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Palacio de Bellas Artes. Fotografía de Alex Covarrubias. Tomada de Pinterest.

¿Museos del siglo XXI? Las problemáticas de los museos en México

Opinión 13.05.2019

Brenda Caro Cocotle

Retomamos un texto de Brenda Caro en el que reflexiona sobre las dificultades políticas y culturales por las que atraviesa la gestión de museos en México.

Sería un despropósito pensar que en un espacio tan breve como este se pueden abordar suficientemente algunas de las problemáticas que enfrentan los museos en el país, que muchas veces se sintetizan en esa frase que dice todo y nada: crisis de institucionalidad. Este modelo está en jaque desde finales de los 80, aunque pensamos que no era así buena parte de los 90.

Levanto las cejas cada vez que escucho reclamos para «reinventar las instituciones», crear «el postmuseo» (no ignoro que el término fue propuesto por la museóloga Hooper-Greenhillo, aunque la mayoría de los que lo utiliza no la refieren), apostar por «un nuevo paradigma» o realizar «el museo del siglo XXI». El problema no se reduce a reconocer el agotamiento de este esquema, que en México fue funcional y necesario cuando la institucionalización de la cultura fue de la mano de la construcción de una idea del «México moderno», donde el Estado era el único gestor de la política cultural, entre 1939 (año en que se fundó el Instituto Nacional de Antropología e Historia) y 1986 (cuando se incorporó el Museo Tamayo de origen privado— al Instituto Nacional de Bellas Artes y surgió el Centro Cultural Arte Contemporáneo, puntero del coleccionismo privado).

Es necesario revisar, con ojo crítico, si los supuestos cambios en los esquemas de organización, las estructuras de participación y los discursos propuestos en los programas museológicos enfrentan las deficiencias y los vacíos de los museos de este país, particularmente los que dependen de fondos públicos, o si responden a la adaptación acrítica de fórmulas que siguen una lógica de las industrias cultural o empresarial.

Vale la pena aclarar: no abogo por la idea de un museo como un espacio aséptico, «purificado» por la «nobleza» del arte o «santificado» por el patrimonio o por un centralismo estatal asfixiante. Ya hemos tenido suficiente de eso. Pero tampoco se puede ignorar que los museos de nuestro país han dejado de ser agentes principales de legitimación artística y cultural. (Aquí también deberíamos preguntar por qué una feria como Zona Maco ocupa un papel en extremo protagónico.)

Aunque la línea que divide la participación pública de la privada es cada vez más difusa, esto no significa que los flujos de gestión sean más efectivos ni que haya disminuido la burocracia. El aparato es el mismo: los presupuestos son reducidos; las plantillas laborales están integradas por personal que, en su mayoría, están contratados por honorarios; los proyectos no brindan la oportunidad de realizar procesos de investigación sostenidos o son improvisaciones torpes que se adaptan convenientemente a líneas de trabajo donde se otorgan recursos económicos.

¿Necesitamos un museo de arte/historia/antropología/universitario del siglo XXI? Primero deberíamos explicar con precisión la frase. Es importante saber si ésta equivale a trabajar sobre estructuras corporativas de discursos «revolucionarios» que, en los hechos, no hacen ningún cuestionamiento de fondo; si es una pretensión educativa aferrada al didactismo (que ha dado por llamarse «mediación»); o si apela a crear una comunidad a la que, en realidad, se le dedica poco tiempo, recursos e interés y sólo se le convoca a seguir los peores ejemplos del arte relacional.

Es importante dejar de idear un paradigma construido sobre el modelo anterior, que no responde a las necesidades de un contexto en estado crítico. Nuestros museos reflejan la precariedad en la que se encuentran la gestión pública de la cultura y las instituciones del Estado en general.

 

Brenda Caro Cocotle

Es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas, maestra en Museos y Doctora en Museum Studies por la Universidad de Leicester.

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