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Marcel Broodthaers, Editorial Alias (2016). Cortesía.
Stéphane Mallarmé, Un golpe de dados jamás abolira el azar (1897)
Marcel Duchamp, L.H.O.O.Q. (1919)
Marcel Duchamp, Fuente (1917)
Marcel Broodthaers, Un golpe de dados jamás abolira el azar (1969)
René Magritte, La traición de las imágenes (1929)
Marcel Broodthears, La pipa (1969)
Marcel Broodthaers, Pense-Bête (1964)
Sir John Tenniel, Alicia en el país de las maravillas (1864)
Sir John Tenniel, Alicia en el país de las maravillas (1864)
Sir John Tenniel, Alicia en el país de las maravillas (1864)
Marcel Broodthears, Sin título
Broodthaers, Fémur d’Homme Belge (1964-65)
Marcel Broodthaers, Decor: A Conquest (1975). Imagen: Ben Davis.
Marcel Broodthaers, Decor: A Conquest, Salle XX (1975)
Marcel Broodthaers, La Salle Blanche (1975)
Marcel Broodthaers, Moules sauce blanche (1967)

Marcel Broodthaers. De pipas y gatos

17.05.2016

A propósito de la presentación del libro Marcel Broodthaers recientemente lanzado por Alias Editorial, María Minera reflexiona sobre la obra del artista y poeta belga.

En 1942, Marcel Broodthaers abandonó sus estudios de química en la Universidad Libre de Bruselas para dedicarse a la poesía. Por esos días conoció al otro gran artista belga, el pintor surrealista René Magritte, quien además le regaló una copia de Un tiro de dados jamás abolirá el azar de Stéphane Mallarmé. El texto se volvería decisivo para Broodthaers, no sólo en sus andanzas como poeta, sino también en su posterior trabajo como artista visual.

Alguna vez lo dijo Marcel Duchamp: “Mallarmé está en el origen del arte contemporáneo, porque inconscientemente inventó el espacio moderno”. Y eso, precisamente, es lo que más impresionó a Broodthaers del poema de Mallarmé: la manera en que el lenguaje se presentaba liberado de las convenciones espaciales y tipográficas, y la escena de la escritura era transformada radicalmente, mientras las palabras se dispersaban por la página y los tamaños y tipos de letra cambiaban. Este hallazgo de la posibilidad de actuar en un espacio tan limitado pero de un modo a la vez tan sin límites está claramente en el centro de las investigaciones broodthaerianas. Y todo gracias a Magritte, a quien Broodthaers debe no sólo ese obsequio determinante (pues en 1969, haría de ese texto una imagen abstracta, al ocultar las palabras detrás de franjas negras), sino que también es por Magritte, ese pintor de palabras, que su trabajo visual acabaría teniendo siempre que ver, de un modo u otro, con la relación estrecha que mantienen, quieran o no, las imágenes con las palabras. O las palabras con las cosas, si se prefiere.

Marcel Broodthaers, Un golpe de dados jamás abolira el azar (1969)

Marcel Broodthaers, Un golpe de dados jamás abolira el azar (1969)

La traición de las imágenes, la obra de Magritte de 1929, donde una pipa perfectamente pintada se hace acompañar de la famosa leyenda “esto no es una pipa”, acabaría siendo no sólo un motivo recurrente en la obra del propio Broodthaers, sino que también le daría la clave para llevar su trabajo más allá de la poesía (“con esa pipa emprendí la aventura”, dijo). El efecto que tiene el cuadro en quien lo ve, a partir de la oscilación inevitable que se produce, por unos segundos, entre ver la pipa y pensar “eso es una pipa” y sin embargo leer más abajo que “eso no es una pipa”; esa reacción casi química, pues, es precisamente lo que interesó a Broodthaers, un casi químico.

Lo dice en el libro de Alias, en la parte dedicada a los poemas del Pense-Bête (su célebre Recordatorio): “el gusto por lo secreto y la práctica del hermetismo son uno y lo mismo, y para mí, un juego favorito”. Y qué puede haber más hermético que un poema de Mallarmé, y más si las palabras se mantienen ocultas. Lo que le fascinaba del lenguaje era su capacidad de evasión. No es que haya rechazado la poesía cuando decidió hacerse artista visual en 1963, más bien, lo que hizo fue sacar su actividad poética del espacio entonces aprobado del poema, y del libro. Y se volvió así una suerte de poeta autoexiliado, si vemos en el gesto que supone su entrada al mundo del arte un corte clínico con la poesía tradicional, pues lo que hizo fue pegar burdamente con yeso 50 ejemplares de su última colección de poemas, Pense-Bête, para hacer de ese bloque tosco de páginas una escultura, para la que por cierto mantuvo el mismo título (con lo cual, Piensa-Bestia –literalmente– podía cobrar un sentido más literal, volviéndose así un recordatorio, para bestias, acerca del lugar de la poesía. Tal era, en todo caso, el tipo de poesía, y de arte, que le interesaban a Broodthaers: una poesía más cercana a la retórica de los objetos de la que hablaba Francis Ponge. Una poesía, por decirlo de otro modo, hecha de objetos retóricos. Es como si el libro-ahora-escultura le estuviera diciendo al espectador ¡piensa imbécil!

