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Juan Martínez de Velasco/ Juan O' Gorman/ Gustavo Saavedra, Biblioteca Central (1952). Ciudad Universitaria. ©Archivo de Arquitectos Mexicanos UNAM
Francisco Artigas, Casa del Risco (1962), Pedregal
Mario Pani, Torre Insignia (1968), CC By 2.0
Mario Pani, Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco (1965). Cortesía del MUAC/UNAM
Francisco Artigas, Casa del Risco (1952). Pedregal

Opinión: ¿Tenemos los arquitectos que necesitamos?

07.04.2015

Alejandro Hernández Gálvez

La figura del arquitecto heroico que ofrece soluciones espectaculares no es viable en nuestro contexto: en México apenas una minoría de las construcciones es asesorada por un profesional. Lo dijo Juan Legarreta a principios de siglo XX: «un pueblo que vive en jacales y cuartos redondos no puede hablar arquitectura.» A casi 100 años de haber pronunciado estas palabras, ¿cuál es el panorama actual?

 

I. Hace unas semanas Sara Herda y Joseph Grima, curadores de la primera Bienal de Arquitectura de Chicago, que se inaugurará en octubre de este año, visitaron México. Más que con un tema, la Bienal se presenta con un cuestionamiento, explícito en el título, que a su vez retoma el de una serie de conferencias organizadas en 1977 por Stanley Tigerman, también en Chicago: The State of the Art of Architecture. Para pensar el state of the art de la arquitectura actual, Herda y Grima realizarán varias visitas a distintas ciudades del mundo, y la ciudad de México fue la primera.

State of the art: el nivel o el desarrollo de algo o, simplemente, el estado de las cosas. La primera sesión tuvo lugar en el Museo Jumex. Además de los curadores, hablaron Frida Escobedo, Jose Castillo, Santiago Borja y Tatiana Bilbao. Al día siguiente, en una cena, se siguió discutiendo el estado de las cosas en la arquitectura y, en especial, en la arquitectura en México. En algún momento de la discusión, Mauricio Rocha lanzó una pregunta absolutamente necesaria: ¿hay buena arquitectura en México? El cuestionamiento salía de la boca de uno de los arquitectos más reconocidos de su generación, dentro y fuera del país. Su obra ha sido premiada y publicada internacionalmente. Una pregunta así, viniendo de un autor elogiado, ¿era simple retórica o apuntaba a un problema mayor?

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Juan Martínez de Velasco/ Juan O’ Gorman/ Gustavo Saavedra, Biblioteca Central (1952). Ciudad Universitaria. ©Archivo de Arquitctos Mexicanos UNAM

 

II. Desde hace mucho en México son un referente las pláticas del 33: Antonio Pallares, director en 1933 de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, organizó una serie de conferencias donde a distintos arquitectos, jóvenes recién salidos de la escuela o maduros ya establecidos, se les cuestionaba no sólo sobre el estado de las cosas en la arquitectura nacional sino también sobre su futuro deseable. ¿Cómo debía ser, se preguntaban en aquellos primeros años posrevolucionarios, la arquitectura que le hacía falta al país? Dejando atrás el afrancesado eclecticismo del Porfiriato, se abrían en principio tres posibilidades: reinterpretar el pasado prehispánico, reinterpretar el pasado colonial o reinventar la arquitectura mexicana a partir de lo que ya se planteaba al otro lado del Atlántico desde casi una década antes: el funcionalismo. Los más fervientes defensores de esta última postura eran tres jóvenes nacidos entre 1902 y 1905: Álvaro Aburto, Juan O’Gorman y Juan Legarreta. Los tres fueron aguerridos y radicales. Se dice que la ponencia de Legarreta fue memorable, pero éste, en vez de enviar el texto leído para su inclusión en una memoria que reuniría las participaciones, decidió mandar un breve resumen pragmático de la conferencia de Juan Legarreta sustentada en la s.a.m. el día —del mes— de 1933 que decía, de su puño y letra: “un pueblo que vive en jacales y cuartos redondos, no puede hablar arquitectura. Haremos las casas del pueblo. Estetas y retóricos —ojalá mueran todos— harán después sus discusiones”.

¿Hay buena arquitectura en México?, preguntaba Mauricio Rocha en una agradable cena en la colonia Roma de la ciudad de México 82 años después de las pláticas del 33 y de la breve y lapidaria nota de Legarreta. ¿Puede lo dicho por Legarreta responder, ocho décadas más tarde, a la pregunta de Rocha? Un pueblo que vive en jacales y cuartos redondos no puede hablar arquitectura.

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Francisco Artigas, Casa del Risco (1962), Pedregal

 

 

III. La pregunta de si hay buena arquitectura es, sin duda, diferente a la de si hay buenos arquitectos en México. Puede que haya buenos arquitectos pero que no sean suficientes, ni que tengan la influencia necesaria para que la arquitectura, en general, sea calificada como buena. Lo cualitativo se mezcla, inevitablemente, con lo cuantitativo. Hay quienes dicen que en México no más de un cinco por ciento de lo que se construye pasa por las manos —y las cabezas y los lápices— de un arquitecto. Algunos ven el dato con cierta falsa nostalgia, como si en algún otro momento de nuestra historia eso hubiera sido distinto o como si no se repitieran cifras más o menos similares en otras regiones del mundo, incluso más desarrolladas.

