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Memorial Chimalpopoca. Fotografías de Guillermina Navarro.

Memorial Chimalpopoca: una conversación con Lorena Wolffer

Columna invitada 07.11.2017

Jessica Berlanga Taylor

A más de un mes del sismo, Jessica Berlanga Taylor y Lorena Wolffer conversan sobre el memorial realizado en honor a las y los trabajadores de Chimalpopoca.

El sismo del pasado 19 de septiembre tuvo consecuencias que afectaron a gran escala, y en múltiples niveles, a la gran mayoría de la población de la Ciudad de México —e incluso del país entero. Y si bien estas consecuencias se tienen presentes en toda la República, hay algunas otras que han pasado desapercibidas; aquellas de lo que el sismo escondió  y lo que nos permitió visibilizar. A más de un mes de los hechos, Jessica Berlanga Taylor y Lorena Wolffer conversaron sobre las acciones realizadas a modo de memorial en honor a los y las trabajadoras del edificio antes ubicado en la esquina de Bolívar y Chimalpopoca, así como sobre el papel que las herramientas de los feminismos, los activismos y el arte pueden tener en la construcción de narrativas con respecto a sucesos como este.

LAS NARRATIVAS

—La manera en que se articulan las memorias produce formas gramaticales que pueden reivindicar, victimizar, visibilizar, ocultar y desplazar una serie de aspectos importantes que nos permiten movilizarnos política y poéticamente. Es significativo y urgente, en mi opinión, situar a quien cuenta una historia y activar la escucha profunda, la lectura intensa. En las narraciones emergen políticas gramaticales móviles y movilizadoras que los proyectos feministas han creado para seguir poniendo atención a las diferencias; para valorar de formas alternas la diversidad de las experiencias humanas. En las conversaciones emergen formas de construir narrativas (identificables y analizables a su vez) que, al ser transcritas y editadas, como en el caso de ésta, buscan sostener los afectos en el texto que emergieron en la oralidad.

Lorena, como artista y activista, tus palabras reconstruyen una parte de lo que sucedió después del colapso del edificio Chimalpopoca. Señalan también una serie de despliegues y reconfiguraciones simbólicas en torno a lo social, cultural y económico, evidenciando su precariedad pero también su fuerza.

PRIMEROS DÍAS
Lorena Wolffer: Al día siguiente del temblor mi pareja y yo fuimos a Chimalpopoca por la cercanía a nuestra casa. Ese primer día fue en el mismo tenor que el día siguiente: había civiles, ejército, marina y policía, trabajando en igualdad de circunstancias. No parecía haber una lógica ni una organización clara, no parecía haber una cabeza; de pronto era un policía y después un soldado. Fue tan brutal como lo que vivió el resto de la gente.

Me tocaron los aplausos cuando sacaban a alguien —no vi a quién, pero se sintió la emoción. El único momento que presencié que me pareció abusivo fue cuando llegó una ambulancia y pidieron que se acercara al derrumbe, moviendo a la gente; bajaron una camilla y luego volvieron sin nadie. El tipo de la ambulancia le decía a alguien —no sé si era un marino o un soldado—, «desaloja a los civiles, ¿no?»,  a lo que respondería «vas a desalojar a todo el mundo, somos muchos civiles». Además, no sé por qué habría que desalojar a los civiles. ¿Qué era lo que no podíamos ver?

SURGE EL MEMORIAL
LW: Para el miércoles en la mañana ya estaba la brigada feminista en Chimalpopoca, conformada por varias colectivas y organizaciones de mujeres que se encontraron ahí y la armaron. Llegaba información de que había que sacar a las máquinas, pues estaban subiendo sobre los escombros. Yo vi una grúa, pero afuera, la que usaban para quitar material. Hay quienes dicen que las vibraciones de la grúa en sí ya eran suficientes para desplomar cosas que no estaban colapsadas —no sé.
A día siguiente empezamos a platicar artistas, activistas y periodistas, a compartir información y experiencias. Una amiga esa mañana me dijo: «es muy preocupante que ya no haya nada, quitaron todo. El lugar está vacío».

