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Opinión: Chihuahua. Urbanismo inconsciente

04.06.2015

Óscar Chávez

La ciudad no puede permitir que las partes perjudiquen el todo. Toda ciudad
tiene un tejido que le es propio. Ese tejido no puede ser alterado por
pedazos de ciudad que pretendan aislarse.

Germán Samper

Las desgarradoras noticias que han trascendido a nivel nacional en las últimas semanas sobre la delincuencia infantil en los barrios marginados del Estado de Chihuahua no son ajenas a la planeación urbana. (El pasado 15 de mayo se dio a conocer el asesinato del niño Christopher Raymundo Márquez Mora a mano de un grupo de menores.) Las ciudades del norte de México han crecido de forma exponencial en las últimas tres décadas, debido a un boom inmobiliario que tiene como base el desarrollo de territorios ejidales baratos —localizados lejos de la mancha urbana— con paquetes de vivienda sin relación entre sí y, sobre todo, sin relación con la ciudad. Los servicios básicos quedan lejos, las distancias al trabajo se incrementan; es necesario el uso de automóvil por el escaso y deficiente transporte colectivo de la zona. El espacio público se concibe como una serie de vacíos en el tejido urbano acondicionado, en el mejor de los casos, con alguna cancha de basquetbol y algo parecido a un quiosco posmoderno.

Según el geógrafo urbanista Jordi Borja (Barcelona, 1941), se ha institucionalizado un modelo de ciudad difusa y fragmentada, con falta de continuidad en su territorio y un espacio público marginal de poca calidad. Esto no sólo sucede en el norte del país sino en toda Latinoamérica. Lo señalan Josep María Montaner y Zaida Muxi en Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos, 2015: el modelo urbano norteamericano en nuestros territorios está generando “una funcionalización del territorio, la difusión y la dispersión de las áreas urbanas, conformando un conjunto cuyas partes carecen de relación entre sí.”

La respuesta de las autoridades a lo impactantes crímenes y la descomposición social que suceden en las periferias de las ciudades de Chihuahua es crear controles institucionales sobre procesos sociales, con la esperanza de conseguir metas o resultados sociales: se intenta solucionar a través de pláticas, programas culturales y recreaciones. Poco se le ha prestado atención a las implicaciones que tiene la forma espacial de la ciudad sobre las dinámicas sociales. Como apunta el urbanista Camilo Sitte: la forma urbana y el orden social de la ciudad son elementos inseparables.

Seguir sólo uno de estos caminos para resolver el problema sería un error. La propuesta del Estado entra en conflicto con los propósitos de la planeación urbana, y viceversa. Así sucedió en la ciudad jardín inglesa o en el suburbio norteamericano. Los estudios sobre desigualdad social y urbanismo de Harvey apuntan que, si lo que se quiere es transformar las ciudades, es necesario abordar las dos ramas: urbanismo y sociedad.

Sin embargo, no se trata de crear modelos preconcebidos de formas urbanas que son reflejo de otras culturas y estructuras sociales, sino de resolver el problema bajo el entendimiento de que la condición espacial urbana de las ciudades está al mismo nivel que los procesos sociales, y es determinada por ellos. La única estrategia de intervención que puede dar buenos resultados es la que comprenda que los fenómenos urbanos tienen su fundamento en una imaginación sociológica y en una geográfica. Toda aproximación a los lamentables titulares rojos de la prensa mexicana deben tomar en cuenta estos aspectos. De lo contrario, como explica Harvey (Urbanismo y desigualdad social, 1977 ): “continuaremos creando estrategias contradictorias para solucionar los problemas urbanos”.

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Lo que le sucedió al pequeño Christopher en el desarrollo urbano de Laderas de San Guillermo es reflejo de una maraña de problemáticas que tienen su raíz en ámbitos sociales y familiares. Y la “planeación permisiva” (término tomado de Melvin Webber) de las ciudades es un tema íntimamente relacionado.

En Chihuahua, podríamos sustituir el término “planeación permisiva” por “urbanismo inconsciente” para referirnos a un desarrollo urbano cuya relevancia y alcances no es comprendida por los actores en el poder. La inconsciencia, vista desde su concepción peyorativa, genera un territorio diseñado de manera irresponsable —y privado de reflexión y sentido— donde las autoridades y ciudadanos no nos damos cuenta de las consecuencias ni los riesgos que conlleva en lo económico, medioambiental y social.

Seamos conscientes de las formas de la ciudad. De cómo se materializan en el territorio. Esto está íntimamente relacionado con los —a veces, desgarradores— procesos sociales. Pensemos la ciudad como el escenario de lo social. Uno que evite la exclusión y marginalidad.

 


Oscar Chávez Acosta es arquitecto. Socio cofundador de Urbánika y candidato a doctor por la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura La Salle de la Universitat Ramón Llull en Barcelona.

 


Este texto fue publicado por primera vez en el sitio web de la oficina de arquitectura Urbánika, con sede en Chihuahua.

 


[4 de junio de 2015

 

 

 

Óscar Chávez

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