Reseña: Ashes, de Steve McQueen
Un hombre cae de una lancha. Vuelve a subir y sonríe; sin embargo, cuando lo vemos caer ya sabemos que está muerto porque dos voces, que hablan un inglés muy cerrado —tanto que Steve McQueen imprimió un póster con la transcripción de los diálogos—, nos han narrado cómo encontró un paquete de drogas y murió asesinado por quienes buscaban el bulto extraviado. ¿El personaje se llama Ashes (cenizas) como referencia al imaginario cristiano o es un apodo? Lo real ha sido durante unos minutos ese cuerpo al Sol, ese hombre seguro de su apostura coqueteándole a la cámara con una isla caribeña de fondo.
Ashes, presentada en la Thomas Dane Gallery a finales del año pasado, es una muestra del interés de McQueen por abordar el cuerpo como un espacio de fragilidad. En su trabajo con la imagen en movimiento Ashes, el mismo McQueen, Michael Fassbender, Lupita Nyong’o, grupos de actores (¿o ejecutantes?) anónimos, representan el momento en que la figura humana se enfrenta al devenir implacable del mundo (la muerte, la violencia, la historia). Para Ashes, en particular, el encontronazo es el instante en que un tesoro no buscado, aunque anhelado, se convierte en su maldición. Y donde él, un negro o mulato, de algún modo hace de bisagra, desde el presente, para las historias de pillaje, esclavismo y azúcar donde las Antillas se engranaron en el discurrir americano.
Hay una segunda pieza, Broken Column, también de 2014, conformada por dos columnas truncadas, una de 2.10 m y una de 50 cm de alto; la segunda es una miniatura de la primera. Están hechas de granito negro de Zimbabue. A pesar de su rigor, de su totalidad, el nombre del país africano provoca. Se antoja vincular ambos trabajos con el video, como hizo Adrian Searle en su crítica para The Guardian: «McQueen [ve su escultura] como una especie de monumento portable dedicado a las vidas perdidas y desperdiciadas: pensaba en las muertes prematuras y evitables ocasionadas por drogas, balaceras, suicidios y el sida». La explicación no se sustenta en la configuración de la escultura. En cambio, el desgarrón duplicado de las columnas es sugerente: no hay objeto creado por el hombre que no sufra, si se quiere dilatadamente, el destino de su cuerpo.
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Thomas Dane Gallery, Londres. Del 14 de octubre al 15 de noviembre de 2014
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[5 de febrero de 2015]
Abel Muñoz Hénonin
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