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Juan José Díaz Infante, Torre Diamante (1992). ©Jorge L. vía Foursquare
Teodoro González de León, Torre Manacar (2013). Render
Colonnier y Asociados, Reforma 342
OMA, Oficinas Shenzhen (2013)
Norman Foster, Número 30 de la calle Mary Axe, en Londres (1997-2004)

Parque de bolsillo: Otro edificio de oficinas en Insurgentes

19.05.2015

Víctor Alcérreca

En las avenidas de la ciudad de México que, con mayor frecuencia, aparecen en las postales —como el Paseo de la Reforma o Insurgentes—, el espacio dedicado a las oficinas es protagónico. En un período relativamente corto de tiempo, particularmente la imagen de Insurgentes se ha transformado por el crecimiento de metros cuadrados de espacio de trabajo. Y podemos esperar más:

“Según diversos grupos de corretaje, la avenida tiene un potencial de 261 mil metros cuadrados de construcción, sólo superado por Polanco, con 294 mil, y por encima de Reforma, con 239 mil (…). Todos estos desarrollos aprovechan las ventajas que ofrece la avenida más larga de la ciudad de México. Una muy importante es su facilidad de acceso a través del Metrobús, de las Líneas 1 y 9 del Metro y su cercanía con las Líneas 3 y 7.” (Excélsior, 12 de diciembre de 2014)

Reduciéndolo a su diagrama esencial, un edificio de oficinas es un sistema sencillo: una dotación obligatoria de lugares de estacionamiento —incluso en una zona de la ciudad que cuenta con fácil acceso al transporte público…— sobre la que se construye un basamento con las actividades más públicas. Ahí es donde, en los casos más afortunados, se articula el espacio de la calle con sus habitantes. El resto de la masa construida son plantas libres, privadas y flexibles, alrededor de uno o varios núcleos de circulación y servicios, rodeados generalmente con una piel ligera y transparente. Esto es lo que construye el paisaje de la ciudad. Así ha estado definida la tipología e imagen de estos edificios por décadas, desde mediados del siglo XXI.

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En la ciudad de México, los edificios de oficinas son “dados por sentado”. Diseñados en su mayoría por consorcios más que por autores, se han convertido en una escenografía habitual. En la familia que nos ocupa, la de torres acristaladas, es común que su estructura quede oculta detrás de un rango muy controlado de tonalidades de cristal —azul, plata, gris, negro—, mientras los volúmenes son desfasados o recortados con gestos que pretenden marcar alguna diferencia. No obstante, vistos en conjunto parecen variaciones de un mismo diseño. De lejos, la masa parece una formación mineral.

A la generación más nueva de esta familia hay que añadir el anuncio de la certificación del edificio “sustentable”; lo que, en teoría, reconoce una construcción cuidadosa con el uso de materiales y que opera en condiciones eficientes de consumo de energía y producción de desechos. Los mismos prismas de cristal que muy pronto en su historia fueron criticados por su indiferencia hacia el clima y el contexto por su sobreexposición al sol, ahora reciben certificaciones con nombres de metales preciosos: plata, oro, platino. Paradojas que toca a los certificadores y a los expertos en aire acondicionado explicar.

“Yo senté las bases de la globalización de los edificios en México”, mencionó durante una entrevista, hace ya más de una década, Juan José Díaz Infante: arquitecto superado y Diseñador de Espacios y Sistemas (DIES), como se definía a sí mismo. Desde su —ahora abandonada— guarida de la calle Ámsterdam, el villano excéntrico de la arquitectura mexicana se refería a la torre de Citibank, sobre la avenida Reforma, como el arquetipo del modelo en México. Terminada en 1980, envuelve el espacio libre en “papel celofán”, reflejando el movimiento de la ciudad.

La declaración de Díaz Infante fue injusta. Casi veinte años antes del Citibank, Augusto H. Álvarez y Octavio Sánchez Álvarez había diseñado el edificio Jaysour (también conocido como el Banco de Cédulas Hipotecarias) en Avenida Paseo de la Reforma, esquina con Varsovia. Álvarez, el riguroso maestro de la modernidad mexicana con quien Díaz colaboró en varias ocasiones, ya había importado el prisma de oficinas a México con su usual refinamiento: “[uno] que saliera desde abajo, que no estuviera montado sobre columnas.”, mencionó Álvarez en una entrevista.

