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Alejandro Aravena
ELEMENTAL, Quinta Monroy (2004). Iquique, Chile. Tomada del sitio web del despacho
ELEMENTAL, Quinta Monroy (2004). Iquique, Chile. Tomada del sitio web del despacho
ELEMENTAL, Vivienda en Villa Verde (2013). Constitución, Chile. Tomada del sitio web del despacho
ELEMENTAL, Vivienda en Villa Verde (2013). Constitución, Chile. Tomada del sitio web del despacho
ELEMENTAL, Centro de Innovavción (2013). Tomada del sitio web del despacho
ELEMENTAL, Torres siamesas (2005). Santiago, Chile. Tomada del sitio web del despacho

Opinión: Alejandro Aravena estorba

09.02.2016

Bendecir es un acto de fe. Alguien, respetado, con cierto poder sobre sus congéneres, levanta la mano, hace movimientos al aire y dice palabras de consuelo a otro alguien que con cara de satisfacción se siente confortado. A veces hasta aparece el llanto. Los premios tienen una lógica similar. Alguien es honrado por semejantes que tienen cierto reconocimiento en su disciplina, este alguien usualmente también hace gestos de satisfacción. Y por supuesto, a veces el llanto aparece. La diferencia entre los dos actos es que la bendición es democrática, hay manos santas que no se cansan de peinar el aire a diestra y siniestra, mientras que los premios recaen en unos pocos elegidos. Este hecho, la misteriosa selección, causa morbo en los demás humanos, siempre ávidos por consultar las listas de los diez mejores del año, de lo mejor de la década, del ganador del Óscar, del jugador más valioso. Del Pritzker.

Cada inicio de año, el mundillo de la arquitectura espera la noticia del nuevo premio Pritzker. Un premio creado por una familia de hoteleros que se ha convertido en un referente internacional, el ganador queda canonizado (un paso más allá de la simple bendición) e inscrito en los libros de la historia de la arquitectura contemporánea. Hay premios mucho más antiguos como las medallas de oro del RIBA en Inglaterra y del AIA en Estados Unidos, o más recientes aunque de gran prestigio como el Praemium Imperiale de Japón, pero ninguno tan codiciado como el Pritzker. No es un premio especialmente polémico, de hecho la mayoría de los arquitectos vivos que se lo merecerían ya lo han ganado y hay pocos muertos que no lo ganaron. A la arquitectura le faltan sus Proust, Joyce y Borges. A pesar de que usualmente hay consenso, a veces existen ciertas controversias, como este año 2016 en que el ganador fue el chileno Alejandro Aravena.

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Alejandro Aravena. Imagen tomada de pbs.twimg.com

 

Si uno echa un primer vistazo a la lista de ganadores desde su creación en 1979 a la fecha, podría parecer que ha sido un premio disparejo, que no ha existido un criterio claro. ¿Cómo puede ser que un mismo premio lo gane un año Jorn Utzon y al siguiente Zaha Hadid? ¿O Thom Mayne un año antes que Paulo Mendes da Rocha? Sin embargo, si nos fijamos con mayor atención, es posible hacer una cronología bastante atinada de lo que ha sucedido en la arquitectura durante estos años, o más bien, podemos deducir que la disciplina es lo suficientemente amplia como para abarcar líneas de pensamiento antagónicas y estupendos representantes de cada una de ellas. Síntoma característico de nuestro tiempo, donde no hay un lenguaje unitario, hay distintas estrategias, tendencias, políticas; hay una disgregación que no existía en épocas de la modernidad, por ejemplo, y que amplía las posibilidades de elección. Diversidad le dicen los biempensantes.

Zaha Hadid, Heydar Aliyev Center (2012). ©Iwan Baan

Zaha Hadid, Heydar Aliyev Center (2012). ©Iwan Baan

 

El primero en llegar fue Philip Johnson. No es de extrañarse. Por supuesto que Johnson no era el mejor arquitecto de su tiempo (claro, el problema es que vivió tanto que sería más acertado preguntar cuál fue su tiempo), pero sí el más poderoso. Está bien, comenzamos mal, pero quizá en esta primera elección se encuentra la clave para entender el enfoque del Pritzker. Todo premio es político o al menos todo premio requiere de la intervención de la política, lo cual quiere decir que siempre existirá una noción de subjetividad alrededor de las decisiones con las cuales se otorga. No entenderlo así es cosa de ingenuos. El segundo premiado fue Luis Barragán, que representa el lado opuesto de Johnson, el que juega el papel de arquitecto no como coordinador de equipos o como hombre de acción sino como creador solitario, lo cual no quiere decir que Barragán desconociera los mecanismos necesarios para insertarse en el canon, al contrario, él se promovía de manera estupenda. Desde entonces, el premio se ha movido entre estos extremos que abarcan las muy distintas maneras de hacer frente al oficio.

