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Julio Le Parc, Shpères rouge (1001-12). © Laura Morales
Julio Le Parc, Continuel lumière cylindre (1962)
Julio Le Parc, La Longue Marche (1974)
Julio Le Parc, La Longue Marche (1974)
Julio Le Parc, sin título (2013)

Reseña: Julio Le Parc: Forma en acción

14.03.2017

Edwin Heathcote

Los artistas siempre han intentado crear la ilusión de movimiento en el arte, desde las primeras pinturas rupestres y el vorticismo, hasta las expresiones «whoosh» en los cómics. Y algunos, incluso, cruzaron la línea e incorporaron movimiento real en sus obras escultóricas. Esa línea, la frontera entre el Op Art y el arte cinético, encontró su más completa expresión en América Latina. Influidos por los modernistas europeos László Moholy-Nagy, Josef Albers, Max Bill y, más tarde, Victor Vasarely y Bridget Rile, fueron Carlos Cruz-Diez, Jesús Rafael Soto, Lygia Pape y Julio Le Parc los que mejor reconocieron el potencial del arte para confundir y entretener a los sentidos, con superficies que parecían cobrar vida y enfocarse y desenfocarse.

Cruz-Diez, con sus intervenciones a escala urbana, se ha convertido en el más grande, pero Le Parc, a pesar de ser el menos conocido, ha creado la obra más diversa, intrigante y entretenida de entre ellos. El alcance (casi) completo de su trabajo está exhibido en el Pérez Art Museum (pamm) de Miami como parte de Julio Le Parc: Form into Action, una muestra vigorizante, a momentos fascinante y, por lo general, sorprendente. Máquinas whirr y buzz, esferas retumbando alrededor de tablas envueltas en vidrio, y luces estroboscópicas parpadeando para iluminar patrones vibrantes que se proyectan sobre los pisos, las paredes y los techos, transformándose a sí mismas en otros patrones complejos y relucientes, teñidos de geometría y con un orden desintegrado.

Nacido en 1928 en Argentina, Le Parc, ahora con 88 años, ha vivido en París desde 1958, donde Soto y Cruz-Diez vivían en aquél momento. Su producción era prodigiosa: pinturas, instalaciones ligeras, máquinas, objetos colgantes de pexiglás y chucherías entrelazadas. Es conocido su deleite, casi infantil, por los patrones brillantes que se absorben a través de su obra y por la fabricación de objetos curiosos, a menudo mecanismos simples y útiles para crear algo complejo. No hay ironía aquí, sólo la dicha por crear efectos. Las salas oscuras en el pamm giran alrededor de la psicodelia de 1960: proyecciones de luz fumadas, que se podrían haber visto en el escenario de un concierto de Pink Floyd, y salas de espejos que marean ligeramente.

Los medios casi siempre son básicos: cintas de acero inoxidable, dobladas y arrugadas para reflejar remolinos de luz; campos de pequeños espejos suspendidos que, en conjunto, crean un techo ondulado; o cientos de rectángulos de plexiglás formando una esfera roja gigante, siempre viva, siempre sutilmente cambiante.

La obra gráfica de Le Parc, por su parte, hace algo similar. Las formas se transforman lentamente a través del lienzo y vuelven a su estado original; formas geométricas diseñadas para evocar nubes que se arremolinan o escenas de pinturas clásicas. Y todo culmina con una pintura épica, envolvente, La Longue Marche (1974), cuyas cintas de color se tuercen y serpentean para crear un panorama característico de 1970.

Si Le Parc estuvo presente en el comienzo de diferentes movimientos del arte (arte cinético, op art, light art, arte pop, etc.), su contribución más clara es, quizás, involucrar al público. Las obras aquí no son los preciosos objetos de una galería, sino máquinas alegres de una sala de juegos. Hay botones para apretar y especificaciones distorsionadas para seguir, camas para acostarse y poder apreciar los patrones de luz en el techo, así como mosaicos torcidos en el suelo que desorientan. El arte inmersivo puede ser una idea común hoy en día, pero no lo era a mediados de 1960 cuando Le Parc estaba en su momento más experimental.

Si hay una crítica a esta exposición es que una versión despolitizada de la contribución de Le Parc. Su trabajo incluye más obras abiertamente críticas, como la ausente Knock Down the Myths (1969), por ejemplo, una instalación con pelotas que pueden ser lanzadas contra las siluetas de policías antidisturbios, como si se tratara de una cabina de tiro. Su insistencia en la relación física con las obras sigue siendo radical, aunque los visitantes del pamm parecían cautelosos de tocar cualquier cosa, quizá por la costumbre a las reglas habituales de un museo. Además, algunas de las obras que debieron haber sido accesibles, fueron acordonadas.

Le Parc creía —y todavía cree— que la distancia entre el arte y el público necesita ser desechada. Su interés no radica en la autenticidad del objeto, sino en el valor del encuentro. Los trozos de espejos y los mecanismos aquí son casi nuevos, están remplazando versiones anteriores que perdieron su brillo y reflejo.

«El contexto del arte ha cambiado», me dijo en Londres durante su exposición individual en la Serpentine Gallery en 2014. «El arte solía cumplir un rol diferente. Ahora, su valor es visto en términos de mercado. Deberíamos considerar otras formas de valor». Colorida, ruidosa, irreverente, sorprendente. Esta es una exposición que afirma la vida, combina el valor con algo aun más raro en el arte contemporáneo: la diversión.

Traducción del inglés de Andrea García Cuevas.
Este texto fue originalmente publicado en el portal web de Finacial Times.

Edwin Heathcote es arquitecto y crítico de diseño y arquitectura. Es fundador y director del estudio Izé. Colabora en medios como Dezeen y Finalcial Times. Es autor de Cinema Builders (2001) y editor de Furniture and Architecture (2002).

[14 de marzo de 2017]

Edwin Heathcote

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