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Girls, ilustración de Emilia Schettino (detalle).
Girls (2012-2016). Imagen tomada de hayropatendidablog.wordpress.com
One Man’s Trash (2013), quinto capítulo de la segunda temporada de la serie Girls (2012-2016).
Hannah Horvath, ilustración de Emilia Schettino (2017).
Girls (2012-2016). Imagen tomada de malditasdecine.com

«Girls». Entre cuerpos y papeles

10.08.2017

Elena Coll

Desde su inicio en el 2012, la serie de HBO Girls ha sido el blanco perfecto para todo tipo de críticas. Algunas bastante razonables —como la crítica a la representación de una ciudad de Nueva York habitada únicamente por gente blanca y privilegiada—; otras ridículas, como el «nepotismo» que rodea a las protagonistas de la serie. En el ejercicio de repensar a Girls en el contexto de su conclusión, decidí pasarlas por alto. Por razones sencillas, en realidad: porque no es ni el primer ni el último caso de nepotismo en el entretenimiento, ni la primera ni la última vez en la que los medios dejan de lado a las otras identidades —las negras, las asiáticas, las latinas y las migrantes, pero también las queer, las transgénero, las no binarias—. Y, sobre todo, porque me parece que no podemos tomar a un solo producto como el estandarte de nada —ni del feminismo ni de la generación millennial; una serie no puede ser el emblema del discurso contemporáneo. Si debería o no buscar serlo es otra discusión. Pero me parece que Girls (o bien, sus productoras, Lena Dunham y Jenni Konner) no buscaba serlo.

Creo que entiendo el porqué de la confusión entre lo que un producto cultural como una serie televisiva puede y debe representar y lo que no, especialmente en casos como el de Dunham y Konner. Al ser las productoras no sólo figuras públicas, sino figuras especialmente vocales en lo que respecta a sus pensamientos políticos, es fácil perder noción de la diferencia entre aquello de lo que ellas son partidarias y aquello en lo que sus personajes —como ejercicios creativos, como construcciones identitarias imaginarias— creen. Sin embargo, el caso de Girls no deja de ser interesante, pues se trata de un modelo que no parece replicarse en todos lados. Podemos tomar como ejemplo a Ilana Glazer, coproductora y protagonista de Broad City, cuyas claras y públicas tendencias políticas no han sido retomadas (hasta ahora) en las críticas a la serie. La lista de ejemplos es larga. Y dentro de esa lista, Lena Dunham se queda parada prácticamente sola, con un buzón de quejas y reclamaciones personales —sobre sus comentarios y los de Hannah (la protagonista), sobre su cuerpo, sobre sus habilidades como escritora— con las que no puede mas que interactuar públicamente, a ratos con una actitud triunfante, a ratos de manera incómoda.

Y, sin embargo, creo que hay cosas mucho más interesantes de las cuales hablar cuando se toma a Girls como punto de partida. Cuando la pensamos ya no desde los discursos a los que «debería» atender, sino como una serie que, si bien no es pionera en las conversaciones sobre el género, las mujeres y lo «femenino», sí aporta interesantes puntos de vista a estos diálogos constantes. Para revisarlos, podemos partir de tres ejes: el cuerpo, las relaciones y la feminidad.

1. Los cuerpos en Girls: lo atractivo y lo meritorio
En el quinto capítulo de la segunda temporada, «One Man’s Trash», vemos el idilio encerrado de Hannah y Joshua, un hombre tradicionalmente guapo y exitoso (interpretado por Patrick Wilson, quien parece no poder dejar de invitar a mujeres desconocidas a su casa). Con escenas sexuales explícitas, juegos de ping-pong topless y convivencia sin ropa, el capítulo fue, sin duda, uno de los más «desnudos» de toda la serie. Y, especialmente, uno de los capítulos en los que más vimos el cuerpo de Dunham —que ya es decir bastante—. Lo interesante aquí no fue tanto la estructura narrativa (en la que, por segunda vez en la serie, la acción depende de una sola de las protagonistas), sino las reacciones de hombres y mujeres por igual ante la idea de una pareja como esta.

