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Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería
Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería
Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería
Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería
Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería

Reseña: XYLAÑYNU. Taller de los viernes. ¿Por qué ahora?

02.03.2016

Lo peor de los pobres es que no pueden dar dinero.
Ramón Gómez de la Serna.

En este mundo hay cosas que nunca deberían de transmutarse en otra. Un ejemplo: es mejor mantener la calidad de una venerable zahúrda que intentar transformarla en una partida de damas chinas, en un sentimiento nostálgico por nuestro primer faje a la intemperie, en una cámara de senadores o en una escuela activa. De manera similar, el llamado Taller de los viernes nunca debió, por su propia esencia y carácter, adoptar el formato de una exposición. ¿Por qué o para qué hacerlo ahora —veinticuatro años después de haber celebrado su última sesión? ¿Por qué meterse semejante autogol cuando el partido ya estaba controlado y en tiempo de compensación? Es difícil imaginar una respuesta válida. Pero uno debe otorgar el beneficio de la duda y, lejos de descalificar esta iniciativa por su contradictorio origen, abrir bien los ojos en el espacio de exhibición, tallárselos una y otra vez e incluso una vez más. Esperar unos segundos y, al recuperar la visión, entonces sí… comprobar.

XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Cortesía de kurimanzutto

XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Cortesía de kurimanzutto

 

Disculpen este inicio intempestivo. Ni siquiera he mencionado de qué se trata el Taller de los viernes. Y aunque algunos lo consideren un hito en la historia del arte contemporáneo mexicano, sería un error pensar que una breve descripción sale sobrando en esta reseña. El Taller de los viernes fue un espacio lúdico y de trabajo colectivo, de intercambio de ideas e información, de experimentación y convivencia en el que, bajo la batuta del anfitrión y mentor, Gabriel Orozco (Xalapa, 1962), coincidieron Abraham Cruzvillegas (Ciudad de México, 1968), Damián Ortega (Ciudad de México, 1967), Dr. Lakra (Ciudad de México, 1972), y Gabriel Kuri (Ciudad de México, 1970). Sí, algunos viernes entre 1987 y 1992, estos cinco individuos y nadie más generaron uno de esos sanos lugares de libertad donde, entre juego y juego, la pandilla de cuates sentó las bases de su quehacer artístico y de su entendimiento o posicionamiento dentro del sistema del arte. Sin necesidad de un manifiesto, ni de establecerse formalmente como un colectivo o de proclamarse como un espacio alternativo en donde sucedieran actividades públicas, este taller fue un detonador de ideas y cuestionamientos en torno a diversos dilemas, estrategias e inquietudes sobre el arte contemporáneo internacional de aquellos años, como la producción de obras para un contexto específico, el infinito paradigma del readymade y el objeto encontrado, la condición del registro de acciones efímeras a través de la fotografía, entre muchos otros. Nada nocivo en ello e incluso envidiable ¿Quién no hubiera querido tener una experiencia así?

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Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería

 

Ahora bien, la pregunta obligada es: ¿Cómo traducir aquella significativa y polifacética vivencia en una exhibición? ¿De qué manera plantearla si, en suma, quien la produce y alberga es la galería que representa a estos cinco artistas? Aquella que el propio Gabriel Orozco ideara y pusiera en marcha en colaboración con Mónica Manzutto y José Kuri en 1999 y que, desde hace varios años, es considerada la más importante de América Latina? El primer paso visible consistió en invitar a Guillermo Santamarina como curador de la exposición: una figura clave en la escena artística mexicana desde finales de la década de los ochenta, que involucró a una buena parte de los integrantes del taller en algunos de sus primeros eventos y exposiciones. La justificación es clara, pero el problema de la traducción o trasmutación no se resuelve con la varita mágica de un reconocido curador. Y para muestra la presente exposición, cuyo principal rasgo es la pobreza en el sentido más amplio del término. Aquello que Santamarina y los cinco fantásticos decidieron hacer fue una muestra que incluyera algunos de sus trabajos recientes –la gran mayoría realizados entre el 2013 y 2016- para emplazarlos en el espacio de la galería. ¿Bajo qué criterio, hilo conductor, búsqueda específica o, simplemente, bajo qué tipo de impulso vesánico se efectuó la selección?

