Este año hubo muchas muestras que me hubiera gustado visitar, pero me fue imposible viajar para verlas, como las de László Moholy-Nagy en el Guggenheim, The Keeper en el New Museum, la de Bruce Conner en el MoMA, The Ulm Model en Raven Row y Hippie Modernism en el Walker Art Center. Sobre todo esta última, cuyo catálogo compré y leí por completo, deseando haber hecho yo esa exposición.

A pesar de no poder comentarlas a fondo porque no las vi, son importantes por diversas razones, entre ellas: la pertinencia que aún tienen las revisiones de figuras clave de la modernidad como Moholy-Nagy; por la revaluación crítica de personajes imprescindibles para el arte de la posguerra, como Bruce Conner, que nunca había tenido una retrospectiva en sus cincuenta años de trayectoria artística.

Asimismo, Hippie Modernism vuelve sobre un momento en el que la conjunción entre la contracultura y la revolución de la información impulsaron importantes cambios de paradigma en el arte y el diseño. The Ulm Model también participa de este espíritu al presentar la filosofía de diseño de una escuela no tan conocida para las generaciones más jóvenes y que tuvo una singular repercusión en el arte y el diseño a nivel internacional, como la influencia de su fundador Max Bill en el desarrollo del arte concreto en América Latina y la afiliación a esta escuela de artistas como el argentino Tomás Maldonado y los brasileños Almir Mavignier y Mary Vieira. The Keeper en el New Museum, aunque de alguna manera vuelve a tocar temas que fueron abordados en la Bienal de Venecia curada por Massimiliano Gioni en 2013, pone de manifiesto la relevancia que siguen teniendo los actos de coleccionar y construir representaciones ordenadas en torno a los objetos en la imaginación curatorial contemporánea.

Entre las que sí pude ver, destaco la retrospectiva de Marcel Broodthaers en el MoMA, en la que tuve ocasión de ver sus obras juntas por primera vez. Broodthaers es una figura fundamental en el arte contemporáneo, su cuestionamiento del museo y las estructuras del mercado del arte fueron muy importantes para el desarrollo de prácticas enmarcadas dentro de lo que hoy llamamos crítica institucional. La 32 Bienal de São Paulo fue importante por su temática y su acercamiento al otro y a las epistemologías del sur, sobre todo desde la posición de una bienal internacional en América Latina.

En México, la muestra de Marius de Zayas en la Casa Barragán, donde aprecié particularmente la mítica revista 291 que Zayas publicó junto a Alfred Stieglitz entre 1915-16. La museografía de Frida Escobedo era excelente y una publicación/objeto diseñada por Maricris Herrera. También Caminar juntos de Mario García Torres en el Museo Tamayo, que presentó una visión muy bien articulada de la rica y compleja producción de este artista mexicano.

Por su parte, debo destacar especialmente la programación del MUAC, donde pude ver varias muestras importantes; algunas inauguraron en 2015 pero se extendieron hasta comienzos de 2016, como la de Jeremy Deller (El ideal infinitamente variable de lo popular), un artista que asume el universo de significados de la cultura popular desde una posición de vanguardia para realizar una crítica de las contradicciones económicas y de clase en la Inglaterra contemporánea. Las videoinstalaciones de Isaac Julien, Playtime & Kapital, otro importante artista británico miembro fundador del colectivo Sankofa Film and Video Collective en los años 80 y comienzos de los 90 en Inglaterra.

Y la muestra Grupo Proceso Pentágono, que fue necesaria y pertinente en cuanto al rescate de momentos clave en el arte producido en América Latina y específicamente en México. Como parte de una investigación importante que han estado realizando académicos y curadores afiliados al MUAC y al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM desde hace varios años e iniciada con la muestra La era de la discrepancia en 2007, la exposición nos permitió ver el alcance del grupo a través de sus intervenciones en exposiciones del MUCA, su participación clave en la Bienal de París en el año 1976 y en el Primer coloquio de arte no objetual organizado por Juan Acha en Medellín en 1981, entre otros.

En esta línea, quiero terminar con la recientemente inaugurada exposición en el Museo de Arte Moderno, Juan Acha: por una nueva problemática artística, que revisa la importancia del crítico peruano en la producción artística de los años 60 y 70 en la región, haciendo lecturas cruzadas con obras del acervo del MAM e intervenciones contemporáneas de algunos de los integrantes del equipo curatorial —compuesto por jóvenes artistas y críticos mexicanos. Fue una muy grata sorpresa ver que las nuevas generaciones siguen pensando en el legado de Acha y en los problemas de su tiempo, que aún abren nuevas líneas de investigación y revisión crítica.