Sabíamos que en el resto de los edificios de la ciudad se tenía un estimado de cuánta gente había. Es decir, había transparencia sobre quiénes habitaban o trabajaban en cada lugar, y en qué condiciones; pero en Chimalpopoca no sabíamos cuánta gente ocupaba el lugar, ni quiénes eran. Primero circuló la información de que era una fábrica de costureras, lo cual encajaba bien con la historia del 85, dibujaba una línea directa entre entonces y ahora. Con el paso de los días nos dimos cuenta de que no había máquinas de coser. Al menos en el tiempo en el que yo estuve intercambiando experiencias con compañeras vimos rollos de tela, cosas de bisutería para ropa, pero nadie vio nunca máquinas. Empezamos a hablar de la importancia de no continuar con la narrativa de las costureras. Después se escuchaba que eran mujeres migrantes, sobre todo de Asia, en condiciones irregulares en términos de documentación. Después, que tal vez eran centroamericanas. Había mucha información. Lo acordado ese sábado fue: «tenemos claro que no eran costureras —o no sólo costureras—, y tenemos claro, además, que no eran sólo mujeres». Porque sí, todo el discurso de género que se había mantenido hasta ese momento apuntaba a mujeres costureras, y eso dibujaba un escenario muy particular.

 

—Sí, se detonan imágenes de estructuras de poder y trabajo, sensaciones de vulnerabilidad y represión, los lados oscuros de la globalización.
    Por otro lado, todo esto me hace pensar en las narrativas que se reproducen y cuya repetición contribuye a la pérdida de aquello mismo que intentan preservar. Narrativas que dominan e incluso pueden reprimir nuevas versiones, que son urgentes de construirse para desplazarse por los territorios de lo social, político y afectivo.

Sí, lo puedes ligar con muchas historias que tienen que ver con las mujeres y con las luchas feministas.

A partir de esas conversaciones, y de preguntarnos qué hacer para que lo ocurrido en Chimalpopoca no se borrara, propuse hacer el memorial con ese grupo —no digo nombres porque la mayoría no quieren ser identificadas y ese fue un acuerdo. Dar la cara ha sido un tema. Yo nunca he dejado de dar la cara, pero entiendo que haya personas que no quieran, y entiendo que tengo una posición privilegiada que me permite dar la cara, que otras no comparten.

 

—Algunas lo harán también para poder continuar con el trabajo que hacen.

Sí, y por experiencias anteriores miserables. Está plenamente justificado en ciertos casos que conozco de señalamiento, discriminación y violencia.
Propuse el memorial con este grupo de amigas y colegas. Al trabajar en la convocatoria surgieron preguntas como ¿cuáles son las palabras que utilizas?, ¿a quién estás invitando?

Originalmente estaba redactada en femenino. Después pensamos en ponerla neutral, con x, y al momento de leerla sonaba rarísimo, entonces decidimos regresarla al femenino, más como un enunciado político que como un señalamiento de exclusión. La hora acordada eran las 12 del día del domingo. El día anterior vimos que estaba completamente vacío y acordonado, no dejaban pasar desde Fray Servando, un perímetro bastante amplio. No sabíamos si habría acceso al día siguiente, si nos dejarían entrar. Yo llegué con 6 personas, y otras más fueron llegando. Estaba acordonado el predio y había policías. Una policía insitía en que no podíamos pasar; terminé hablando con un general (o un coronel), quien tenía el mando en ese momento, y acordamos que sólo estaríamos sobre la banqueta y ahí montaríamos el memorial. Le dije que nuestra única finalidad era recordar a las personas que habían fallecido ahí. La preocupación siempre fue esa.

