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Carlos Motta, We Who Feel Differently (Nosotros que sentimos diferente2012). Cortesía de Galeria Filomena Soares, Lisboa; Instituto de Visión, Bogotá; Mor. Charpentier Galerie, Paris
Suzanne Lacy, Between the Door and the Street (2013). © Suzanne Lacy

Opinión: por un SITAC más justo

09.03.2015

Iván Ruiz

No bastó un minuto de silencio. No bastó un juego bilingüe de palabras. No bastó el hecho de haber cerrado los ojos, relajado los brazos y escuchado un relato más perspicaz sobre la identidad y la desaparición forzada de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa. No fue suficiente que una de las periodistas más arriesgadas de este país, Lydia Cacho, dictara una conferencia magistral sobre la justicia en un auditorio que con dificultad pudo conectar su testimonio performático con las sofisticadas disquisiciones que circulan en la teoría del arte contemporáneo. Todo esto no fue suficiente.

Sin embargo, integrar a personas ajenas al ámbito artístico con especialistas en la materia, e impulsar residencias cortas de artistas invitados que culminaron en talleres realizados en espacios dentro y fuera de la ciudad de México, hacen pensar que la doceava edición del Simposio Internacional de Teoría sobre Arte Contemporáneo (SITAC) cumplió con la función descrita por su directora invitada, Carin Kuoni: “trazar el camino hacia la creación de sociedades más justas”.

Las palabras de esta destacada curadora, quien actualmente dirige el Vera List Center for Art and Politics, de The New School en Nueva York, son precisas en su dimensión política: no hay en su llamado una pretensión utópica de transformación de la vida a través del arte, sino una reconfiguración de los discursos en donde la justicia se ve afectada por diferentes agentes que violentan los tres grandes sectores convocados en el sitac: la educación, la alimentación y el género.

A pesar de que el planteamiento del SITAC reflexionó alrededor de las problemáticas del presente y demandó a las prácticas artísticas y a sus actores hacerse cargo de él —dando continuidad a la labor que emprendió en la edición pasada cuando solicitó “estar los unos con los otros”— se produjo un desajuste durante el proceso de reconfiguración.

Rancière menciona que la política “consiste en reconfigurar el reparto de lo sensible que define lo común de la comunidad, en introducir sujetos y objetos nuevos, en volver visible aquello que no lo era y hacer que sean entendidos como hablantes aquellos que no eran percibidos más que como animales ruidosos” (El malestar en la estética). Y el SITAC logró ese cometido, en buena medida gracias a la realización de los estudios en Oaxaca, Morelos y la ciudad de México; el perfil interdisciplinario de los participantes de las mesas redondas; y la inserción de actores clave que, desde ámbitos marginales y por ello mismo de escasa visibilidad, han desarrollado proyectos notables sobre la desigualdad, la pobreza y la injusticia, como Jaime Martínez Luna y Lina Solano.

Pero esta labor arriesgada y hasta cierto punto experimental, que para Rancière constituiría un trabajo de creación de disensos, fue sometida —quizá de manera involuntaria— a una puesta en escena: la elección simbólica de apertura (el video Momentos de silencio, de los artistas suecos Bigert & Bergström), el minuto de silencio solicitado por los pocos asistentes durante la inauguración, el testimonio de Cacho, la retransmisión de algunos ponentes en la pantalla gigante, la atmósfera lúgubre del auditorio, la mostración escolar de los resultados de los talleres, los prolongados silencios después de las charlas, las escasas intervenciones provocativas (como la mesa en la que participó Mariana Botey)… El SITAC se desarrolló con un cuidado escenográfico y una parsimonia visual que distan del entorno ardiente de injusticia y desigualdad sobre el que orientó su mirada.

 Si, como afirma el PAC, “el arte contemporáneo es el reflejo vivo de nuestro tiempo y nuestras problemáticas”, esta edición del SITAC fue una flama políticamente correcta dentro del ardor que está abrasando a este país, porque generó un debate, en ocasiones sedante, entre unos visibles (selectos) con otros invisibles (también selectos). Quizás un gesto fuera de lo habitual —como garantizar en un simposio dedicado a la justicia el libre ingreso hasta cubrir el aforo— hubiera revitalizado el debate y dado la oportunidad a tantos otros de enunciar lo común.

 


Iván Ruiz es investigador de arte contemporáneo en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es ensayista y curador independiente. Realiza una investigación sobre los desplazamientos de la ficción en las prácticas documentales fotográficas y cinematográficas.

 


[09 de marzo de 2015]

Iván Ruiz

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