y un número de pancartas con diferentes eslóganes, tomados de citas de filósofos y de leyendas leídas en las calles, completan la instalación. Entre los múltiples elementos una llama arde dentro de la sala. Reminiscentes de culturas antiguas, las llamas eternas forman una tradición cuyo objetivo es conmemorar eventos, ideas o personas. El carácter conmemorativo es sintomático de una relación con el pasado y de algo que no ha quedado atrás. En contraste, la llama eterna de Hirschhorn evoca siempre el presente y lo que está en constante construcción.

Con ecos de la escultura social de Joseph Beuys, esta obra busca confrontar al espectador con la realidad actual a partir de cuatro ejes o “líneas de conducta”: presencia, producción, gratuidad y no-programación. La presencia del propio Hirschhorn y de los asistentes es fundamental para la construcción de la obra; las ideas ahí discutidas son el objeto que, en realidad, nunca está terminado. Cada discusión y cada nueva idea, así como las colaboraciones y los diálogos, avivan el fuego.

Energy= Yes! Quality= No! ha sido el lema del  artista durante gran parte de su trayectoria. La energía es todo lo que cuenta. El trabajo de Hirschhorn se distingue, por lo tanto, por ser simple y económico (a  nivel material). Además, la energía del equipo de trabajo que participa en el proyecto también queda manifiesta en una publicación diaria (del tipo de un fanzine) que reúne textos de los escritores, poetas y filósofos invitados, así como recortes de revistas, periódicos, pasajes fotocopiados de libros, dibujos y breves reflexiones o ensayos del propio Hirschhorn. El material se puede descargar desde la página del proyecto, creando una audiencia aún más amplia que no se agota en los visitantes del Palais de Tokyo. En este punto cabe señalar que la escritura ha jugado un papel importante en el cuerpo de obra del artista suizo, como un elemento para “construir un cuerpo crítico”.

Si bien la producción de Hirschhorn siempre ha buscado confrontarnos con la realidad, con el tiempo y con el mundo en el que vivimos, en Flamme éternelle la intención se logra, además, a través de la convivencia y el diálogo, no sólo entre individuos sino también entre el arte y otras disciplinas. La instalación no es una celebración cultural, es una obra que mantiene en circulación e incentiva el pensamiento crítico, pero que también toma posición. De acuerdo con el artista, tener una idea, tener un pensamiento, tener un plan, tener una misión, es tener una cosa que quemar, que compartir, es tener combustible, es crear combustible. Es necesario alimentar la “llama eterna” con ese combustible.


Fabiola Iza es curadora y editora. Estudió Arte en la Universidad del Claustro de Sor Juana y trabajó como curadora en Casa del Lago. Actualmente desarrolla proyectos independientes y cursa la maestría en Teoría del Arte Contemporáneo en la Universidad de Goldsmiths, en Londres.


[24 de junio de 2014]

 

 

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