Marcel Broodthears, La pipa (1969)

Marcel Broodthears, La pipa (1969)

Y esto es lo que separa a Broodthaers de Magritte. Mientras el pintor se dedicó a demostrar, con imágenes, el tamaño del abismo que hay entre las palabras y las cosas, Broodthaers usaba directamente las cosas como imágenes y las palabras como palabras –con toda su ambigüedad y su locura. ¿O era al revés: las cosas como palabras y las palabras como imágenes? Una de sus obras, como salida de Alicia del País de las Maravillas, por ejemplo, es un audio de una entrevista con un gato:

Marcel Broodthaers: ¿Es ésta una buena pintura? ¿Corresponde con lo que usted espera de esa muy reciente transformación que va del arte conceptual a esta nueva versión de una cierta figuración, podríamos decir?

Gato: Miau.

MB: ¿Eso piensa?

Gato: Miiau… mm… miau… miau.

MB: Y sin embargo su color es muy claramente deudor de la pintura que se hacía durante el periodo del arte abstracto, ¿no le parece?

Gato: Miau… miaau.. miau… miau.

MB: ¿Está seguro de que esa no es una nueva forma de academicismo?

Gato: Miau.

MB:  Sí, pero si es una innovación osada, de todos modos es una muy debatible.

Gato: Miau.

MB: Es todavía…

Gato: Miau.

MB: Eh… es todavía un asunto del mercado…

Gato: Miaau.

MB: ¿Qué va a hacer la gente que compró las cosas de antes?

Gato: Miauu.

MB: ¿Las venderán?

Gato: Miiau… miaaa.

MB: ¿O continuarán? ¿Qué piensa? Porque, en este momento, muchos artistas se lo están preguntando.

Gato: Miaaau… mm… mii… miau… maau… miaau… miau… mm… miau… miau… ¡MIAU!

MB: ¡En ese caso, que cierren los museos!

Gato: ¡MIAU!

MB:  Esto es una pipa.

Gato: Miauuu.

MB: Esto no es una pipa.

Gato: Miau…

Eso era el arte para Marcel Broodthaers. O la poesía después de la poesía, si se quiere (sonó a canción de Fito Páez, lo siento). “Hay momentos”, dice en su texto Como la mantequilla en el sándwich, aquí recogido, “en que el humor cambia de campo, ¡es como las matemáticas!” Así relató él mismo su cambio de campo:

Yo también me pregunté si no podía vender algo y tener éxito en la vida. No había sido bueno en nada por mucho tiempo. Y ya tengo cuarenta años. Finalmente, me vino a la mente la idea de inventar algo falso (la palabra que usa es insincero) y me puse a trabajar de inmediato en ello. Después de tres meses le llevé lo que había hecho a un galerista y me dijo, “pero esto es arte, y claro que puedo mostrarlo”. Y estuve de acuerdo. Si vendo algo él se queda con el 30 %.

Quién sabe por qué empieza diciendo “yo también”. Pero así es como se volvió un artista. Un creador, prefería llamarse él. Y dejó de escribir. Aunque no del todo. Sus obras muchas veces tienen letras. Por ejemplo, la letra M o la letra B. En muchas otras aparecen los personajes de sus poemas, como el mejillón, ese pícaro que “ha eludido el molde de la sociedad. / Se ha colado en el suyo propio”, o de alguna fábula de La Fontaine, como la urraca y el zorro. Para él, pues, el arte representó la posibilidad de seguir haciendo poesía, en un campo expandido, diríamos hoy. ¿O era al revés: seguir expandiendo el arte (por ejemplo, el de Magritte), en medio de la poesía?

Marcel Broodthaers, Pense-Bête (1964)

Marcel Broodthaers, Pense-Bête (1964)

Lo que le gustaba del Pense-Bête escultórico –además de que estaba a la venta–, era que no se podía leer el libro sin destruir la escultura. “Este gesto concreto –dijo entonces– lo vuelve un objeto prohibido”, como algunos libros pueden serlo, y eso, pensó él, debería ser suficiente para despertar la curiosidad de los lectores. Para su sorpresa, la gente trataba al objeto con el respeto que se le da a las obras de arte y nadie, ni por un momento, intentó leerlo –es decir, romperlo. O quizá entendían que lo que ahí estaba en juego era la fragilidad de la poesía (en este caso, por cierto, un bestiario, como se puede ver en este libro), pues él mismo había decidido declararla de algún modo en bancarrota y la había enterrado en yeso y había dicho, junto con Magritte, “esto no es un libro de poesía”. Miau. Y tal vez, entonces, esta no es una presentación de un libro de poesía de un poeta que abandonó la escritura de poemas para dedicarse a vender falsedades. En todo caso, y ya para terminar, esta que escribe definitivamente no es un gato.

 

María Minera es crítica e investigadora independiente. Desde 1998 ha publicado reseñas y ensayos en una diversidad de revistas culturales y medios, como El País, Letras Libres, La Tempestad, Otra Parte y Saber Ver, entre otros). Actualmente forma parte del cuerpo docente de SOMA y trabaja en el libro Paseo por el arte moderno, una introducción al arte del siglo XX para jóvenes lectores (Turner).

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Marcel Broodthears, La pipa (1969)