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Ori Sivan, Armonia, 2016.
Ori Sivan, Armonia, 2016.
Ori Sivan, Armonia, 2016.

Reseña: Armonía. La música como lingua franca

29.01.2018

Andrés Arce

En pocas ciudades es tan clara la convivencia entre el pasado y el presente como en Jerusalén. Por las estrechas calles de la ciudad vieja caminan jóvenes distraídos con su celular; algunos hombres llevan en el tranvía los ramos de palma para celebrar la fiesta de Sucot; un sistema de cámaras vigila los alrededores del Muro de los Lamentos. El legado de una historia milenaria se respira en cada rincón de la ciudad. No es de extrañarse que un lugar así inspirara a un cineasta a realizar una reinterpretación contemporánea de una historia tan antigua como el Génesis. Armonía, la película más reciente del director israelí Ori Sivan, retoma el ancestral relato de los orígenes del pueblo judío y lo transforma en una provocadora cinta que refleja las tensiones que hoy en día se viven en su país.

Armonía trata sobre la historia de Abraham, un director de orquesta y su esposa, Sara, que toca el harpa en la orquesta que dirige su marido. La primera escena nos muestra la prueba de una chica nueva para entrar a la orquesta. Apenas lleva unos segundos tocando cuando, gracias a una llamada de atención de Abraham, sabemos el nombre de la chica: Agar. Por si quedara alguna duda de la intertextualidad de la historia, aparece poco después una cita del Génesis. A partir de aquí es posible que la historia sea conocida para muchos, aunque Ori Sivan hace varios cambios que, tratándose de una historia bíblica, resultan sumamente controversiales.

Abraham y Sara llevan ya mucho tiempo deseando tener un hijo, pero Sara sufre de abortos espontáneos. Agar, que no se lleva bien con Abraham, se vuelve amiga íntima de Sara desde su entrada a la orquesta. Esta amistad se transforma rápidamente en una fuerte tensión sexual que ambas perciben pero ante la cual ninguna quiere actuar. Cuando Sara vuelve a perder a su bebé, Agar le propone un trato extraño: ella se embarazará y tendrá al hijo de Abraham, pero Sara lo criará como su madre. Cuando Sara le confiesa que no sabe si ella es tan «moderna», Agar le responde que se hacía en la antiguedad y que, al no poder consumar su romance de otra forma, siente que es lo mínimo que puede hacer por ella.

Ori Sivan, Armonia, 2016.

Poco después vemos a un adolescente tocando el piano con virtuosismo. Se trata de Ben, el hijo de Abraham y Agar, que ha crecido creyendo que Sara es su madre. La relación con sus padres es difícil: decepcionó a su padre al no ser violinista y con su madre pelea constantemente. Esta relación empeora cuando se entera de que, por alguna especie de milagro médico, su madre está de nuevo embarazada. Y esta vez el bebé nace sin problemas.

Desde su nacimiento, Isaac recibe un trato preferente por parte de sus padres. Sara no puede evitar amarlo más por ser su hijo biológico; Abraham le regala a los tres años su primer violín. Ben, que de por sí se sentía extraño y no deseado, comienza a sentirse completamente desplazado. Esto toma un curso diferente cuando conoce a una mujer de la orquesta que toca el corno y que es inusualmente amable con él. Se trata, claro, de Agar, a quien Abraham ha ido a buscar al barrio árabe para tratar de encontrar una forma de aliviar la situación en su casa. Eventualmente Ben se entera de quién es su verdadera madre, le dice a Sara que ya no quiere ser su hijo y cambia su nombre de Ben (que en hebreo significa hijo) a Ismail.

Ori Sivan, Armonia, 2016.

Según la tradición, el pueblo judío desciende de Isaac, mientras que el pueblo árabe desciende de Ismail. En la historia del Génesis, Agar e Ismail son expulsados de la casa de Abraham, pues Sara no quiere que el hijo de Agar compita con su propio hijo por la herencia paterna. Aunque Yahvé le dice al patriarca que su alianza será con Isaac, tampoco se olvida por completo de Ismail. Cuando éste está a punto de desfallecer en el desierto, Yahvé clama a su madre «¡Arriba!, levanta al chico y tenle de la mano, porque he de convertirle en una gran nación.» (Gen, 21:18). Algo similar ocurre en la película. Si bien Ben no es expulsado explicítamente de la casa, el desplazamiento que sufre desde el nacimiento de su hermano, los conflictos con su madre y el evidente rechazo de ésta hacia él lo empujan a abandonar el hogar. Y aunque su hermano menor es el hijo predilecto y el precoz violinista que su padre siempre deseó, Ben, convertido en Ismail, llega por su propio camino a ser un genial músico.

Queda claro que Armonía va mucho más allá de ser una nueva adaptación de una historia bíblica. Si tomamos en cuenta el simbolismo de Isaac y de Ismail en el contexto actual de Israel, resulta evidente que el filme toca temas políticos y sociales de extrema relevancia actual. La convivencia entre los dos pueblos descendientes de Abraham, que oscila entre el conflicto y, en ciertas ocasiones, el diálogo, queda metaforizada en la historia de una familia de músicos en Jerusalén. También se trata tangencialmente el tema de la homosexualidad, que se ha vuelto cada vez más espinoso en un país donde conviven amplios grupos de religiosos ultraconservadores con una de las comunidades LGBTTTI más activas del mundo. El hecho de que se sugiera el tema en una historia considerada sagrada por los ortodoxos resulta especialmente provocador.

 

Ori Sivan, Armonia, 2016.

La película de Sivan es compleja. No sólo por el trato simultáneo de tan diversos y complejos temas, sino también por su riqueza estética. Además de ser adaptación de una historia bíblica es, evidentemente, una película sobre música. Las secuencias se acompañan de obras de Tchaikovsky y el casi olvidado François-Adrien Boïeldieu, y los instrumentos son a menudo utilizados para expresar emociones de forma más directa que las palabras. La propuesta de la música como posible lingua franca entre dos culturas a la vez emparentadas y enemistadas que recuerda a la célebre orquesta que dirige Daniel Barenboim o a la película La visita de la banda, también israelí encuentra en Armonía un enfoque interesante y bien ejecutado. La cinematografía también es destacable, tanto así que le hizo merecer el premio Van Leer para mejor cinematografía en el festival de Jerusalén.

Quizás la idea de ver una película sobre una historia del Antiguo Testamento en el cine pueda resultar poco atractiva para muchos. Pero, como escribí en los párrafos anteriores, Armonía va mucho más allá. Es una obra que, con excelente narrativa visual, toca distintos temas sumamente sensibles y actuales: las relaciones familiares, las relaciones de poder en la pareja y el trabajo, la homosexualidad, el conflicto palestino/israelí, el poder catártico y comunicativo de la música. Todo unido por el hilo narrativo de la búsqueda de armonía. También habría que recordar la relevancia cultural que, más allá de las convicciones religiosas personales, tiene el legado bíblico, especialmente en un lugar como Israel.

La película se exhibirá en México como parte del XV Festival Internacional de Cine Judío en México, cuya programación estará disponible en diversos cines de México hasta el 9 de febrero del presente año.

 

Andrés Arce estudió Filosofía en la Universidad Iberoamericana. Ha trabajado como asistente de investigación y ha publicado en algunas revistas universitarias.

Andrés Arce

Estudió Filosofía en la Universidad Iberoamericana. Ha trabajado como asistente de investigación y ha publicado en algunas revistas universitarias.

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