Otros suponen que el problema es legal: no debiera permitirse que se construya algo sin que se garantice que un experto, supuestamente el arquitecto, haya sancionado su viabilidad y la buena calidad del diseño. Pero todos sabemos que un arquitecto no es garantía de nada —un buen arquitecto sí, pero esa precisión no es fácil de determinar: ¿quién es un buen arquitecto para las casas de ese pueblo que vive ¿aún? en jacales y cuartos redondos? Y de ahí una pregunta que complementa la de Mauricio Rocha: ¿hay buenos arquitectos en México?

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Mario Pani, Torre Insignia (1968), CC By 2.0

 

IV. ¿Qué hace bueno a un arquitecto? México es uno de los países con más escuelas de arquitectura. Hay ciudades medianas, que no llegan o apenas rebasan el millón de habitantes, con cinco o seis escuelas de arquitectura. Más de 120 escuelas de arquitectura y en el país no nos alcanza —decía Humberto Ricalde— para tener por lo menos un buen arquitecto, uno sólo, en cada una.

Una buena parte de los jóvenes que estudia en esas escuelas, públicas o privadas, recibe una formación, para decirlo amablemente, no muy sólida. Su condición como productores de arquitectura —o autores, si el término aquí resulta válido— depende de esa formación, pero también de la manera en que logren insertarse en el entorno profesional local y en cómo imaginen su actividad como arquitectos.

Se dice que la arquitectura es una actividad que se realiza en colaboración y que el arquitecto tiene algo
de la figura del director, de cine o de orquesta. La imagen del arquitecto heroico, que impone su visión del mundo, matizándola con detalles estéticos, técnicos o filantrópicos, de Le Corbusier a Mario Pani, cuyos colaboradores, sean Pierre Jeanneret o Salvador Ortega, ocupan discretamente un puesto en la segunda fila, puede que ya no sea viable.

 Tampoco la del arquitecto superhéroe: esos que todavía recorren el mundo en primera clase o en jet privado sembrando distintas ciudades con versiones no siempre tan depuradas como las que los llevaron a la fama. El autor singular se difumina. Si en México tuvimos duplas reconocidas, como Torres y Velázquez o Teja y Becerra, hoy las parejas se multiplican y, como si fueran los años sesenta, son más abiertos e incluso intercambian socios. También existen tríos, cuartetos y grupos colaborativos donde, además, ya no sólo participan arquitectos y diseñadores sino también especialistas de otros campos, que se suman como productores con los mismos derechos que los primeros.

La multiplicación y disolución del autor —para no recurrir a su anunciada muerte—, ¿ayudaron a tener mejores arquitectos y mejor arquitectura? ¿Ayudaron a que la Arquitectura —o la arquitectura, menos pretenciosa— llegara a más gente? Si en el siglo pasado Ciudad Universitaria, El Pedregal, Tlatelolco o colonias como la Narvarte y la Escandón, en la ciudad de México, hicieron que la arquitectura, buena y muy buena, llegara a un público más amplio gracias al trabajo de arquitectos buenos y muy buenos, en las últimas décadas ¿dónde estamos?

En proporción al crecimiento poblacional, en México no hemos expandido el campo de la arquitectura y de los arquitectos. Incluso algunos esfuerzos para hacer una arquitectura distinta parecen limitados, como el trabajo de Mario Betanzos en Bordos o el de David Mora y su caribe anaranjada, que Víctor Alcérreca narró en estas páginas [ver Código 85]. El problema podría estar en otra parte. Por ejemplo, en la creciente desigualdad económica y en la relación del Estado con la arquitectura. Sin embargo, si hay tantos arquitectos y tantos alumnos estudiando arquitectura, la pregunta por el tipo de arquitecto que necesitamos hoy parece también necesaria.

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Mario Pani, Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco (1965). Cortesía del MUAC/UNAM

 

 


Alejandro Hernández Gálvez es arquitecto. Coautor junto a Fernanda Canales del libro 100×100 Arquitectos del Siglo XX en México (2011), y autor de sombrillas, sombreros, sombras (de los principios de la arquitectura) (2013), es director editorial de Arquine.


Este texto fue publicado en Código 86 — ¿Hacia dónde va la arquitectura? (abril-mayo 2015)


[7 de abril de 2015]

 

Alejandro Hernández Gálvez

Es arquitecto. Ha colaborado para periódicos y publicaciones como Reforma y Letras Libres. Coautor del libro 100×100 Arquitectos del Siglo XX en México (2011), y autor de sombrillas, sombreros, sombras [de los principios de la arquitectura] (2013).

 

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