El silencio fue sospechoso desde un inicio, y no entendíamos por qué no había claridad en a quiénes se estaba buscando y en qué condiciones trabajaban. Si eran o no personas indocumentadas, en fin. Pensamos: si no tenemos nombres, podemos hacer el memorial como una acción simbólica para recordar y nombrar a quienes no tienen nombre. Nombrar a quienes no existen ni siquiera en el imaginario de la gente, y darles un lugar. La convocatoria era desde el sitio, en el sitio, para el sitio; para que la gente llevara lo mismo que habíamos encontrado ahí (tela y ropa, básicamente) como una manera de devolver al lugar lo que había sido. La gente fue llegando y trayendo de todo: la figura de una mujer en papel maché, telas, consignas, flores, incienso, velas, ropa, muñecos de peluche. Una amiga que estuvo en China y tiene una relación profunda con el país llevó incienso y nos dijo cómo era la ceremonia para honrar a las personas que mueren allá.

Chimalpopoca: Lorena Wolffer

Memorial Chimalpopoca. Fotografías de Guillermina Navarro.

—El colapso de Chimalpopoca y los casos de los trabajadores del sitio —un judío y me parece que una mujer taiwanesa— también han resaltado los eventos ahí sucedidos. Sobre todo por asuntos como los monjes que volaron de Los Ángeles para hacer los rituales correspondientes, y el equipo de rescate israelí que sacó el cuerpo del argentino judío. Es decir, ha sido un foco de atención en torno a los rituales funararios que diferentes grupos llevan a cabo, a cómo se trata de manera diferente a los cuerpos de acuerdo a la nacionalidad y a la religión de las personas.

Sí, estuve ahí cuando llegó el equipo que buscaba al hombre argentino, y ahora sé que tenían prisa en sacarlo porque era el año nuevo judío, y, según entiendo, no se pueden enterrar cuerpos en ese lapso de tiempo.

Volviendo al memorial, la sensación era de unión, salvo el momento en el que algunas chavas declararon que era un memorial separatista —algo que nunca acordamos—, y que los hombres tenían que estar atrás. Fue brutalmente violento para ellos. Desde que nos dejaron entrar al espacio, o al lote —ahora parece un lote baldío, es rarísima la sensación—, alguien dijo «hombres atrás». Fue un momento de muchísima tensión porque había varios hombres ahí. No sé si eran familiares, amigos o parejas de las personas que fallecieron ahí, pero pensar que alguien decidió que ellos no tenían el mismo derecho que nosotras de estar ahí fue violentísimo. Defiendo el separatismo en las marchas sobre violencia contra las mujeres y respeto que una mujer elija no denunciar la violencia que vivimos al lado de quien potencialmente nos podría violentar, me parece una posición irrefutable. Pero creo que eso no tenía ningún lugar aquí. No quise confrontarlas en ese momento porque no quería que, por enésima ocasión, lo que importara y lo que quedara fuera el recuerdo del conflicto de las feministas que no logran ponerse de acuerdo, sino enfocarnos en la idea de que el memorial era para las personas que murieron en ese lugar, y por el esclarecimiento de quiénes eran y las condiciones en las que murieron.

    De pronto el lugar se fue llenando más y más. Le había prometido a la policía que sólo estaríamos en la banqueta; no sólo no estuvimos en la banqueta, sino que entramos al predio por todas partes y empezaron las pintas. Cada quien eligió su forma de participar. Habían policías presentes, supervisando. En algún momento alguien dijo que nos tenían rodeadas, porque hicimos un círculo y levantamos el puño, como se había hecho tantas veces cuando se pedía silencio.
[…] Lamento la exclusión y el separatismo de quienes lo pregonaron, por un lado, y, por el otro, te puedo decir que fue una cosa muy hermosa, un momento de comunión entre las personas que estábamos ahí y que respondimos a la idea de hacer algo colaborativo para quienes murieron. Algunas compañeras pusieron una cruz, la pintamos de rosa, le escribieron cosas. Alguien puso «Tu nombre es el mío», que se convirtió en el lema de ese día. Había vecinas y vecinos, artistas, activistas. Llegó una mujer buscando a una amiga suya que trabajaba ahí, me preguntó si sabía de alguien que pudiera orientarla, si alguien había visto a su amiga o la conocía…

Chimalpopoca. Cruz. Lorena Wolffer.

Memorial Chimalpopoca. Fotografías de Guillermina Navarro.

—Y por otro lado, hay una diferencia importante, muy preocupante, en la que en otros edificios se tenía muy identificadas a las personas ahí viviendo o laborando, cosa que no pasaba en el edificio de Chimalpopoca.

