En las calles del Distrito de la moda de la capital de México —todo el primer cuadro desde Circunvalación a Izazaga, de Eje Central hasta Tepito— se mueven cantidades millonarias de dinero: la producción, distribución y hasta reciclaje de prendas que visten a la ciudad y parte del país. Territorios, además, como la maquila en Puebla, los suéteres tradicionales de Chiconcuac y las zonas del norte del país son especialistas en teñido y confección de la mezclilla de los jeans.

La necesidad del vestido de millones de personas en México ha hilado las coordenadas de la industria. Pero, ¿cómo articular sus funciones con los imaginarios de moda de los usuarios? ¿Es posible lograr un equilibrio?

Cuando un joven siente la curiosidad de estudiar moda, de dedicar su vida a la disciplina creativa, la inquietud es la reacción al reflejo de las imágenes perfectas de las pasarelas y celebridades que ha conocido a través de los medios impresos o de Internet.

En busca de replicar y potenciar esas imágenes, el joven inicia sus estudios. Pero lo que busca el estudiante de moda se encuentra en un lugar totalmente diferente del panorama académico.

La moda tiene dos extremos. Por un lado, el reflejo mexicano de lo que creemos que es la moda en el mundo. Por el otro, la necesidad y la posibilidad de generar empleos con ella; marcas, tiendas e imaginarios. ¿Qué es lo queda en medio? ¿La confección y el patronaje aderezado con mercadotecnia? O, en un panorama menos favorecedor, ¿clases de filosofía y semiótica aplicadas a la disciplina?

©TALLER Fashion Development Project

Las vocaciones quedan cosidas en los años formativos. Al enfrentar la realidad, encuentran el desempleo, pero más aún la falta de espacios de desarrollo. En realidad, el verdadero problema es la idea del ‘autor’; uno que antes que destacar por su diseño se convertirá en un Karl Lagerfeld.

Los diseños son el arte de este tiempo. Para el diseñador, la prenda se trata de una vía expresiva; es el resultado de una investigación —en ocasiones hasta identitaria. Sin embargo, una vez finalizado el periodo formativo de los estudiantes, los diseños deberían ser el acceso a crear oportunidades de crecimiento, empoderamiento y ganancia.

Si la escuela enseña un esquema con las siguientes coordenadas: a) costurera-patronista de colegio privado b) que piensa en la alta costura —tema que, en México, no existe—; c) cuyo escenario será Mercedes Benz Fashion Week —a donde pocos llegan y aún menos son los que sobreviven—; d) que produce objetos únicos, imposibles de escalar a producción industrial… La moda mexicana no es lo que nos enseñaron. 

©CENTRO

En la última década he impartido cátedra en Casa Francia, Centro de Diseño, Janette Klein y en TALLER Fashion Development Project. En las universidades se parte de la disciplina del patronaje, la perspectiva del diseñador y del design thinking, en el mejor de los casos. Pero en la práctica, de los cientos de alumnos que he tenido, acaso cinco de ellos se han dedicado a hacer ropa. El resto han encontrado los reflejos de la imagen de la moda en editoriales, estilismo, compras para tiendas, gerencia de marcas o merchandising visual. Sería impreciso pensar la moda únicamente como manualidad y manufactura. Esta confusión ha obstaculizado la creación de marcas y el hecho de que la vocación se prologue lo suficiente para alimentar toda una carrera profesional.

En las escuelas de moda de México entrenamos para lo ideal. Urge educar para emprender. Para que los autores de la moda sean creadores de marcas, y no una marca por sí mismos.

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Gustavo Prado es investigador especializado en moda y maestro en Cultura por la Universidad Iberoamericana. Recientemente presentó el documental Mextilo (2014), que explora la historia de la moda mexicana.

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[21 de abril de 2015]