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Miguel Calderón, Acapulco 79. Imagen tomada de fola.com.ar

«México contemporáneo» en FoLa: Distancia y geografía

Reseña 20.07.2017

Rafael Toriz

La Fototeca Latinoamericana de Buenos Aires presenta una exposición que evidencia las problemáticas pasadas y presentes en México.

Si bien desde hace lustros se habla con pertinencia de las limitaciones filosóficas y políticas del concepto de nación —e incluso existen quienes aseguran que la idea de país ficciona más de lo que describe—, los relatos que dieron forma y sustancia a aquellos conceptos, pero sobre todo a las imágenes emanadas de esos conceptos, siguen funcionando en el presente como horizontes y referentes tangibles para delimitar geografías, sentidos o rutas de lectura. Aunque la realidad demuestre, un día si y otro también, que a partir de las migraciones forzadas de grandes poblaciones, así como de las nuevas divisiones políticas impuestas por las reorganizaciones emanadas del crimen organizado o el orden económico necropolítico, los países son muy otros a los que dictaminan sus líderes y gobernantes y, sobre todo, a lo que indican pasaportes de países en constante transformación tanto simbólica como de facto: el continente americano del siglo XXI puede ser ya catalogado como el de un doloroso desmembramiento por explosión, implosión y desplazamiento.

En el caso mexicano, cuyos relatos nacionales fueron diseñados por el aparato de gobierno con la fuerza mitopoética de las leyendas prehispánicas (pero cosidos con las falencias aberrantes de las telenovelas de Televisa), a partir del bosquejo del Estado emanado de la Revolución mexicana, durante el siglo XX se construyó un país que, de distintas maneras y con variada intensidad, fue envileciendo paulatinamente la vida de la mayoría de la población; una circunstancia crítica que se corona en el presente con la crisis humanitaria desencadaneda por el expresidente Felipe Calderón y la llamada guerra contra el narcotráfico a partir de 2006, que aunada a la incompetencia de la administración actual ahogan al país en una espiral de violencia en la que, por mero instinto de conservación, resulta indispensable imaginarse como un territorio posmexicano; es decir, a través de la posibilidad de cohabitación con otros individuos a partir de las nuevas coordenadas que amplica el contacto permanente con el horror y la violencia desaforada.

En ese tenor, la exposición preparada por la Fototeca Latinoamericana de Buenos Aires —que ya antes exhibió la obra de Graciela Iturbide y recientemente contuvo una extraordinaria exposición de Vivian Maier— permite un acercamiento en tres tiempos a aquel lugar anteriormente conocido como México desde flancos que se complementan gracias a su asimetría, así sea para decir: «en este espacio triturado solía haber un país», a semajanza de los contornos trazados por la polícia que indican el lugar de un asesinato.

Curada por Pablo Cabado, las imágenes que dan la bienvenida al espectador son las de Pablo López Luz, obtenidas desde un helicóptero que recorrió los más de 2 mil kilómetros de frontera que se separan a los Estados Unidos de la República Mexicana, recordando no sólo que el pretendido muro de Donald Trump existe desde los tiempos de la administración de Bill Clinton, sino las diferencias ocasionadas al paisaje por dos concepciones de mundo radicalmente distintas como lo son la mexicana y la estadounidense. Concebida desde la óptica del paisaje, su Frontera fotografía desde el cielo las dimensiones de una herida que separa a los Estados Unidos de América Latina, cuyas políticas para el subcontinente han sido siempre las de la usura y el desprecio, subrayadas por la inepcia criminal de la administración presente.

La segunda parte de la exposición de López Luz, Pyramid, es una exploración menos original sobre la realidad barroca y piramidal características de la cultura mexicana. Estas fotografías exploran la disputa entre modernidad y el pasado prehispánico presente bajo formas rústicas, inacabadas o mal hechas —ese sello indiscutible de lo nuestro— que demuestran la permanencia de concepciones antiguas que se cuelan como escombros en el presente, diluidos en las dinámicas de amontonamiento anárquico de un país hipertrofiado y desigual. Lugar de superposiciones permanentes, formas y arquetipos del mundo antiguo emergen y se visibilizan en el presente apenas como desechos: la patria como chatarral.

En esa sintonía, continúan las fotografías de Alejandro Cartagena, no sólo porque con Suburbia ofrece paisajes tan conocidos para cualquier habitante latinoamericano, sino porque recuerda la concepción postapocalíptica que Carlos Monsiváis reclamaba para la Ciudad de México y que, sin lugar a dudas, pertenece a cualquier parte del mundo erigido para las masas por el orden neoliberal: agravios mortales contra la arquitectura, nulo sentido del urbanismo, concepción patibularia del espacio público, precariedad de construcciones, hacinamiento, suciedad y otros elementos del entorno que nos recuerdan, como bien lo supo Borges, que el mundo también nos pertenece a los latinoamericanos pero desde una esquina maloliente, donde se gestan auténticas épicas del subdesarrollo; algo que comprende muy bien Cartagena y que queda ilustrado con lo mejor de su muestra, que es Car Show, consistente en una serie de más de 25 fotografías tomadas desde un puente a las cajas de distintas camionetas, donde se registra a los pasajeros in fraganti y permite, a través de la reiteración de tema y sus variaciones, darse una idea de la extracción social y hasta el fenotipo de la gente que se desplaza por el país a la manera de las bestias de carga. Se trata de obreros y trabajadores mal pagados, mal vestidos y peor alimentados que sobreviven con los empleos precarios propios de una economía tan competitiva como la mexicana en el contexto internacional.

Finalmente, la muestra cierra con imágenes y un video de Miguel Calderón, que resultan lo más sustantivo de la muestra en general no sólo porque Calderón, desde hace tiempo, es dueño de una estética propia, sino porque sus imágenes están cargadas de un humor y una ironía no panfletarias que capturan las atmósferas delirantes, barrocas y desopilantes emergidas del diario vivir del lugar anteriormente conocido como México.

Celebrado por sus imágenes que mezclan lo espeluznante con la sobrenatural que emergen de los objetos y las circunstancias de todos los días, las fotografías dispuestas en Independientemente de con quien duerma expresan el humor negro de lo real con la naturalidad de quien registra un teatro de horrores que en sí mismo contiene ya sus anticuerpos. En ese sentido, es macabramente elocuente que sobre la señalética que indica los kilómetros que faltan para llegar a Acapulco se encuentre parado un zopilote, ave carroñera en espera del festín de muerte que baña todos los días al estado de Guerrero.

La segunda parte de la exposición de Calderón consiste en el video Caída libre, donde se encuentran dispuestos aparejos propios de la cetrería y en donde asistimos a la jornada de un cetrero de la Ciudad de México que también trabaja como cadenero. Esta pieza no sólo reitera el interés del artista por las aves de rapiña; también invita a pensar las herramientas propias de la cetrería como una serie de extrañas esculturas que, desprovistas de su contexto original, permiten ser interpretadas de forma nueva, cargadas de un extraño simbolismo pero sobre todo imbuidas cierta elegancia aurática decididamente animal.

De chile, de mole y de manteca está nutrida la exposición México contemporáneo, que seguirá en exhibición hasta el 13 de agosto en FoLa: una invitación en tres tiempos a las imágenes de lo que fue un país en obra negra.

Rafael Toriz

Es prosista de amplio espectro. Por su trabajo como ensayista ha recibido los premios nacionales de ensayo Carlos Fuentes y Alfonso Reyes. Es Asesor Cultural del Fondo de Cultura Económica de Argentina, realiza trabajos de curaduría cultural y escénica.

 

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