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Gabriel Orozco, Papalotes negros (1997)
Gabriel Orozco
Gabriel Orozco, Manguera mordida (1990)
Gabriel Orozco, Piedra que cede (1992)
Gabriel Orozco, Gatos y sandías (1992).
Gabriel Orozco, La Ds (1993)
Abraham Cruzvillegas
Abraham Cruzvillegas, AC Mobile (2008)
Abraham Cruzvillegas, Aeropuerto alterno (2002)
Abraham Cruzvillegas, La invencible (2002)
Abraham Cruzvillegas, Canon enigmático (2005)
Damián Ortega
Damián Ortega, Controller of the Universe (2007)
Gabriel Kuri, Untitled (Shelter) (2012)
Gabriel Kuri, Diario económic (2004). Cortesía de Kurimanzutto
Gabriel Kuri, Three Arrested Clouds (2010)
Gabriel Kuri, Softwave Booksheld (2012)

Opinión: Lo que hay de Octavio Paz en Gabriel Orozco

14.08.2014

Desde el mes pasado y durante un año, el Centro Pompidou exhibe una muestra de 400 piezas de su colección producidas a partir de la década de los ochenta. Une histoire reúne el trabajo de 180 creadores de 55 países con el fin de revelar —eso dice la hoja de sala— las formas en que los artistas contemporáneos se han posicionado respecto a los cambios sociopolíticos de la época. La selección incluye a los mexicanos Abraham Cruzvillegas (México DF, 1968), Gabriel Orozco (Xalapa, 1962), Damián Ortega (México DF, 1967) y Gabriel Kuri (México DF, 1970); los cuatro pertenecen a la misma galería, la poderosa y reputada Kurimanzutto.

Especifico “mexicanos”,  pero no porque su nacionalidad determine el sentido de su trabajo; después de todo, los cuatro han desarrollado sus cuerpos de obra dentro y fuera del país. Lo señalo debido a que los paradigmas críticos que comparten alguna vez convergieron en lo “mexicano”. Ortega, en una conversación con Orozco publicada por Art in America en septiembre del 2012, recordó el Taller de los viernes en su casa, en Tlalpan, que existió de 1987 a 1991.

Ahí hablaban sobre la entrada de México a una economía en la que la mano de obra calificada se iba a pagar barata. Algo similar, agregó, sucedía en la escena del arte en ese tiempo: se acostumbraba justificar el trabajo del artista en términos de qué tantas horas se habían invertido en la creación de las piezas. “Para nosotros era un manifiesto político el hacer obra que no fuera de manufactura, sino algo más conceptual, intelectual y crítico”, aseguró.

En ese entonces, los cuatro intercambiaron lecturas que les harían generar un discurso bastante preciso respecto del lugar que ocupaba su trabajo en el contexto político nacional e internacional. Entre 1987 y 1991 el entramado de los mercados transnacionales se había acelerado: cayó el Muro de Berlín, colapsó el bloque soviético y se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

La poética de su obra se enlazó a partir de un mismo discurso crítico: al menos así lo percibe la curadora de la exhibición que reúne a los cuatro artistas en una misma categoría, titulada La reinvención de la cotidianeidad. Entre la obra compilada está Manguera Mordida (1990), de Orozco; la pieza consiste en una fotografía de una manguera que ha sido cortada y re-ensamblada; ante el ojo promedio no sólo es la fotografía de una representación escultórica, también es la impresión gráfica de en una espiral que va desvaneciéndose a pedazos.

Orozco, al igual que sus tres colegas, pretende generar experiencias que, mediante “la reinvención de la cotidianeidad”, puedan cargarse de memoria a sí mismas. En el contexto de una registro histórico en el Pompidou, el discurso atribuido por la curadora a las piezas funciona perfecto.

En México, sin embargo, esta lectura está desfasada en una época en la que estos artistas ya no viven el fenómeno sociopolítico desde el margen que caracterizaba al taller: su trinchera es la institucionalización y un posicionamiento protagónico en el mercado. Esto es evidente al subrayar el hecho de que estos cuatro artistas, todos de Kurimanzutto —fundada por Gabriel Orozco—, son los únicos artistas visuales mexicanos  invitados a la vasta muestra en el Pompidou.

¿Es por eso que aquello que representa el conceptualismo de Orozco y compañía se ha vuelto cliché entre varios artistas jóvenes? Las reacciones que despierta la personalidad pública, en especial de Orozco, recuerdan a la crítica que en círculos literarios se le suele hacer a Octavio Paz y a sus colaboradores.

Estos cuatro artistas encajan perfectamente en una tradición intelectual ‘paceana’; por una parte ejercen una autoridad poética sobre conceptos relacionados a “lo mexicano”, y por otra, asumen una forma de cosmopolitismo que se ajusta con el Estado/mercado: es la unión de los contrarios.

Las piezas más conocidas de Ortega, por ejemplo, son diálogo sofisticado entre historia y metafísica: una de sus partes vive en un orden matérico (tortillas, picos y palas, un vocho); la otra, en su disolución con el todo. Eso seduce a un nivel inconsciente: despierta regiones de la mente que normalmente no se encenderían.

El arte conceptual es uno de pocos interlocutores naturales de las condiciones psicohistóricas de su época. Orozco y compañía no son la excepción. Sin embargo, habría que enfrentar sus piezas en conflicto entre la marginalidad que ellos mismos sugieren en la entrevista arriba citada y el protagonismo que han ganado en la actualidad; lejos, por supuesto, de cualquier lectura de tendencia.

 

[Editada]


Juan Carlos Reyna es periodista músico y crítico de arte. Ha colaborado en Reforma, Letras libresLa Tempestad y Gatopardo. Recibió el Premio Estatal de Literatura por La(s) estética(s) de la mundialización (2008). Síguelo en Twitter: @jcreyna
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[14 de agosto de 2014]

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