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Opinión: ¿Quién le teme a la Bienal de la ciudad de México?

15.05.2013

La simple noción tiene una capacidad maravillosa —tal parece— para ponernos los pelos de punta. “La ciudad de México no necesita una bienal.” Punto. La cantidad de ocasiones en las que me encontré con esta casi brutal sentencia este otoño fue impresionante. En octubre y noviembre del año pasado, mientras llevaba a cabo un seminario acerca del tema (Bienal de la ciudad de México) en SOMA, me encontré en situaciones bastante incómodas cuando iba a inauguraciones. En muchas ocasiones, al presentarme y explicar mi presencia en la ciudad, el saludo de mis interlocutores iba acompañado por: “Así que tú eres quien está haciendo ese curso…” Acto seguido, yo estaba defendiendo lo que era, esencialmente, una idea bastante especulativa.

Al iniciar con tres preguntas —1) ¿El mundo necesita otra bienal? 2) ¿Latinoamérica necesita otra bienal? 3) ¿La ciudad de México se beneficiaría con una bienal?—, el seminario fue, de hecho, especulativo y necesariamente marcado por cierto escepticismo. Al presentar la oportunidad de cuestionar la escena del arte de la ciudad de México, la naturaleza de la bienal latinoamericana, y lo que la idea de participar, o curar, una bienal es capaz de conjurar acerca de la propia práctica curatorial, el seminario debatió con estas tres preguntas al hacer todo excepto pasar inmediatamente al territorio pragmático de desarrollar un modelo específico para la ciudad de México.1 No fue mucho antes que descubrimos que cualquier escepticismo que podríamos haber tenido venía no del modelo de bienal en sí mismo, sino de un tipo de bienal readymade, y de los sospechosos comunes que tienden a poblar dichas bienales. Este descubrimiento nos ayudó a entender qué tipo de bienal no queríamos y cuál sí podría beneficiar a la ciudad de México. También nos quedó claro que una bienal podría generar una energía que a la escena del arte le hace falta a la ciudad de México —hasta cierto punto flemática y coronada de laureles.

Evitando la espectacular ampulosidad de una bienal de gran escala, imaginamos una más modesta, de mediano tamaño, como la de Berlín. No menos endeudados con la exhibición de la capital alemana fue la decisión de trabajar con curadores que no hubieran participado antes en otra bienal; idealmente habría tres en cada edición: un curador de la ciudad de México/Latinoamérica y dos de cualquier otra parte del mundo. Los curadores estarían obligados a residir en la ciudad de México por aproximadamente año y medio antes de la bienal. Esto obviaría la superficialidad asociada a las bienales readymade y así aseguraría el involucramiento con la escena local del arte, sus participantes, artistas y su psicogeografía, al mismo tiempo que permanecería internacional.

Otro modelo que encontramos y en el que nos inspiramos fue la bienal paneuropea itinerante Manifesta, tanto por su inclinación a trabajar con curadores no probados como por el hecho —más importante— de que se lleva a cabo en una ciudad y país diferente cada dos años. Al considerar la idea de una exposición así, inmediatamente nos encontramos con el problema del relativamente limitado alcance de la geográfica y económicamente localizada escena del arte de la ciudad de México. ¿Cómo —nos preguntamos— expandirse y alcanzar nuevos públicos que de otra forma no tendrían acceso a un evento cultural de este tipo? Llevando (poco a poco) la exposición hacia ellos, concluimos.

Como Manifesta, con cada edición, la bienal se movería hacia la segunda ciudad más grande y poblada de Latinoamérica, en una exposición en tres partes, cada una presentada en una zona diferente de la ciudad (imagínensela como una constelación única de exhibiciones renovables migrando a través del vasto paisaje urbano de la ciudad de México cada dos años). Lo que es más, la bienal sería autosuficiente, completamente autónoma con respecto a los muchos y admirables museos e instituciones, y así capaz de operar con la agilidad que uno espera de una exposición periódica, mientras que desarrollaría una agenda propia (y eso significa, también, que no se llevaría a cabo en ninguno de estos museos), que sería la de montar un gran espectáculo cada dos años.

Ahora bien, ¿suena esto a una mala bienal?

Si no vale la pena como tal, al menos vale la pena debatir la idea. Y tal vez algo interesante surja de ahí…

 

1 El resto de este artículo será escrito con el maligno y arrogante nosotros, no por voluntad de frivolizar y, por lo tanto, inflar mi propia autoridad en virtud de hablar a nombre de algún misterioso consenso, sino porque estas ideas fueron, de hecho, desarrolladas colectivamente con los siguientes artistas y curadores: Isaac Contreras, Kimberly Córdova, Fabiola de Iza, Iván Krassoievitch, Natalia Ibáñez Lario, Alice Medina y Myles Starr.


Chris Sharp es editor y curador independiente.


[15 de mayo de 2013]

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