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10 de julio de 2014. Imagen representativa del día de la muerte de On Kawara. ©Código
Cuauhtémoc Medina, postal After On Kawara para la serie Nostalgia (2002). Cortesía del autor
On Kawara, 4 de enero de 1966
On Kawara, I Got Up (1977)
On Kawara, I Am Not Going To Commit Suicide. Don't Worry (1970)
On Kawara I Got Up (1977)
On Kawara I Got Up (1977)
Estudio de On Kawara, 1966

On Kawara en 4 voces

11.08.2014

Este 10 de agosto se cumplió un mes de la muerte de On Kawara (Kariya, Aichi, Japón, 1933 – Nueva York, 2014). Para recordar su legado, Pablo Helguera, Cuauhtémoc Medina, Yoshua Okón y Guillermo Santamarina nos comparten su opinión respecto de la obra de uno de los artistas contemporáneos más importantes de los siglos XX y XXI.

—Pablo Helguera, artista

La gran contribución de On Kawara fue demostrar la ficción del presente.

—Cuauhtémoc Medina, curador

After On Kawara. En agosto del año 2002 Art in General me invitó a participar en el diseño de una postal para ser vendida en la Canal Street en Soho, como parte del conjunto de tarjetas titulado “Nostalgia” que Pip Day curó para el evento Art in General on Canal. Como no soy artista, mi reacción inmediata fue rechazar la invitación, pero de golpe [surgió] una idea en la forma de la apropiación de un cuadro de On Kawara. Como latinoamericano tenía una especial molestia por la forma en que los estadounidenses usaban el 11 de septiembre para imponer al mundo el monopolio del relato de su victimización. Sin más, propuse a Art in General hacer una postal que, titulada After on Kawara, ostentaba un cuadro negro con la fecha “Sept.11, 1973” a fin de ser vendido en las calles de Manhattan. En el reverso, a modo de explicación, la postal refería el golpe de Estado de Chile en septiembre de 1973, y una declaración particularmente ominosa de Kissinger respecto de la “irresponsabilidad” de los chilenos al haber escogido un marxista en las urnas. Sería inapropiado decir que On Kawara “inspiró” ese proyecto. Yo diría, más bien, que debo agradecerle la iluminación detrás de ese robo.

—Yoshua Okón, artista

El arte conceptual de los años 60 y 70, dentro del cual On Kawara jugó un papel importante, marcó de manera importante el paradigma del arte contemporáneo. Es un legado que no puede ser ignorado, porque en gran medida nos define. En ese contexto, el arte no sólo se entiende como un objeto estético, también se pone el énfasis en el lenguaje, en las posibilidades del arte como herramienta para la reflexión e inclusive en la afectación del mundo y de nuestra existencia.

— Guillermo Santamarina, artista y curador

On Kawara asimiló escrupulosamente —tenaz, perseverante— el arquetipo vanguardista que fusiona sin cómodas demarcaciones al regular ejercicio artístico en el flujo de la vida. Este modelo corresponde más a un pensamiento no occidental, distante del primer despliegue de romanticismo vehemente que, sin duda, antecede —por mucho— a la posición excéntrica de varias docenas de creadores que desafiaron inflexiones supuestamente lógicas, o hasta la misma definición de «artista» para una realidad moderna.

En efecto, fue con esas aguas espirituales que Kawara regó sus cultivos —expansiva, generosa y resistentemente—, aunque su planta tenga incisivos vínculos con las redes de comunicación y de identidad que la tecnología, la historia (sobre todo con la mancha bélica), y los bulliciosos discursos culturales designaron a la anatomía del frágil humanismo en el siglo XX.

Ahí la honda huella de este artista que, sí, no obedeció ni a un tiempo, ni a un espacio, ni siquiera a un arquetipo de filosofía portentosa. Y es y será sencillamente justo, en su condición finita.

No ausente de fascinación y misterio, como su obra y su vida, es el hecho histórico donde el joven Kawara se ve asistiendo a clases de arte en la ciudad de México, muy probablemente a La Esmeralda. ¿Qué habrá recogido ahí?, ¿la lección nopalera del surrealismo?, ¿la reparación del silencio por el desarrollo del proceso y no de la obra terminada, como contraste al contexto inmediato y como alternativa a la estereotipada radiación del quehacer artístico?, ¿lo contrario a las tiranías de la figuración, de la conjugación correcta en el plano, de la supuestamente ineludible cuota intensa del color?, ¿quizás las raíces contrarias e ilimitadas para no caer en la representación ordinaria de estéticas de gusto común, pero en cambio abrazar intercambios personales esenciales, fugaces y entrañables, y al mismo tiempo dinámicos y espiritualmente proporcionados?

O ése, su poco espectacular episodio, también aquí adentro de estos panoramas de la entonces «región más transparente», donde un cuerpo de obra se va constituyendo día con día, en su deambular no premeditado, registrando en modestos mapas las diversas rutas que lo llevaron a las citas con ignotos pintores y escritores mexicanos.

Héroe afortunadamente sin cara, y columna ejemplar de la experiencia creativa monumental… Sinceramente, todos los días, y sin hacer ruido.

[11 de agosto de 2014]

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