Andy Warhol en la Casa de cristal de Philip Johnson, inaugurada en 1949. Tomada de arquiscopio.com

Andy Warhol en la Casa de cristal de Philip Johnson, inaugurada en 1949. Tomada de arquiscopio.com

 

En la línea de Barragán, se encuentran arquitectos con obras más personales como Sverre Fehn, Jorn Utzon, Peter Zumthor o Eduardo Souto de Moura; en la línea de Johnson, arquitectos con una visión mucho más ambiciosa de las posibilidades de la profesión, I.M. Pei, Norman Foster, Renzo Piano, por citar algunos. En medio quedan personajes que se mueven en las dos pistas, como Rafael Moneo o Álvaro Siza. Otra línea es quizá la de arquitectos cuya obra teórica, mucho más elocuente que su obra tectónica, ha abierto nuevos caminos y generado nuevas maneras de entender a la sociedad. Ellos son Aldo Rossi, Robert Venturi y Rem Koolhaas. Al mismo tiempo, el premio muestra los distintos lenguajes arquitectónicos y sus cambios a lo largo de los años y las estrategias propias de estas mutaciones. En los años ochenta existía una alternancia entre la continuidad de la tradición moderna con premiados como Kevin Roche, Gordon Bunshaft o Kenzo Tange y la entrada en el lenguaje posmoderno de Rossi, Venturi, James Stirling o Hans Hollein. Después, cuando la espectacularidad llegó a su apogeo, el Pritzker entró en su mayor fase bipolar, podía premiar a Frank Gehry pero también a Glenn Murcutt, reconocer discursos antagónicos pero complementarios. Dos formas de actuar en un mundo cada vez más complejo que necesitaba una variedad de espejos en los cuales mirarse.

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Luis Barragán, Casa-estudio Luis Barragán (1948)

Recientemente, un factor adicional entró en juego (además del peso mucho mayor con el que juega actualmente la arquitectura oriental): la puesta en escena de la responsabilidad social del arquitecto. Shigeru Ban en 2014 y Alejandro Aravena ahora, han sido las elecciones que han abierto esta línea de pensamiento. Y han abierto la polémica. O no realmente. La discusión no creo que deba girar en torno a qué es más “premiable”, la arquitectura social o la arquitectura “de autor”. Estos no son términos excluyentes. Más bien, ésta es una más de las fluctuaciones del premio, un nuevo equilibrio. Los paradigmas han cambiado, las prioridades también, por lo tanto las políticas del premio se tienen que decantar hacia estos territorios. Del mismo modo, la globalización ha hecho que la arquitectura, o este tipo de arquitectura premiada entendida como creación sofisticada, ya no se limite a los países desarrollados, sino al mundo entero. Quizá no se esté premiando necesariamente a la arquitectura social como tal, sino que ahora los problemas sociales a los que se puede ligar la arquitectura están siendo abordados por arquitectos que antes no lo hacían, o al menos no de este modo específico.

Por esto mismo, la polémica en torno a Aravena tiene algo de absurdo. En realidad no se centra alrededor de la obra sino alrededor del personaje. Aravena ha sido premiado no tanto por sus obras privadas o su sensibilidad arquitectónica (para eso hay mejores arquitectos chilenos, como Smiljan Radic, por ejemplo) sino por el trabajo que ha realizado a través de ELEMENTAL, un do tank, como lo llama, que fundó en el año 2000 junto con Andrés Iacobelli y Pablo Allard, enfocado al desarrollo de vivienda social. Lo interesante de esta propuesta es su planteamiento de resolución a los problemas actuales de vivienda no tanto a partir del diseño arquitectónico (aunque al final el resultado se refleja en éste) sino a partir de la lógica de la economía, la ingeniería y la política social. De hecho, ELEMENTAL tiene como socios no sólo a los arquitectos sino también a la iniciativa privada y la academia a través de Empresas Copec, un holding industrial y la Universidad Católica de Chile. El planteamiento no parte de la caridad sino del negocio. Como bien dice Iacobelli: “la energía que es capaz de mover el incentivo a la ganancia es infinitamente superior a la que mueve el incentivo a evitar el conflicto.” Las soluciones se basan en las políticas reales del mercado e intentan que lo construido adquiera valor con el tiempo, no que lo pierda. Claro, no siempre se consigue esto.

