Cn
Jeff Koons, Tulips (1995-98), Colección Privada. ©Jeff Koons
Jeff Koons, Balloon Dog (Yellow) (1994-2000), Colección privada. © Jeff Koons
Jeff Koons, Inflatable Flower and Bunny (1979). ©Jeff Koons
Jeff Koons, Antiquity 3 (2009-11). © Jeff Koons
Jeff Koons, Aqualung (1985). Colección privada, Nueva York. © Jeff Koons
Jeff Koons, Ushering in Banality (1988), Colección privada. © Jeff Koons
Jeff Koons, Michael Jackson and Bubbles (1988). ©Jeff Koons
Jeff Koons, Cake (1995-97), Colección privada. © Jeff Koons
Jeff Koons, String of Puppies (1988), Cortesía de Hauser & Wirth. © Jeff Koons
Jeff Koons, Boy with Pony (1995-2008), Colección privada. © Jeff Koons
Jeff Koons, Boy with Pony (1995-2008), Colección privada. © Jeff Koons
Jeff Koons, Junkyard (2002), Museo Whitney de Arte Americano. © Jeff Koons
Jeff Koons, Gazing Ball (Farnese Hercules) (2013), Colección de Amy, Vernon Falconer y The Rachofsky © Jeff Koons
Jeff Koons, Geisha (2007). © Jeff Koons
Jeff Koons, Jim Beam—J. B. Turner Train (1986), Colección privada. © Jeff Koons
Jeff Koons, Lifeboat (1985), Museo de Arte Contemporáneo de Chicago. ©Jeff Koons
Jeff Koons, Made in Heaven (1989), Colección Rudolf y Ute Scharpff © Jeff Koons
Jeff Koons, One Ball Total Equilibrium Tank (Spalding Dr. J 241 Series) (1985). © Jeff Koons
Jeff Koons, Popeye (2009-12), Colección Bill Bell. © Jeff Koons
Jeff Koons, New Hoover Celebrity Ill's (1980). Colección de Jeffrey Deitch
Jeff Koons, Rabbit (1986), Museo de Arte Contemporáneo de Chicago. © Jeff Koons

Opinión: Lo que odiamos (los mexicanos) de Jeff Koons

29.07.2014

Actualmente el Museo Whitney de Arte Estadounidense expone el primer compendio de obra de Jeff Koons, el artista vivo más caro del mundo, hasta el 19 de octubre. Se trata de la mayor exhibición del museo dedicada a un solo creador, antes de su próxima mudanza al Meatpacking District de Nueva York, en 2015. Qué importa reiterar lo evidente sobre un personaje que ya ha sido desacreditado por su cinismo y falta de originalidad. Hacer de la banalidad una forma de arte lo ha convertido en el paradigma estético del capitalismo tardío y eso, en el contexto editorial mexicano, irrita. El mercado global del arte lo ha situado a golpe de millones de dólares más allá de la crítica y la academia, a la vez que lo legitima a nivel institucional. Una reseña más es lo de menos; sin embargo, el fenómeno Koons (Pensilvania, Estados Unidos, 1955) proyecta el rumbo que podría tomar el arte producido en México. Quizá no en su cotización exorbitada, pero sí en su dimensión política.

A la enorme mayoría de los artistas y escritores nos molesta el histrionismo delicado y la calma histérica con la que Koons habla de sexo en sus entrevistas; en el fondo exaspera la celebración de una obra que reproduce el entumecimiento de la vitalidad artística: su monumentalidad (Puppy, 1992; Tulips, 1995-2004, etc.) equivale a infertilidad, pues encaja perfecto en donde no puede experimentarse sino exclusivamente entenderse.

De esta manera, la obra de Koons reproduce el distanciamiento de sí mismo característico de la relación entre deseo y consumo en el contexto de la economía global. Odiamos a Koons porque nos recuerda, en un extremo opuesto al de los aburridos detractores del arte contemporáneo, a la necesidad de generar paradigmas críticos mejor aterrizados; pero, sobre todo, recuperar la experiencia vívida de la obra de arte ante el mercado. No quiero romantizar, pero es algo tan evidente que en su obviedad descomunal pasa frecuentemente desapercibido en los circuitos académicos del arte.

Indaguemos más allá del solipsismo crítico convencional, sin caer en la descalificación ingenua que ha rondado, por ejemplo, alrededor del conceptualismo. Los espacios independientes de exhibición surgidos en la ciudad de México han revelado una trayectoria vital y crítica desde hace años; desde el trabajo promovido por La Panadería y Temistócles 44 en los noventa, hasta la obra expuesta en las galerías más jóvenes actuales como Preteen y Bikini Wax. Si antes la experiencia más rica se generaba en los espacios fuera de las instituciones de gobierno, hoy se produce al margen del glamour de las ferias de arte. ¿Cómo hallar un equilibrio ante el mercado sin que la obra se convierta en un mecanismo de evasión ante su potencial experimental? Celebro la maquinaria joven de mecenazgos empresariales e iniciativas notoriamente heroicas como el Patronato de Arte Contemporáneo (PAC) y la Colección Jumex. Pero procuremos prestar atención a la promoción de obra que, como la de Koons, pretenda reproducir los absurdos inofensivos que alimentan la parte más estéril de los mercados de arte.

El éxito comercial de este artista de 53 años se debe a que produce un alivio poderoso ante la angustia del deseo eternamente insatisfecho, típico del consumismo actual. A ciertas élites les satisface no sólo porque sus gustos son vulgares, sino porque en su confección perfecta da sentido (hay que decirlo: de manera pueril e inofensiva) a la falta de una respuesta real a la libido; y es que Koons reproduce, como más o menos se ha señalado desde la década de los ochenta, el carisma hipersexualizado de la cultura del espectáculo. En su trabajo no hay ambivalencia y, como él mismo suele reconocer, tampoco margen de crítica: su objetivo es una supuesta liberación de la culpa y la vergüenza. La obra de Koons es equivalente a la decadencia buchona sinaloense. Y no queremos más de eso.


Juan Carlos Reyna es periodista músico y crítico de arte. Ha colaborado en Reforma, Letras libres, La Tempestad y Gatopardo. Recibió el Premio Estatal de Literatura por La(s) Estética(s) de la mundialización (2008).


[29 de julio de 2014]

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.