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Jennifer Lawrence

Opinión: Los beneficios de llamarse Jennifer Lawrence

03.09.2014

En las redes sociales hay una cosa segura: quien quiera crear polémica o atraer lectores puede publicar las fotos de una mujer desnuda. El domingo pasado se comprobó esta máxima por enésima vez. Las imágenes de una Jennifer Lawrence sin ropa, que supuestamente fueron robadas cibernéticamente, circularon a una velocidad extraordinaria. Tan pronto como se difundieron comenzaron a pronunciarse distintas voces —principalmente feministas— sobre la invasión a la privacidad de la actriz y la posibilidad de que los usuarios se convirtieran en voyeurs que no tienen derecho a mirar por la ventana del vecino. Los argumentos: “aunque Lawrence haya tomado esas fotos no quería mostrarlas públicamente”, o “a pesar de que la actriz ocupa su imagen, a veces de formas francamente provocativas, no tenemos derecho de invadir su privacidad”. ¿Por qué les vienen enseguida a la mente comentarios como éstos pero les tardan tanto ideas más probables como que se trata de una estrategia que puede beneficiar a la actriz, incluso si ella no la ideó?

Hace apenas unos meses Donald Sterling, en ese entonces propietario de los Ángeles Clippers de la NBA, fue acusado de racismo luego de que se filtró en los medios de comunicación una conversación telefónica donde discute con su novia mientras insulta a varios deportistas por su color de piel. La sociedad de aquel país se pronunció abiertamente en contra de los desafortunados comentarios. El comisionado de la NBA separó de su cargo a Sterling y, posteriormente, lo obligó a vender el equipo. A pesar de las opiniones lamentables nadie dijo nada respecto a la manera en que fueron grabadas sus palabras. La disputa que sostuvo con su novia tenía un carácter privado.

Es imposible saber si Sterling fue víctima de una trampa, pero es más grave que nadie se pronunciara ante esta posibilidad. Con el caso Lawrence sucede algo parecido. Los líderes de opinión reprueban tajantemente los acontecimientos pero no se preguntan qué beneficios puede tener para Hollywood que una de sus luminarias se vea envuelta en un escándalo que le atraerá simpatía y, probablemente, rendimientos económicos. El sistema capitalista, donde Hollywood es uno de los grandes favorecidos, ha entendido que la invasión a la privacidad puede usarse a conveniencia.

Cuando Edward Snowden dio a conocer que el gobierno de los Estados Unidos vigilaba a sus ciudadanos (y también a los de otros países, y a sus respectivos gobiernos) inauguró una época donde la gente invade abiertamente la privacidad de los otros sin consecuencias (Snowden es perseguido como un criminal mientras que el gobierno estadounidense ha quedado impune). Lo menciona Giorgio Agamben en una entrevista con Andrea Cortellessa: “Las limitaciones a la libertad que el ciudadano de los países denominados democráticos está ahora dispuesto a aceptar son infinitamente mayores de las que hubiera consentido hace sólo veinte años. Basta con pensar en cómo se ha extendido la idea de que espacios públicos como plazas y calles —espacios institucionales de la libertad y la democracia— deben estar sometidos a constante vigilancia por medio de cámaras. ¡Semejante entorno no es el propio de una ciudad, sino el de una prisión!”. La invasión a la privacidad es un despropósito, nos llamemos o no Jennifer Lawrence.


Abel Cervantes es comunicólogo. Es director editorial de Código. Participó con un ensayo sobre Carlos Reygadas en el libro Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo (2012), publicado por la Cineteca Nacional. Colabora en La Tempestad e Icónica.


[3 de septiembre de 2014]

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