El tono general de la discusión en las redes sociales indicaba que la relación era inverosímil, pues una mujer como Dunham —con el cuerpo de Dunham— no «merecía» a un hombre como Joshua. Esto es, un hombre atractivo, exitoso, amable. El concepto de «merecer», en primer lugar, es importante, pues plantea un sistema de valores en el que la apariencia física es mérito (o falta), y el cuerpo del otro es un premio que se entrega de acuerdo a ese mérito. Dentro de este sistema de valores, se hace una clasificación de los cuerpos que separa a los atractivos de los no atractivos, y se establece un sistema de relaciones entre esos cuerpos.

Lo que la discusión sobre «One Man’s Trash» supone es la imposibilidad de existencia de una relación que no obedezca a este sistema. Pero también supone un segundo sistema: uno del deseo. En este segundo sistema, los cuerpos «superiores» (los bellos, altos y esbeltos) son los únicos a los que, bajo el mérito de su apariencia, les corresponde el derecho de ser deseados. Al resto de los cuerpos (nosotros, los de abajo, el otro 80% de los cuerpos) les corresponde desear —desde la invisibilidad, preferiblemente.

Esto se hace aún más evidente con el resto de los comentarios que rodearon al cuerpo desnudo de Dunham durante las 6 temporadas de Girls. La audiencia no quería verlo, exigía no verlo, por ser «demasiado gordo». En esta matriz de clasificaciones de cuerpos, el de Dunham no tenía, «ni siquiera», el derecho a ser mostrado (y sexualizado) en los medios. La libertad y el amor sobre el propio cuerpo son también características exclusivas de los cuerpos «merecedores».

Sin embargo, Hannah Horvath continuó desarrollándose como un personaje sexualmente libre, moviéndose dentro de su cuerpo siempre desde la comodidad de saber que habitaba su propia piel. Y, dentro de esta identidad imaginaria, se nos presentaba una estructura de inseguridades mucho más compleja de lo que ese sistema de valores habría deseado: en un rincón pequeño, el cuerpo y su relación con la «norma de belleza». Y en el resto del espacio la felicidad, la pertenencia, la habilidad, el valor. Un personaje que, ante el bullicio mediático de las apariencias, no se pregunta ¿me veré bien?, sino ¿estaré bien?

Hannah Horvath, ilustración de Emilia Schettino (2017).

2. Las relaciones en Girls: el amor y la identidad
A lo largo de las seis temporadas de la serie aparecieron y desaparecieron relaciones —amistosas, amorosas, sexuales, familiares, matrimoniales—. Esto es común a cualquier narrativa, y sin embargo hay ciertas características en el planteamiento de los procesos en Girls que vale la pena retomar. Para analizarlas, conviene partir de dos moldes generales. En primer lugar, están las relaciones entre mujeres, exploradas hasta el cansancio en las comedias románticas de los últimos años. Lo interesante de su disección en Girls es el planteamiento de éstas como un juego en el que los vínculos pueden rearticularse de acuerdo con el movimiento de las partes: estar juntas por cariño, por conveniencia, por costumbre, por comodidad, por coincidencia. Porque «te necesito» o porque «necesito que me necesites».

En segundo lugar, están las relaciones entre hombres y mujeres. No puede negarse que, en las primeras temporadas, éstas pecaron de bidimensionales, especialmente por la escritura simplista de las identidades masculinas. Sin embargo, conforme las historias se desenvolvieron también lo hicieron las relaciones, logrando tintes más cercanos a la realidad —no sólo en el caso del amor romántico, sino también en las amistades entre sexos opuestos, que tomaron un sentimiento cada vez más genuino—, y, sobre todo, dejando atrás dos nociones importantes: la de los «enamorados» que están «destinados» a terminar «juntos», sin importar cuántas veces se peleen y se hagan daño; y la idea de la ruptura amorosa como una ruptura relacional. Las relaciones entre sexos se plantean entonces como estructuras que no están atadas al género, sino a las identidades particulares de los relacionados.