A veces las ideas más sencillas son las más contundentes, ésta es la virtud de ELEMENTAL, una estrategia proyectual de gran claridad que contiene un potencial mayúsculo que Aravena ha sabido explotar. Ahí está el problema. Parece que Aravena utiliza esta arquitectura “comprometida” para su propio ego. Y lo hace. Eso modifica la percepción de las cosas. Todo premio es político, pero hay políticos más discretos que otros. Es cuestionable que Aravena haya sido jurado del Pritzker de 2009 a 2015 y un año después lo reciba, de hecho sólo el chileno y el japonés Fumihiko Maki han recibido el premio después de haber sido jurados. Además, Aravena tiene 48 años, convirtiéndose en uno de los arquitectos más jóvenes en recibir el Pritzker. Es decir, el tipo se sabe mover. Todo premio es político, pero el trabajo debe pesar más que el lobbying. En un diálogo con varios diseñadores para la revista ICON, Aravena comentó acerca de la omnipresente decoradora norteamericana Martha Stewart: “Hay muchas cosas en las que pensar, pero para mí la más importante es cómo volverse masivo. No ser sólo una excepción interesante sino estar en el mainstream. Si uno hace cosas en las que cree y sabe que están bien hechas, es una responsabilidad lograr que se conviertan en mainstream. En mi caso, la vivienda social.” Casi se explica solo.

ELEMENTAL, Quinta Monroy (2004). Iquique, Chile. Tomada del sitio web del despacho

ELEMENTAL, Quinta Monroy (2004). Iquique, Chile. Tomada del sitio web del despacho

No creo que haya hipocresía social en el trabajo de Aravena, si bien es cierto que no hay grandes aportaciones en cuanto al diseño de vivienda social que no se hayan intentado antes, creo que sí hay una nueva estrategia de aproximación al problema de la vivienda a cierta escala, desde una perspectiva más amplia. En su propuesta no hay sentimentalismos, hay un nuevo tipo de pragmatismo alejado de ideologías. Eso es lo que ha premiado el jurado del Pritzker, el hecho de entender que la arquitectura está estrechamente vinculada a otros factores mucho más tangibles, a la economía, al crecimiento demográfico, a la publicidad, a la inserción urbana. Por eso la polémica es absurda, no se está premiando la corrección política culpígena del mundo desarrollado, se sigue premiando a un arquitecto bajo los estigmas de superestrella. No hace falta cuestionar lo obvio, Aravena es igual de starchitect que Zaha Hadid o que Jean Nouvel. Y quizá también el premio llega con demasiada anticipación, con expectativas harto optimistas, como cuando le dieron el Nobel de la Paz a Barack Obama, no por lo que había hecho sino por lo que se esperaba que hiciera. Supongo que el tiempo dirá si el galardón fue acertado o se desinfla como Christian de Portzamparc (Premio Pritzker 1994).

Christian de Portzamparc, Cidade das Artes (2013). Río de Janeiro. © Nelson Kon

Christian de Portzamparc, Cidade das Artes (2013). Río de Janeiro. © Nelson Kon

Creo que en este caso, premiar al personaje es mandar el mensaje equivocado. Alejandro Aravena estorba. Hubiera sido mucho más radical premiar a ELEMENTAL, reconociendo así el trabajo en equipo por encima del individuo, entendiendo a la arquitectura como un trabajo multidisciplinario. Muchos de los despachos más jóvenes hoy en día funcionan como colectivos más que como empresas verticales de un sólo autor (hasta donde les dure el romanticismo o les aguante el ego). Otros no, hay arquitectos cuyo peso es la creación individual, pero el de ELEMENTAL no es el caso y entre más se ponga énfasis sobre el personaje Aravena más perjudicial será. En realidad, el premio ya se ha entregado a despachos que funcionan como corporaciones del tipo Foster + Partners o SOM con Gordon Bunshaft, y a arquitectos asociados como Herzog & de Meuron o SANAA, y debió suceder lo mismo con Venturi y Denise Scott Brown o con Wang Shu y Lu Wenyu. También la medalla del RIBA fue otorgada en 1999 no a un arquitecto sino a la ciudad de Barcelona. No veo por qué no dar un paso hacia adelante y darle bendiciones a un proyecto colectivo en vez de seguir canonizando mitos, sobre todo cuando el mensaje que se quiere transmitir es el de un cambio en los paradigmas mediante los cuales entendemos la creación arquitectónica.

 


Juan Carlos Cano
es arquitecto, fundador de Cano/Vera Arquitectura y coeditor de editorial Mangos de Hacha. Ha publicado los libros Clemson (1998), Umpire (2007) y Creaciones Artísticas S.A. (2012). Colabora en distintas publicaciones.

 

 

 

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Zaha Hadid, Heydar Aliyev Center (2012). ©Iwan Baan