La colonia Camino Verde en Tijuana, Baja California, es una zona con altos índices de densidad poblacional, violencia, marginalidad y pobreza alimentaria. Se trata de un territorio donde el abandono gubernamental se traduce en ejercicios de autonomía social y (des)orden interno que tienen como resultado modelos de vida críticos. En este contexto se emplaza La Granja Transfronteriza (2011-a la fecha), un laboratorio enfocado a combatir la pobreza en la zona a través del arte, la ciencia, la educación y el trabajo.

En 2011 el colectivo multidisciplinario Torolab inició La Granja como un proyecto participativo basado en la teorías de la práctica social en las artes, desarrolladas por Ted Purves y Grant Kester, así como en la noción del “arte socialmente comprometido” del artista mexicano Pablo Helguera[1]. Su aplicación en Camino Verde se ideó como un proceso continuo dividido en cuatro etapas[2]: diagnóstico, productos, laboratorio e intervención urbana. Después de un proceso de diagnóstico, en 2012 el colectivo inauguró un laboratorio donde se llevan a cabo talleres educativos, eventos artísticos y programas de trabajo que permiten a la comunidad generar sus propios ingresos. El objetivo a mediano plazo es convertir el lugar en un espacio de investigación y desarrollo de conocimiento, capaz de aplicar acciones de impacto territorial.

Pero en proyectos como éste, ¿puede el arte ser una herramienta de transformación social? Para Torolab la respuesta es sí. La palabra clave en sus propuestas es la transdiciplina —o la “transfrontera”—, como una noción que rompe con los límites tradicionales de las disciplinas en aras del conocimiento. Así, su práctica se caracteriza por involucrar a profesionales de diferentes áreas, desde artistas, ingenieros, urbanistas, arquitectos, gastrónomos, escritores, etc., de acuerdo a las necesidades de cada intervención.

Generalmente asociado con el arte, Torolab es un grupo de creadores que ha sabido reconocer el potencial del arte y la creatividad para crear modelos de intercambios social, económico y cultural, dentro de terrenos específicos. Fundando en 1995 por el arquitecto y artista Raúl Cárdenas Osuna (Mazatlán, Sinaloa, 1969), Torolab está oficialmente integrado por Ana Martínez (arquitecta), Bernardo Gutiérrez (ingeniero mecánico), Enrique Jiménez (periodista y escritor), Shijune Takeda (músico) y Rodolfo Argote (arquitecto). Su sede se encuentra en Tijuana, donde han gestado proyectos que tienen como objetivo principal mejorar la calidad de vida de las personas.

En casi 20 años de trabajo, Torolab ha perseguido una ideología artística que trasciende el sistema tradicional e institucional del arte. Sus proyectos se han mostrado en galerías y museos de México, Estados Unidos y diferentes países de Europa, pero el valor simbólico o la experiencia estética que éstos puedan proyectar superan la cualidad matérica del arte. Para Cárdenas Osuna, el valor estético de su trabajo radica en “la curiosidad intelectual combinada con las emociones.” Estamos frente a la estética generada por el conocimiento.

Procesos artísticos, más que sólo obras de arte. El punto de partida son investigaciones que se convierten en ropa, mapas, sistemas de autoconstrucción, laboratorios experimentales y hasta puestos de comida. Todos han trazado una cartografía diferente de Tijuana y de la vida “transfronteriza”. En La región de los pantalones transfronterizos (2004-05), Torolab realizó un mapa del movimiento en la frontera entre Estados Unidos y México (Tijuana/San Diego) a través de dispositivos GPS colocados en la ropa de cinco personas que transitan constantemente entre ambos países. Los localizadores trazaron rutas transnacionales —basadas en la comunicación económica, familiar y laboral de los participantes— diferentes a las fronteras geopolíticas establecidas.

Por su parte, en Securitree (2004) se cuestionaron los alcances de los sistemas de vigilancia a través de un objeto escultórico compuesto por más de una decena de cámaras de vigilancia apuntando a diferentes direcciones. El nombre del proyecto hizo referencia a la visión omnipresente de los buitres, mientras que la investigación contempló una encuesta pública sobre la eficacia de estos sistemas en San Diego, considerada la ciudad más segura de Estados Unidos. La pregunta es: ¿el exceso de cámaras de vigilancia es producto de las relaciones generadas en la frontera con México?

Otro de los proyectos más recientes de Torolab es COMA (2014), un food truck que vincula el arte y la gastronomía para hacer frente a los problemas de nutrición que afectan a Tijuana. En los casi 20 años de trabajo en la frontera, el colectivo observó los cambios fisionómicos de los mexicanos y su relación cotidiana con los alimentos, mediados en gran parte por la alta oferta de comida china en la región. Así, en colaboración con el Chef Diego Becerra, COMA (Cooperativa Mexicana de Alimentos) diseñó la “picudita”, una alternativa de comida rápida que contiene todos los nutrientes faltantes de la dieta del mexicano. Localizado en el Blvd. Sánchez Taboada, el local ofrece cuatro versiones de la picudita: Lovecraft (pulpo enchilado), Bradbury (vegetariana), Clarke (pollo asado) y Asimov (carne asada).

Actualmente, el trabajo de Torolab con La Granja se presenta en la galería OMR de la ciudad de México.

+info: torolab.org/

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[1] Raúl Cárdenas Osuna, “El laboratorio de la granja tranfronteriza”, Letral (2011).
[2] El proyecto involucra la participación comunitaria (habitantes de la colonia Camino Verde, civil (Tijuana Innovadora), estatal (SEDESOL), universitaria (Facultad de Artes Visuales de la Universidad Rennes 2 de Francia), municipal (IMPLAN) y federal (Secretaría Adjunta de Políticas Sociales).

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[3 de octubre de 2014]