Si la amistad en general consiste en «crear valor en el otro», las relaciones en Girls se convierten en un «crear un papel para el otro»: alguien a quien amar, alguien a quien odiar, alguien a quien admirar, alguien a quien envidiar. Alguien a quien lastimar. Alguien que nos lastime. Se estructuran entonces las relaciones entre los protagonistas como vacíos en la imagen propia que se llenan con la otra: la mítica «mejor amiga» como espejo de lo que nos hace falta, el «alma gemela» como la soledad frustrada. Un espejo en el que, al tiempo que la imagen cambia, también lo hace la relación que lo coloca enfrente. Lo que antes estuvo ahí para reconfortar, ahora está para atormentar. Y el movimiento personal como síntoma y consecuencia de esa relación espejo. Las relaciones en Girls desnudan la codependencia y construyen identidades a partir de la lucha constante contra ella.

Girls, ilustración de Emilia Schettino (2017).

3. Las mujeres en Girls: blancos y grises
El tema que aborda Girls es claro: la juventud femenina en el contexto contemporáneo. Un tema tan complicado como sencillo por todos los estereotipos que han desaparecido en la búsqueda de la equidad de género. Sencillo por la posibilidad de construir personajes sin las ataduras de lo que una mujer «debe ser»; complicado por la dificultad de ensamblar identidades completas y congruentes con todos los elementos que construyen a una mujer sin esas ataduras, por el «cómo deben ser representadas». Y sobre todo porque, en el clima social contemporáneo, se han generado innumerables dicotomías con respecto a lo que significa y no el rol de la mujer. Por ejemplo, las oposiciones independencia-matrimonio y compromiso laboral-maternal, las cuales han sido punto de partida para múltiples conversaciones sobre el género y las generalidades. La estrategia de Girls para participar de estas conversaciones fue la presentación de múltiples respuestas ante preguntas únicas a través de personajes que funcionan como polos.

Por tomar un ejemplo, detengámonos en la maternidad y el embarazo como ideas. Aunque no tienen por qué presentarse en la vida de toda mujer —afortunadamente—, sí son una realidad (o una pregunta real) para una gran parte de nosotras. Y les llamo «ideas» porque así se presentan en la serie: dos temas distintos que suponen planteamientos distintos. Por un lado, se plantea al embarazo como situación ante la que debe tomarse una decisión-acción. Y ante esta acción se exhiben los polos: el conflicto de la interrupción, la interrupción sin conflicto, la decisión de continuación; se muestran, sí, las diferentes posibilidades del aborto como respuesta —a algunas ahoga, a otras tranquiliza—, pero también a la decisión en sí misma como un universo de posibilidades. El porqué detrás de cada «sí» y cada «no» como una conversación intra e interpersonal, y no como una dicotomía de blancos y negros.

Y, por el otro lado, se aborda a la maternidad, tema sobre el que Hannah conversa con otra escritora hacia el final de la serie. En la conversación del cuarto capítulo de la última temporada, se presenta a la maternidad como enemigo, idea incompatible con la figura de la mujer exitosa e independiente. Y, sin embargo, el resto de la temporada abre más puertas dentro de esa conversación con el fin de comprobar que no lo es; que la individualidad no muere con la familia, y que la maternidad no anula la vida. Sobre todo, que los roles son múltiples y los papeles compatibles; que lo que no se contradice es contradictorio.

 

Elena Coll es investigadora y editora egresada de la carrera de Estudios y Gestión de la Cultura. Es editora de Código y colabora con distintos proyectos editoriales.

[ 10 de agosto de 2017]

Elena Coll

Editora e investigadora egresada de la carrera en Estudios y Gestión de la Cultura. Colabora en distintos medios. Fue editora de Revista Código.

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