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Augusto H. Álvarez y Octavio Sánchez, Edificio Jaysour (1962)

Si bien las torres de celofán comparten paternidad con otros arquitectos, Díaz Infante es el autor de algunos de los especímenes más estridentes de la ciudad, como la Torre Diamante en el 1685 de Insurgentes, o el “homenaje a los pantalones charros de Jorge Negrete”, en el número 140. Hoy sus herederos formales ya forman un “estilo” dentro de la producción de espacios de oficinas. Sin esperar que todos los edificios de la ciudad deban diseñarse para ser postales, vale la pena preguntar: ¿cuál es su calidad?

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Juan José Díaz Infante, Torre Diamante (1992). ©Jorge L. vía Foursquare

En una familia de edificios en apariencia genérica, existen propuestas más sofisticadas. El equipo de Jean Michel Colonnier es responsable de algunas de ellas. Formado en uno de los corporativos internacionales de diseño arquitectónico más grandes del mundo, Colonnier funda una práctica independiente en México en 2005. El equipo es autor de proyectos como Insurgentes 1647 —un par de torres sobrias vestidas de una piel oscura y retícula elegante— y del edificio en Reforma 342: “un hito urbano. Hito, pero no capricho”, de acuerdo con la descripción expresada por el despacho. “[Inspirados] en el estilo del Ángel, así como en el plumaje de sus alas, desarrollamos una doble piel que envuelve el columen de las oficinas como aislante térmico.” Una referencia cursi que, sin embargo, propone una variante para el escenario urbano.

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Colonnier y Asociados, Reforma 342

Más allá de la vieja carrera por el récord de altura, ¿qué proyectos en el mundo han profundizado o sacudido la investigación sobre las torres de oficinas? Dos referencias nos pueden dar un contexto. The Gherkin, de Norman Foster, (en el número 30 de St. Mary Axe, en el corazón financiero de Londres) ya cumple doce años de haber sido construido. La doble piel y los túneles que le rodean provocan que el aire caliente sea extraído por medios pasivos, lo que también sirve para calentar el espacio durante el invierno. Forma y función; expresión y técnica son, como en muchos de los diseños de Foster, una unidad indivisible.

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Norman Foster, Número 30 de la calle Mary Axe, en Londres (1997-2004)

OMA, la oficina fundada por el maestro en cuestionar todas las tipologías, lleva al límite el esquema de torre y basamento con un movimiento —tan irónico como contundente— en la Bolsa de Shenzen. El esqueleto del edificio, expuesto y racional, revela la tectónica de la torre y define su presencia “misteriosa y hermosa”, según una descripción exenta de falsa humildad de la firma de Rem Koolhaas.

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OMA, Oficinas Shenzhen (2013)

De regreso a la Avenida de los Insurgentes, y guardando las proporciones, me pregunto: ¿coincide el boom inmobiliario con la etapa de renovación del prisma acristalado a la mexicana? Si entendemos que los mayores recursos tecnológicos en la construcción no son necesariamente acompañados por una especulación del lenguaje formal, opino que estamos, quizá, en una etapa postclásica. Los atrevimientos, el riesgo en la programación de estas edificaciones o en su relación con la calle y con el espacio colectivo no son significativos ni comparables con la producción en metros cuadrados. En general, el esqueleto estructural y funcional del edificio de oficinas se mantiene detrás de nuevos tipos de papel celofán y variaciones sobre sus pliegues.

Entre las obras en proceso de Insurgentes, al cruce con el Eje 8 José María Rico, hay una que con razones justificadas causa expectativas. Teodoro González de León diseñó una torre de 140 metros en el predio que antes ocupó el sobrio conjunto del Cine Mancar. La torre es, en más de un sentido, hermana de la Torre Virreyes que está a punto de ser concluida junto al Bosque de Chapultepec —una pirámide truncada, envuelta en cristal y parte luces, sólo que en esta segunda versión es puesta de cabeza. De esta obra podemos esperar otro hito, por simple peso y masa. ¿Podemos esperar algo más? Sin adelantar juicios sobre un proyecto del que solo conocemos el render, atestiguaremos en esa esquina de la avenida si acaso girar una maqueta es lo mismo que darle a las ideas otra vuelta de tuerca.

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Teodoro González de León, Torre Manacar (2013)

 

 

 

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Victor Alcérreca es arquitecto. Maestro en Cultura Urbana por la Universidad Politécnica de Cataluña, es profesor en la Universidad Iberoamericana y en CENTRO de Diseño, Cine y Televisión. Es miembro de la fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán. “Parque de bolsillo” es el nombre de su columna en www.revistacodigo.com.


[19 de mayo de 2015]

Víctor Alcérreca

Es arquitecto y maestro en Cultura Urbana por la Universidad Politécnica de Cataluña, además de desempeñarse como profesor en la Universidad Iberoamericana y en CENTRO de Diseño, Cine y Televisión. Es miembro de la fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán.

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