El pasado 26 de julio Stanley Kubrick hubiera cumplido 86 años. Código recuerda a uno de los directores más trascendentes de la historia de la disciplina a través de una de sus películas que nunca pudo materializar: Napoleón.

Decir que Stanley Kubrick es uno de los cineastas más grandes de la historia se ha convertido en un lugar común. Sin embargo, la sentencia es verdadera. El director estadounidense es uno de los pocos que ha conseguido proyectar a través de las imágenes en movimiento posturas críticas y filosóficas. Sus películas son resultado de procesos larguísimos sustentados por investigaciones profundas no sólo respecto de las cualidades del guión, la vestimenta, los personajes, los escenarios, la música, etc., sino también de las ideas metafísicas.

Uno de los proyectos en los que el director neoyorquino trabajó más tiempo pero que finalmente no pudo materializar es Napoléon, filme que habría realizado después del rodaje de 2001: Odisea del espacio (1968). Kubrick realizó indagaciones históricas respecto del personaje, incluso documentó meticulosamente su día a día; creó un guión tentativo e ideó los paisajes donde se llevarían a cabo las acciones. No obstante, nunca pudo producir la película por el presupuesto que ésta exigía.

Hace unos años la editorial Taschen se dio a la tarea de recoger en forma de libro los archivos alrededor de la película. Y el resultado es sencillamente fascinante. La edición de lujo, a cargo de M/M París —estudio integrado por Mathias Augustyniak y Michael Amzalag, que ha trabajado con nombres como Björk, Madonna, Yohji Yamamoto, Balenciaga o Pierre Huyghe— es de apenas mil ejemplares, y está integrado por diez fascículos donde se presentan el guión original con anotaciones a mano de Kubrick, las fotografías de la búsqueda de las locaciones, estudios de vestuario o conversaciones que el cineasta sostuvo con Felix Markham, profesor de Historia de la Universidad de Oxford.

También existe una edición más accesible que contiene los mismos documentos, aunque en un sólo tomo. De esta manera, el lector se enfrenta a una película que en lugar de concretarse en imágenes en movimiento se transformó en un impreso. Y tiene que activarlo a partir de su propia experiencia, dándole la configuración que más le conviene, como un modelo para armar. Un ejemplo: en un fragmento del guión el autor de La naranja mecánica describe, a mano, cómo debe moverse la cámara y en qué momento de la escena cortar. El espectador atento seguirá estas indicaciones echando a volar su imaginación, intentando que la cinta se proyecte dentro de su cabeza. Un ejercicio acaso inalcanzable pero deslumbrante.

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[31 de julio de 2014]