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Ambrosi |Etchegaray, Museografía exterior (2016). Papalote Museo del Niño. © Jaime Navarro
Ambrosi |Etchegaray, Museografía exterior (2016). Papalote Museo del Niño. © Jaime Navarro
Ambrosi |Etchegaray, Museografía exterior (2016). Papalote Museo del Niño. © Jaime Navarro
Ambrosi |Etchegaray, Museografía exterior (2016). Papalote Museo del Niño. © Jaime Navarro
Ambrosi |Etchegaray, Museografía exterior (2016). Papalote Museo del Niño. © Jaime Navarro
Ambrosi |Etchegaray, Museografía exterior (2016). Papalote Museo del Niño. © Jaime Navarro
Ambrosi | Etchegaray, Grupos escolares (2016). Papalote Museo del Niño. © Rafael Gamo
Ambrosi | Etchegaray, Grupos escolares (2016). Papalote Museo del Niño. © Rafael Gamo
Ambrosi | Etchegaray, Grupos escolares (2016). Papalote Museo del Niño. © Rafael Gamo
Ambrosi | Etchegaray, Grupos escolares (2016). Papalote Museo del Niño. © Rafael Gamo

Intervención al Papalote Museo del Niño, de Ambrosi | Etchegaray

17.11.2016

En 1993 la firma del arquitecto mexicano Ricardo Legorreta inauguró la primera sede del Papalote Museo del Niño. La geometría como imagen y estructura, así como los volúmenes definidos por la forma y el color, caracterizaron una arquitectura pensada para los niños. 23 años después, el espacio atravesó una renovación que respeta y dialoga con el edificio existente, al tiempo que juega con el trazo a partir de desniveles que no sólo buscan detonar otras experiencias con el sitio, sino que también intervienen de cierta forma los procesos de conocimiento con los que está comprometido el museo.

La intervención, recientemente inaugurada, corrió a cargo de Jorge Ambrosi y Gabriela Etchegaray (Ambrosi | Etchegaray), que platicaron con Código sobre los detalles del proyecto. Su propuesta respondió a la necesidad de expandir los espacios museográficos, sin dañar o limitar las áreas verdes, con una serie de soluciones arquitectónicas muy sutiles que se adoptan al museo original de forma orgánica y que logran generar una continuidad entre el interior y el exterior. En primera instancia, el resultado es la expansión de un espacio libre dentro de otro público, que es el museo en su sentido más básico.

Se trata de “un espacio para el público”, de acuerdo con los arquitectos, “con la condicionante de que está al interior del museo, la intervención corresponde a las áreas exteriores que ya existían. La propuesta de crecer los m2 de museografía, sin reducir las áreas exteriores, es un acierto de la directora del Papalote. Nuestro trabajo fue fortalecer esa idea, diluir las fronteras que marcaban el interior con el exterior y convertir todo el museo en prácticamente un único espacio de exposición”.

Como toda arquitectura, los museos también se definen y (re)construyen con el desplazamiento y la experiencia de habitar de sus usuarios. En el caso de los espacios museográficos, los retos y posibilidades pueden ser límites o posibilidades, como sucedió con la renovación del Papalote: “Los espacios museísticos se caracterizan por sus exhibiciones —especialmente en espacios interiores—, que generan atmósferas temporales o permanentes, según sea el caso. Probablemente, los retos están en la experiencia que tiene cada usuario dentro del museo, tanto los visitantes como quienes lo operan. Al momento de realizar un espacio para exposiciones al exterior, las posibilidades pueden ser infinitas. Aquí, el paisaje queda sujeto a la evolución natural en relación con el aprendizaje y cuidado de los niños”.

Así, la intervención se dividió en dos secciones: 1)museografía exterior, que consiste en una expansión de las salas de exhibición interiores, tomando en cuenta las características del entorno, y 2) grupos escolares, concebida como una zona menor para la contemplación, donde se rescataron el 100% de las especies naturales sanas existentes. En ambos casos, la relación con el Bosque de Chapultepec jugó un papel clave: “Debido a la ubicación del proyecto, fue importante crear un diálogo con el contexto. Buscamos reconocer como vecino al bosque, de forma que los exteriores se integran a este pulmón de la ciudad, al tiempo que se reconoce la proximidad con grandes avenidas y con su emplazamiento en la ciudad. La propuesta no sólo es un colchón de vegetación, también voltea a la ciudad para observar la vida urbana y su desarrollo”.

De esta forma, el sentido espacial y concepción del espacio no sólo como un lugar físico al que hay que ocupar, sino como una zona donde convergen distintos niveles de apropiación y lectura, favoreció el flujo visual entre los tres ambientes (museo, bosque, ciudad) y fortaleció la idea principal de Ambrosi | Etchegaray por diluir los límites entre el interior y el exterior: “A lo largo de la historia del Museo Papalote se ha mantenido la inquietud de enseñar a los niños por medio de experiencias y juegos, por lo que en la renovación se buscó eliminar las fronteras interior-exterior para que el recorrido museístico fuera continuo y dinámico”.

Para lograrlo, los arquitectos apostaron por elementos que invitan a hacer lo que todo edificio debería: recorrer la arquitectura. “La propuesta se adaptó a las áreas exteriores delimitadas por Legorreta + Legorreta en el proyecto original, sustituyendo las plazas duras y caminos predeterminados por pavimentos y suelos permeables en un recorrido libre que responde a las estaciones del año en nuestra ciudad, evidenciando los ciclos de la naturaleza y los ecosistemas dentro del Valle de México”. Además, en el proceso, Ambrosi | Etchegaray advirtió otras dinámicas de trabajo que sólo exigen este tipo de espacios: “Para la oficina, implicó una forma distinta de ver nuestra profesión como arquitectos. Colaboramos con [profesionales] de otras especialidades, con quienes logramos un proyecto integral que refleja la ideología del museo y expande el horizonte del aprendizaje tanto en niños como en adultos”.

Con un área de 6,900 m2, plazas, puentes, relieves y planicies destacan dentro de una intervención basada en el suelo: “El elemento principal con el que trabajamos fue con la topografía, evidenciando los desniveles del Museo. El proyecto de exteriores respeta la volumetría original del [edificio] y toma distancia de las fachadas. Así, al adentrarse, existen momentos en que se pierde el edificio para volverlo a apreciar al regreso. Los volúmenes exteriores son casi un eco a las torres y la geometría del Museo de Legorreta + Legorreta”.

En conjunto, aunque la museografía exterior está destinada tanto a niños como a adultos, la nueva arquitectura prestó especial atención a los principales destinatarios del Museo: los niños. “Dentro del esquema museográfico, buscamos generar distintos espacios para actividades con características particulares que dan respuesta a los intereses de los niños en sus distintas edades. A través de la materialidad y de los recorridos en diferentes niveles, se logran plataformas, rampas y taludes, espacios interiores y exteriores, foros y áreas de juego, que permiten ofrecer una experiencia siempre en relación con lo natural, dando pie a la exploración y la curiosidad”.

 

[17 noviembre 2016]

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