Sí, eso fue muy tajante desde el inicio. Hubo un silencio y una reticencia a hacer pública información sobre quiénes estaban en ese sitio.

—¿Dirías que el memorial era más para personas que para mujeres en específico?

Yo lo planteé para las personas que murieron ahí, y a partir del reconocimiento de que no sabíamos exactamente quiénes eran, ni en qué condiciones trabajaban. Teníamos la certeza de que no eran sólo mujeres. Es decir, no sabíamos si eran mayoritariamente mujeres, pero sí sabíamos que no eran solamente mujeres. La idea de dejar la convocatoria en femenino, a la luz de lo que pasó, del separatismo pronunciado, quizá fue un error. La gente no tiene por qué saber cómo opera un manifiesto político en torno a los cuerpos de mujeres y los cuerpos feminizados. Pero sí teníamos muy claro que era para las personas que habían fallecido ahí.

—Las cifras hasta ahora indican que el número de mujeres fallecidas casi duplica al de los hombres, por la segregación de las mujeres y los roles de género que existen en este país.

Tengo la misma información que tú. No sé qué tan fundamentada esté en hechos reales y comprobables. La conjetura es que eran más mujeres porque somos quienes estamos en el hogar, porque eran trabajadoras domésticas. Si ese es el caso, es un panorama brutal, porque te habla de que mientras una empresa, en teoría, está obligada a garantizar medidas de seguridad para las personas que trabajan en ella, un edificio habitacional no está ceñido a las mismas reglas ni al mismo escrutinio, y eso en automático pone más en riesgo a quienes trabajan en el hogar, que sabemos que son mujeres. Subraya que las trabajadoras del hogar no sólo son discriminadas por todos los motivos que conocemos de sobra —es decir, que no sólo realizan un trabajo no remunerado y que no se reconoce como tal, sino que además están en risego porque sus lugares de trabajo no son espacios seguros. Es un añadido a las condiciones discriminatorias y violentas que ya existen para las mujeres que trabajan en el hogar —tanto para quienes se dedican al cuidado de sus hogares como para quienes trabajan en el hogar de otras personas—, de condiciones de precariedad que conocemos hasta el cansancio, y que hemos nombrado siempre.

Chimalpopoca se hizo visible por la brigada feminista: por la existencia de estas mujeres de diferentes colectivas que estuvieron día y noche sacando escombros. La visibilidad para un sitio lejano a los privilegios de la Roma y la Condesa, de los que tanto se ha hablado, fue posible gracias a ellas.

Chimalpopoca. Lorena Wolffer mural

Memorial Chimalpopoca. Fotografías de Guillermina Navarro.

—Por otro lado, una catástrofe como esta tiene todos los niveles de lectura que aporta la perspectiva de género —sobre las relaciones entre raza, clase y género—, y que los movimientos feministas han señalado durante muchos años ya.

Por supuesto. Desde una perspectiva interseccional tiene todo que ver, de nuevo, con cuáles son los cuerpos que importan, cuáles son los cuerpos que merecen un duelo y que merecen ser nombrados y recordados, y cuáles son los cuerpos que son desperdicio y que pueden ser excluidos de este sistema social. Me refiero a la diferencia en la cobertura de la Roma/Condesa vs. Coapa, Miramontes, Xochimilco, todas estas zonas que no figuraron. Tener que debatir que todos los cuerpos son igual de importantes y que todas las muertes también son igual de importantes —que produzcan la misma pena y el mismo dolor— me parece aterrador. Eso sí fue un aspecto fundamental del memorial: fue propuesto desde los feminismos que plantean que hay que desarticular los sistemas de poder que construyen las diferencias de género, de raza, de clase, de etnia, de lengua, de acceso a la educación, de edad, de cuerpo. El espíritu del memorial era justamente ése. Era un planteamiento desde los feminismos por defender que todas las vidas y todas las muertes son igual de importantes e igual de valiosas. A mí me regresa a un lugar de resistencia radical, de no querer formar parte de este sistema que opera a partir de la exclusión de la otredad. Y siempre hay una otredad que puede ser desechada y dispensable.

