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Arte, teatro y psicología. Pedro Reyes en entrevista

02.01.2014

Con proyectos que articulan psicología, teatro, arte y antropología, Pedro Reyes ha definido una meta muy puntual: incidir en el contexto social y político mediante iniciativas artísticas.

En entrevista, nos habla sobre sus exhibiciones y piezas recientes: The People’s United Nations (pUN), un modelo que aborda las problemáticas de la ONU a partir de técnicas lúdicas, teatrales, terapéuticas y psicológicas y que se lleva a cabo en el Queens Museum de Nueva York hasta marzo de 2014; Sanatorium, una clínica itinerante que proporciona terapias breves e arte y psicología que se presentó en Whitechapel Gallery en 2013 y en dOCUMENTA(13) en 2012; y Disarm, un set de 50 instrumentos musicales creados con armas confiscadas en México en 2013.

¿Cómo surgió el proyecto Sanatorium? ¿Qué te motivó a involucrar psicología y arte?

Sanatorium es un proyecto que busca integrar procesos de curación que proceden de la psicología social, de la Gestalt, del Psicodrama, del teatro o de cuestiones de chamanismo, pero que a mí me interesa utilizar sin su especificidad antropológica.

Me interesa que uno tenga acceso a ellos, como en una receta replicable. Se trata de que los puedas practicar sin tener que ser un experto, porque la fuerza del trabajo del Sanatorium está compuesta, en su mayoría, por voluntarios. Está estructurado en juegos y dinámicas que duran de 30 a 45 minutos; es un formato muy ágil. Así, hay muchas terapias que tú puedes utilizar y que son conducidas o facilitadas sin expertos.

Son ideas de las que han hablado extensivamente, por ejemplo, Paulo Freire con La pedagogía del oprimido, Ivan Illich con sus ideas de convivencialidad o Jacob Levy Moreno con la terapia de grupo: un conjunto de extraños que se ayudan mutuamente en un encuentro muy íntimo. Tiene que ver con hacer que rinda frutos el capital humano desaprovechado, que podamos ayudarnos unos a otros sin que haya un intercambio económico. Las experiencias de unos pueden ser de utilidad a otros; por otra parte, ayudar a otra persona revela mucho sobre tus propias necesidades.

Desde tu práctica, ¿cuál consideras que es el rol del artista —si es que lo hay— en el escenario social?

Posiblemente no es un rol que esté definido todavía. Es un rol que hay que inventar todos los días.

El hecho de que las cosas no existan no significa que no puedan existir. Cualquier cosa que uno piense que debe existir —mientras sea físicamente plausible, moralmente correcta y le cause satisfacción— debe intentar crearse, ¿no?

La mayoría de los obstáculos son inhibiciones que han sido interiorizadas por la opresión social, pero hay ejercicios de teatro y de terapia que ayudan a superar ese miedo.

Yo creo que, ya sea por acción o por inacción, estamos transformando el mundo. Es un sitio lleno de oportunidades de transformación. Por eso me interesa, sobre todo, la noción de agencia e identificar esas oportunidades. Estoy totalmente convencido de que la mejor forma de cambiar el mundo es a través del arte, no me queda ninguna duda.

¿Crees que existe un miedo por generar este tipo de cambios?

Digamos que muchas veces se es escéptico o pesimista ante las capacidades de transformación, pero es como decía Chomsky: si tú no crees que el cambio es posible, no asumirás la responsabilidad de llevarlo a cabo. Uno nunca puede depositar la culpa en los demás. Todos somos el problema y todos somos la solución.

La crítica es una de las cosas más improductivas que existen porque es una gran elaboración de los motivos por los cuales algo no funciona, cuando la mente debería estar enfocada en cómo hacer que funcione.

A propósito del proyecto pUN (People’s United Nations), ¿el llevar un nombre lúdico no interfiere con la seriedad de las organizaciones con las que colabora, como la ONU?

En ese proyecto el elemento de juego es muy importante porque los temas que aborda son muy pesados —la radiación del Océano Pacifico o la violencia en México, por ejemplo. Son temas que parecen intratables o que deprimen con sólo pensarlos, pero si los planteas como un juego ocurren varias cosas:

En primer lugar, todo mundo es bienvenido. No necesitas ser un experto. Es importante que todo el mundo encuentre un espacio en el que no se vea excluido por no poseer conocimientos especializados. Es un espacio de democratización.

En segundo lugar, el juego ayuda a dar plasticidad, a materializar y a visualizar las ideas. Es muy importante evitar las abstracciones. Se pueden usar props o ejercicios de dramatización para expresar cuestiones complejas.

En tercer lugar, el juego diluye esa especie de resentimiento que es común al abordar estos temas. Si logras hacer un planteamiento juguetón, tu capacidad de negociación —es decir, el juego— permite que las cosas se desatoren.

Es muy importante tener un espacio de ensayo —como de práctica o de maniobras— en donde, mediante el juego, te preparas para tomar decisiones en la vida real.

Los juegos y el arte te preparan para la acción; por eso me interesa muchísimo el Teatro del Oprimido (TdO) de Augusto Boal, las técnicas de Antanas Mockus o el Psicodrama de Jacob Levy Moreno, porque ofrecen oportunidades de ensayo.

Lo que me interesa es que el espacio de exposición permita echar a perder sin que se acabe el mundo; con ello se toma confianza en el proceso de transformación social.

Con Disarm otorgas un nuevo sentido a las armas en el contexto actual de la violencia en México. ¿Cómo te acercas a este conflicto?

Una de mis mayores ilusiones es “despistolizar” a México. Un factor imprescindible para reducir la violencia es reducir también el número de armas, y es un esfuerzo con el que los ciudadanos podemos colaborar. A mí me encantaría que este proyecto viajara a otros estados para abrir, en conjunto con los gobiernos locales y el federal, estaciones a las que puedas llevar un arma de fuego; ahí mismo las destruirían y podrías participar en un taller para convertirla en un instrumento. Es una utopía, pero no es descabellada; resultaría relativamente fácil de implementar y podrían conformarse así orquestas escolares, grupos de rock o yo que sé.

La experiencia sonora es un elemento que comparten las armas y los instrumentos musicales. En el caso de las primeras existe también una detonación, pero genera miedo. ¿Qué piensas al respecto?

Sí, las armas ejercen miedo y son un factor de poder, pero la música tiene un efecto contrario. Es una experiencia compartida que resulta en la conquista de un espacio público.

Hay una estadística muy interesante: en la ciudad de Chihuahua, por ejemplo, durante la semana del Festival Cultural, el número de muertes se reduce dramáticamente. Es una muestra de las aplicaciones sociales del arte y demuestra que la promoción constante de festivales culturales en las comunidades más vulneradas por la violencia sería una buena estrategia de seguridad.

Se trata de intervenciones cuyos efectos pueden ser medidos de forma precisa; es el tipo de ejercicios de transformación en los que nos podemos involucrar los artistas.

www.blog.pedroreyes.net


[2 de enero de 2013]

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