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Opinión: El Museo Jumex. Un museo es una caja

03.12.2013

Un museo es una caja. Aunque la caja por sí misma no es un museo. La Fundación Jumex y sus ya casi 3000 piezas de arte contemporáneo —coleccionadas, no acumuladas— necesitaban una nueva sede. Y llamaron al arquitecto David Chipperfield para construirla.

Una caja es mucho más que una caja. La buena arquitectura puede ser el arte de aceptar la respuesta obvia, para alargar, meticulosamente, sus connotaciones. La caja es simplemente eso, hasta que se desliza sobre sí misma y desdobla su quinta fachada en un estiramiento final, solar ­­—faltaría solo empujar uno de estos dientes de sierra para demostrar que vuelve a caer sobre sí misma con naturalidad de trasnformer.

Ejecutada impecable, deja de ser cualquier caja. La modulación y el despiece certero son de pocos materiales. Cercanos y conocidos. La junta no existe entre la huella y el peralte de una escalera interior que, por exposición fotográfica, es ya casi otra pieza de la colección. Denostada otras veces por los concretos martelinados y los high-techs forzados al estilo taller de conversión automotriz, la mano de obra mexicana y su supervisión dejaron en este edificio el más terso de los concretos. El aparente mínimo esfuerzo esconde casi siempre un máximo de oficio.

Todo museo es un acto de equilibrio entre las necesidades de la exposición y la luz natural ­(uno de  los fundamentos del habitar, si creemos a Kahn).  En esta negociación, la museografía parece haber cedido más terreno de lo deseable en la sala superior del Museo Jumex. No se crean sombras, cierto, pero la dosis luminosa pide a la pupila un esfuerzo adicional. Añádase que el lomo encrespado de este edificio, al cambiar de la escala urbana a la interior, raya en lo intrusivo. Los muros añadidos en esta sala, para apoyar la museografía, se intersectan por esta vez de manera incómoda. En la sala debajo, en el dominio de la sombra, el museógrafo descansa ya en una buena iluminación artificial.

Aunque había motivo y medios claros, la oportunidad de este proyecto —su sitio— es marginal. El animal más arrinconado y pequeño de un pedazo de ciudad saturado por la especulación, se crispa. Al hacerlo, levantado un poco sobre sus huesos, devuelve el espacio que ocupa al entorno. Paradójicamente su condición casi de terreno residual lo hace más capaz de convertir una experiencia de museo en experiencia urbana. Una caja también es un recorte, una perspectiva. El arquitecto Chipperfield ha construido un museo en esta ciudad y con ella. Menos habituado, su ojo de forastero insiste no solo las bondades del clima y de la luz: narra también, a través de sus encuadres, la ciudad que a veces preferiríamos no ver.

Cuando ya sabes lo que tienes que hacer, ¿qué puedes hacer? David Chipperfield, acompañado por Oscar Rodríguez, ha razonado de esta manera su respuesta. En la antítesis (y en la vecindad) hay otras formas de no responder. Por simple manía de innovación malentendida, por vocación de espectáculo. Un museo es algo que se retuerce sobre sí mismo… y un largo, tortuoso etcétera.


[3 de diciembre de 2013]

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