—¿Qué piensas acerca de las relaciones entre el arte y el activismo, a partir de lo que viviste durante tus visitas a Chimalpopoca, y de las formas en las que el arte reconstruye la memoria en torno a estos sucesos?

Sería terrible que, de pronto, esto sea el objeto o el sujeto de una obra de arte. Pienso que el arte está —y sus herramientas pueden estar— al servicio de crear estas memorias, y no al revés. Han sido momentos muy raros en los que la gente se erige en juez de cuáles son las acciones o las formas correctas de responder a esta tragedia. Creo que hicimos lo que pudimos y supimos hacer.

No me interesa que el memorial se identifique como algo relacionado al arte. Me parece intrascendente y éticamente equivocado ubicarlo como algo con una afiliación artística. Pienso que en un momento preciso en el que era importante darle visibilidad a algo que pasaba, ciertas herramientas del arte estaban disponibles para ser utilizadas. Y el simbolismo del cual puedes echar mano para producir una acción comunitaria, colaborativa, a partir de una convocatoria. Creo que de cara a esa situación pudimos utilizar estas herramientas que vienen del arte para hacer el memorial. Fue una idea que quizá podría haber surgido sin tener nada que ver con el arte. Sé que han proyectado el documental de Maricarmen de Lara sobre las costureras del 85 en Chimalpopoca, y que le llaman ya Memorial Chimalpopoca. Me conmueve que la idea del memorial la sigan otras personas.

—Que sea apropiable, asumido como una forma de estar presente para quienes ya no lo están…

Que se extienda en el tiempo, que permanezca, que no haya sucedido nada más ese día. Con algunas colegas hemos hablado de hacer algo más permanente, que sea con, para y desde esa comunidad (de las personas que trabajaban ahí y sobrevivieron, de las y los familiares de las personas que trabajaban ahí y no sobrevivieron, de las vecinas, los vecinos y quienes trabajan en los comercios aledaños).

Las condiciones laborales de las y los trabajadores de ahí evidentemente no tienen que ver nada más con Chimalpopoca y Bolívar —es la realidad de tantísimos edificios del centro que operan como bodega, centros de distribución, etcétera.

—Se revelan estructuras muy fallidas, contrastantes y contradictorias de las dinámicas laborales y de la organización urbana, económica y de intercambio.
¿Tú crees que el arte puede ayudar, o que los lenguajes del arte pueden ayudar a hablar de estas cosas, más adelante? ¿Son flexibles como para generar otros lenguajes que sí nos permitan acercarnos más al duelo, al trauma y a la catástrofe?

Sí. Eso es justo con lo que trabajamos, con estrategias para visibilizar, para nombrar lo que no se ha nombrado, para conminar a quien no necesariamente se invita automáticamente a la mesa. En ese sentido, por supuesto que puede ser un territorio muy fértil desde el cual hablar de las dos cosas, tanto de la memoria como de la construcción-reconstrucción.

Existe el planteamiento de que los activismos ya no son tan estáticos y absolutos como lo eran antes. Creo que lo que define a nuestros tiempos es que somos capaces de generar alianzas, a veces temporales, de acuerdo a circunstancias en donde puedes dialogar con otra persona sobre un tema y sobre una realidad, y tal vez diferir o disentir dramáticamente en otros ámbitos con esa misma persona. El punto es que en ese momento puede haber un vínculo o un proceso en colectivo con esa persona o con otras. Y esos grupos se hacen con la misma facilidad con la que se deshacen, porque de pronto tu alianza está acá y otra alianza está allá y otra está más allá.

No me interesa para nada que el memorial tenga ni mi nombre ni mi apellido. Lo entiendo como uno de esos momentos de encuentro y de confluencia de una comunidad temporal que produce algo.

Jessica Berlanga Taylor

Es curadora y crítica de arte. Actualmente es curadora en jefe de Fundación Alumnos 47, donde coordina proyectos de investigación-acción interdisciplinarios, colaborativos y de comisión de obra.

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