Aparentemente, los espectadores no fuimos dignos interlocutores porque no hay nada que lo deje al menos entrever. Sí, en la exposición hay piezas buenas, regulares y terribles, pero eso es algo que carece de importancia en este contexto. Aquello que es sintomático y en verdad preocupante es que los involucrados, con toda su experiencia, su fama internacional, su éxito comercial, su sensibilidad y talento, su ingenio, sentido del humor y demás atributos, hayan optado por seguir el camino de una exposición colectiva totalmente convencional, carente de personalidad o de algo realmente específico para la ocasión. ¿Dónde quedaron la experimentación, el juego o la improvisación de aquel mítico taller? ¿Dónde quedaron la lúcida creatividad y el desenfado del curador en turno? ¿Qué elementos o situaciones particulares entraron en juego en el proceso de concepción y montaje de la muestra que respondieran al gran reto de llevar esa experiencia lúdica-pedagógica a otro campo de batalla (el espacio de exposición)?

Más allá de inventar la palabra que titula a la muestra, ¿qué otros ejercicios se realizaron para indagar en los meandros de lo colectivo en tanto plataforma cognitiva, política o inventiva? ¿En verdad era necesaria la presencia de un curador? Nada por aquí, nada por allá. Ni emoción, ni enfrentamiento… El sombrero del mago está, en efecto, vacío. Pero los aplausos y el festejo continúan. El optimista lema de “¡Sí se puede!” se ha cambiado, de pronto, por el triunfalista “¡Si se pudo!, ¡sí se pudo!”

En su denso texto, por momentos brillante y por párrafos enteros insufrible debido a su redacción e innecesario barroquismo, Guillermo Santamarina entreteje una suerte de relación entre el trabajo de estos artistas y el personaje principal de la emblemática película Pickpocket (1959) del cineasta francés Robert Bresson. Como es sabido, el carterista interpretado magistralmente por Martin LaSalle, es un tipo extraño y solitario que no roba para obtener beneficios monetarios sino por el placer, la excitación y la destreza que requiere su oficio: despojar al prójimo de un objeto preciado sin que éste se percate de ello. Todo un arte. Asimismo, de manera abrupta, el curador incorpora a Michel Focault y su Discurso y verdad en la antigua Grecia para hablarnos del término «parresía» que significa decir todo, hablar libremente y expresarse con la obligación de decir la verdad.

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Varios artistas, XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Vista de instalación en kurimanzutto. Cortesía de la galería

 

En el mundo antiguo, la «parresía» era el núcleo de la relación entre el lenguaje y la política. Y en ambas citas está presente un claro dilema de carácter ético: ¿Por qué o qué relación tiene esa referencia con la displicente exposición o con lo que el público puede ver, sentir o intuir? Lo que sí queda claro es que la propuesta —ofrecida como una revisión— es pobre, triste e irrelevante hasta la médula. Cada uno de los artistas del Taller de los viernes parece haber seguido al pie de la letra lo que Damián Ortega escribiera en el cómic titulado El pájaro, publicado en el catálogo que acompañó a la exposición de Gabriel Orozco en el Museo de Arte Contemporáneo de los Ángeles y en el Museo Rufino Tamayo en el año 2000: «Las constantes en un artista determinan su estilo. El artista que reconoce sus propios métodos se convierte generalmente en una víctima de su propio estilo, se autoplagia y se repite para satisfacer las convenciones de lo que se espera de él. Influido, claro está, por las reglas del mercado».

La cita con la que inicia esta reseña es una greguería, un tipo particular de aforismo inventado por Gómez de la Serna y utilizado por Santamarina en su texto curatorial. Lo invito a completar la siguiente greguería:

El riesgo del juego de jugar a que se está jugando es…

Un hecho: ningún carterista se tomaría la molestia de acercarse a XYLAÑYNU. Otro: la trasmutación del taller al espacio de exposición fue un gesto torpe y caprichoso de reafirmación que, a pesar de cocinarse durante años, resultó un olímpico tiro por la culata. Un buscapiés que se cebó aun antes de lanzarlo por los aires.

 

 


XYLAÑYNU. Taller de los viernes. Del 6 de febrero al 17 de marzo. kurimanzutto, Ciudad de México.


Víctor Palacios es curador e historiador del arte por la Universidad Iberoamericana. Ha sido curador del Museo de Arte Carrillo Gil y el Museo de Arte Moderno. Ha colaborado para publicaciones como Caín, La Tempestad y Art Nexus. Es Jefe de Artes Visuales de la Casa del Lago Juan José Arreola.

 

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