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Inflato Dumpster (2014). Vista interior. ©Jackie Caradonio. Cortesía de John Locke
Inflato Dumpster (2014). Tomado de kickstarter.com
Inflato Dumpster (2014). Tomado de kickstarter.com

Reseña: Inflato Dumpster, de John Locke

12.02.2015

Guillermo García Pérez

Hay una especie de desamparo en intervenciones urbanas como la del arquitecto John Locke realizada, en colaboración con Joaquín Reyes, en la calle 109 y la avenida Ámsterdam de Manhattan. Y es que Inflato Dumpster —una membrana inflable de polietileno, un plástico “barato y biodegradable”, instalada sobre un contenedor de basura— refuerza una tendencia contemporánea de la disciplina: un espacio o un artefacto urbano inutilizado (lo que aquí equivale a mal utilizado) que, después de pasar por la intelligentsia del diseño, reactiva por una suerte de gracia el entorno en el que se coloca (el propio Locke ejemplifica esta transformación con un diagrama que muestra el “ciclo de vida” del Inflato Dumpster: incluso cuando el artefacto es retirado, cuando “muere”, sus huellas —lo que llama Inflato post-effect: un intranet vecinal o un teatro al aire libre—, son duraderas, como si se tratara del vehículo de la conciencia comunitaria).

A pesar de estar animado por una buena intención, tal proceso puede estar peligrosamente emparentado con la lógica de la gentrificación que tanto daña, precisamente, las dinámicas comunitarias. Caminamos por terrenos empantanados, y en ellos nuestro desamparo se agudiza: el paraguas que el urbanismo estatal quiso representar para las ciudades del siglo XX está irremediablemente estropeado —no es casualidad que el proyecto del arquitecto norteamericano esté financiado mediante micromecenazgo.

¿Qué pueden los poco más de 50 metros cuadrados del Inflato Dumpster —pobremente distribuidos en una superficie angosta, especialmente inservibles para los principales objetivos del proyecto: impartir talleres, proyectar filmes u organizar conciertos— frente al torbellino de privatización y mercantilización que Locke, fundador del Department of Urban Betterment, reconoce y al que pretende ejercer aunque sea un mínimo contrapeso? Acaso su principal virtud sea en realidad externa: la singularidad del objeto, su forma que “yuxtapone pesadez y ligereza”, su posibilidad de aparecer, incluso interferir, con la dinámica de un lugar (en resumen, una presencia extraña que reúna a la comunidad, incluso sin propósito específico, y no un burdo receptáculo). Pero para esos fines también resulta insuficiente.

 

 


Guillermo García Pérez es coeditor de La Tempestad y Folio., así como miembro del proyecto Ave-Nada. Ha colaborado en distintos medios impresos, como Icónica, revista de la Cineteca Nacional.


Este texto fue publicado en Código 85 — Economías para un mundo posible, ahora en circulación.


[12 de febrero de 2015]

 

Guillermo García Pérez

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