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Flor Garduño, Mathias Goeritz con la vía láctea (1984). ©Flor Garduño. Cortesía de la autora
Mathias Goeritz, Cruz de oro, Cuatro mensajes en uno (1973)
Mathias goERITZ, Torres de Ciudad Satélite (ca. 1972)
Mathias Goeritz, Torres cónicas (ca. 1963)
Mathias Goeritz, Estrellas explosivas. Detalle. (ca. 1974). Cortesía de Lily Kassner
Mathias Goeritz, Formas negras divididas por una línea roja (1982). Colección Ana Saura
Mathias Goeritz, La serpiente de El Eco. Variante. (Sin fecha).
Mathias Goeritz, Serpiente de El Eco (Ca. 1952-1953).
Mathias Goeritz, Sin título (1965). ©Édgar Espinoza

Reseña: Mathias Goeritz. El retorno de la serpiente

25.06.2015

Víctor Alcérreca

Para visitar la exposición dedicada a un provocador se recomienda iniciar con la calumnia firmada por sus detractores. En la primera vitrina con documentos de El Retorno de la Serpiente. Mathias Goeritz y la Invención de la Arquitectura Emocional se encuentra un recorte de periódico amarillento —el color de la bilis— que lleva por título: «Siqueiros, Rivera y alumnos de San Carlos derrotan a los malinchistas», donde se lee que, cuando Goeritz fue nombrado muséografo de la UNAM, los artistas mexicanos “descubrieron que es de origen teutón, recién venido a México procedente de la España de Franco, [de] donde se “fusiló” las pinturas de las cavernas. […] Que llegó directamente a Guadalajara importado por un grupo de arquitectos «popoff ». «maximilianistas».”

No es una simple anécdota. Bajo la curaduría de Francisco Reyes Palma, la lectura de las cerca de 500 piezas traídas de medio centenar de colecciones de todo el mundo adquiere sentido a partir de estas confrontaciones con las vanguardias, así como de las amistades y complicidades con otros artistas, como Yves Klein, Alexander Calder, Lucio Fontana, Joan Miró o Germán Cueto. No hay provocador sin entorno.

La muestra que nació en el Museo Reina Sofía y ahora llega al Palacio de Iturbide, puede disfrutarse como un cuerpo de obra llena de ímpetu creativo, sentido y trascendencia, pero al mismo tiempo como una exhibición no exenta de contradicciones y repleta de ese espíritu lúdico que tanta falta le hizo a los tiranos del arte mexicano que enfrentaron a Goeritz.

El Retorno de la Serpiente es admirable a pesar de la museografía, que se empeña en hacer sus propios homenajes, aunque torpemente. El dorado metafísico y artesanal de los Mensajes se convierte en pintura de aceite para respaldar a las esculturas y, en el peor de los casos, es usado para decorar los marcos para pantallas de video. Si el discurso curatorial es inteligente, la museografía, protagónica, reduce la hoja de oro a ese “decorativismo vacío y teatral” contra el que el propio Goeritz (Danzig, Alemania, 1915 – México DF, 1990) se manifestó en 1954.

El recorrido por la obra de este artista, académico, crítico y catalizador cultural del siglo XX mexicano, puede traer al presente el manifiesto del hartista de 1960 para enfrentar al arte contemporáneo declarándose harto “de toda la pornografía caótica del individualismo, de la gloria del día, de la moda del momento, de la vanidad y de la ambición, del bluff y de la broma artística”. A 100 años de su nacimiento, el agitador Goeritz ha rejuvenecido una vez más, curiosamente, después de haber llegado de España.

 


Palacio de Iturbide de la Fundación Cultural Banamex, ciudad de México. Del 28 de mayo al 28 de septiembre

 


[25 de junio de 2015]

 

Víctor Alcérreca

Es arquitecto y maestro en Cultura Urbana por la Universidad Politécnica de Cataluña, además de desempeñarse como profesor en la Universidad Iberoamericana y en CENTRO de Diseño, Cine y Televisión. Es miembro de la fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán.

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