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Opinión: Y cuando despertó, la Secretaría de Cultura estaba allí

10.09.2015

Siguiendo esa tradición no escrita en materia de política e imagen presidencial, en el informe del primero de septiembre se anunció la creación de una Secretaría de Cultura. Así, sin decir “agua va”. Aplausos y sigamos.

La Secretaría podría ser lo mejor o lo peor en acción pública de la cultura. ¿Cómo hacer un justo balance de las implicaciones que tendría cuando lo que se sabe de la iniciativa es más bien poco? Apenas el martes 8 de septiembre fueron llevados a la Cámara de Diputados los términos generales de la propuesta, y un día después los involucrados de manera directa en el asunto –ese resbaladizo conjunto denominado profesionales del arte y la cultura– nos enteramos que la nueva instancia se hará sobre la base del Conaculta, lo cual era de esperarse dada la historia del Consejo que en principio se planteó como una figura transitoria en aras de dar pie a la secretaría correspondiente. La moneda ya entró a territorio del Congreso. Lo único posible en este momento es especular sobre los probables escenarios, en caso de que la iniciativa no sea desechada o mandada a la congeladora.

Visto desde la legislación vigente, la Secretaría dotaría de un marco estable al sector, ya que ni su presupuesto, programa u operatividad estarían sujetos a una instancia intermedia (la SEP), cuyo aparato burocrático es excesivo, inercial y centralista. No obstante, esta aparente ventaja suscita otras preguntas: qué significa este cambio en un momento en que se plantea que el presupuesto destinado para cultura será de 12 mil 999 millones 808 mil 156 pesos, sobre una fórmula de base cero.

A diferencia de los resquemores de muchos que temen que la Secretaría suponga un engrose de la burocracia, lo que podría anticiparse es lo opuesto: contracción y/o desaparición de áreas, programas y plantillas. La ambigüedad de la figura legal del Conaculta, en contraposición a las leyes orgánicas fundamento del INAH e INBA, dio lugar a organismos con objetivos similares que resultaban contrapuestos. ¿Qué pasará ahora que ambos institutos ocuparán un rango administrativo de menor jerarquía? ¿Qué criterios se utilizarán para decidir las iniciativas que se conservan y las que no? ¿Cómo se asignarán los recursos al interior?

Tampoco queda claro qué pasará con fondos, fideicomisos y otros instrumentos de financiamiento, coproducción o estímulos que actualmente operan, en particular aquellos depositados sobre la SEP. ¿Se transfieren, “entran a revisión” o se eliminan?

Pero la pregunta más importante es: ¿tienen nuestras autoridades la capacidad para llevar a cabo tal reorganización? Nuestros legisladores no son necesariamente hábiles en la materia, y sus asesores operan discrecionalmente. Según las declaraciones de Tovar y de Teresa las prioridades en materia cultural son “los grandes proyectos y los compromisos internacionales», una política bastante pobre y por completo ajena a las realidades culturales del país. ¿Qué supondrá romper con el heredado binomio vasconcelista que condicionó no sólo en términos administrativos sino conceptuales la acción cultural del Estado y su compromiso con una democratización de la cultura –que no democracia cultural?

Retomo la frase del inicio: la Secretaría puede ser lo peor o lo mejor que nos puede pasar. Si aún queda suficiente capacidad e inteligencia en artistas, gestores y todos aquellos profesionales del sector cultural para demandar una participación real en la configuración, política y andamiaje de esta nueva instancia pública, lo mejor sería aprovechar la coyuntura para romper con viejas inercias. Sin embargo, lo peor sería constatar que muchos de los problemas de la cultura en México son resultado de una administración errónea y una política cultural frágil, pero también de la acción de un sector apático, desvinculado, sin una ética clara, cómodamente instalado en la queja pero replicando aquello que critica. La moneda está en juego. ¿A qué se le apuesta?

 

 


Brenda Caro Cocotle es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas y maestra en Museos. Es doctoranda del programa Estudios en Museos de la Universidad de Leicester. Es responsable del Centro de Información en el Museo Universitario del Chopo.

 

 

 

 

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