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Proyecto del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, por Norman + Foster. Tomada del sitio web del arquitecto
Richard Meier, Torres Reforma (en proceso). Render. Cortesía de Richard Meier & Partners Architects

Las ciudades que queremos

09.12.2015

Alejandro Hernández

La arquitectura que produce edificios y que puede exportarse, remezclarse y transformarse ha sido reemplazada por edificios que copian modelos fijos. ¿Qué sucede en las ciudades mexicanas, donde dialogan los estilos de arquitectos mexicanos con los de arquitectos estrella internacionales?

 

El disco Afroeuroasian Suite empieza con la voz grave de Duke Ellington explicando el origen de esa obra. Había oído al profesor McLuhan explicar que, debido principalmente a los medios de comunicación, el mundo entero se estaba volviendo oriental. Ellington dice que sus viajes se lo habían confirmado. Sin embargo, algunas regiones de Asia y Oriente Medio se han vuelto, al menos en lo que a sus ciudades corresponde, una versión intensificada de cierta arquitectura occidental o, más bien, de cierta imagen de la arquitectura occidental. En China, por ejemplo, las torres de vidrio —entre más altas mejor— erizan regiones donde antes no había más que pequeñas aldeas. A diferencia del Estilo Internacional en donde la misma forma de los edificios se replicaba con aparente indolencia en cualquier lugar —como mostró y criticó Jacques Tatti en su película Play Timela nueva arquitectura moderna —o tardomoderna— busca ser reconocible: es obra de autor incluso cuando se trata de una copia. La excepción se volvió la norma. Primero Hong Kong y luego Dubái, Shanghái o Kuala Lumpur, entraron en una competencia por construir hoy una ciudad que parezca del futuro que soñaron en Hollywood en los años ochenta y que los habitantes del futuro real seguramente nos reclamarán. Primero SOM y KMD y otras tantas compañías de arquitectos se sumaron al festín, hasta que llegaron las estrellas de la obra: Zaha y Foster, Gehry y Nouvel, Koolhaas y más. Cada uno con edificios que debían distinguirse a todos los que los rodeaban pero parecerse a todos los anteriores que habían hecho: ese es el chiste de tener un Gehry, que la gente pueda reconocer que lo tienes. Luego vinieron las copias, especialidad de los chinos. Al final, el modelo de desarrollo de algunas ciudades asiáticas, que parece exitoso sólo en términos financieros —en los que las torres son las barras de una gráfica que siempre apunta más arriba—, regresó como modelo de cualquier otra ciudad.

Hoy parece que cualquier ciudad del mundo que no tenga un par de docenas en construcción y varias obras de arquitectos enlistados en los Pritzker es una ciudad que ha fracasado.

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Fernando Romero/Norman Foster, Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (en proceso). Render. Cortesía de FR-EE

 

The Mexican Moment

El momento mexicano es ese que nunca termina de llegar o que, cuando llega, pasa demasiado rápido: una portada de revista prestigiada del extranjero, la sonrisa incrédula de algunos en el país, el aplauso de otros y al final la realidad como balde de agua fría que dice: esperen, esperen, aún no es su momento. Más que como resultado, como un conjuro para que esta vez sí sea cierto. También en México han aparecido algunas obras —o proyectos en curso— firmados por arquitectos notables. Sin embargo, lo que hemos visto aquí no tiene parangón con el fenómeno asiático. Los edificios que hasta ahora han construido algunos de esos arquitectos extranjeros son piezas sueltas que no hacen verano. Cesar Pelli construyó en la ciudad de México una versión a escala de sus Torres Petronas y luego el St. Regis en una esquina del Paseo de la Reforma. En Guadalajara, el proyecto del Centro JVC, que prometía edificios de Jean Nouvel, Daniel Libeskind, Wolf Prix, Thom Mayne y Zaha Hadid, no se realizó, pero Carme Pinós, que también formaba parte de los arquitectos anunciados, ya construyó un par de edificios en aquella ciudad. En Monterrey, Tadao Ando construyó un gran edificio para la Universidad de Monterrey que a muchos nos pareció excesivo y, literalmente, fuera de lugar. En Oaxaca, Ando también construyó un proyecto que si bien no es excesivo, algunos opinan que niega el paisaje en el que se sitúa. Zaha Hadid promete un nuevo conjunto de vivienda en la ciudad de Monterrey, mientras que en la de México, Richard Meier y Richard Rogers —éste en alianza con Legorreta— ya tienen proyectos avanzados. Rem Koolhaas no pudo convencer con su Torre Bicentenario y Norman Foster, tras varios proyectos desde hace tiempo en el país, ninguno realizado, tendrá a cargo el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en asociación con Fernando Romero, arquitecto, entre otros, del Museo Soumaya. Justo frente a ese museo, el inglés David Chipperfield levantó otro museo de diseño elegante y precisa ejecución: la sede de la Colección Jumex.

¿Es México la nueva Jauja de los arquitectos trotamundos? ¿Vendrán aquí a dejar sus icónicas obras como antes lo hicieron en distintas regiones de Oriente?

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Zaha Hadid, Esfera City Center (en proceso). Render. ©Zaha Hadid Architects

 

Tanto arquitecto foráneo construyendo edificios en México es un fenómeno distinto, a una escala mucho menor. Las condiciones no dan para tanto. Cuando en China se construyen ciudades enteras desde cero, en México se proponen, inspirados en aquellas, barrios o edificios sueltos que no siempre se realizan. ¿Estos arquitectos, además de sus edificios, qué nos dejan?

Si la arquitectura se puede exportar y contagiar a otras, ¿los edificios que algunos arquitectos hacen fuera de sus países sirven para eso? En parte. Pero probablemente no más que los tratados y los manuales, las revistas y los manifiestos o, dicho de otro modo, no más que las ideas —que no es exactamente lo mismo que la información. En ese contexto, los edificios que aparecen por aquí y por allá en el país podrían denotar más la aspiración de tener un objeto precioso —como quien tiene un Alfa Romeo— que la intención de entender los distintos procesos y las operaciones que intervienen en la producción de dichos edificios. Más pescados que pesca. Eso no es privativo de México. Desde hace ya un par de décadas, la arquitectura que produce edificios y que puede exportarse, remezclarse y transformarse en híbridos más complejos que aquellas de las que se derivan, ha sido reemplazada por edificios que responden a imágenes fijas de lo que ese preciso edificio debe ser: el defecto Bilbao es que lo que hace particular al edificio en relación a las condiciones de la ciudad en que se construyó y las ideas genéricas de las que es resultado y, después, alimento, quedan escondidas tras el deslumbrante brillo del titanio retorcido.

Richard Meier, Torres Reforma (en proceso). Render. Cortesía de Richard Meier & Partners Architects

Richard Meier, Torres Reforma (en proceso). Render. Cortesía de Richard Meier & Partners Architects

 

Arquitectura, ¿eres tú?

Lo que se podría aprender en estos casos es justamente aquello que hace la diferencia —que ya es una relación—
entre las arquitecturas y los edificios. Buena parte de la arquitectura mexicana de exportación, que no es mucha, debe su reconocimiento a cierto valor exótico: es como el tequila que el turista se lleva de vuelta a casa: su valor es una denominación de origen. Pero el tequila japonés es bueno; como el whisky japonés también lo es. La denominación de origen tiene al menos dos valores. Uno material: las condiciones geográficas y geológicas de tequila permiten que ahí se produzca un agave singular, único. Otro, digamos, materialista o, con mayor precisión, mercantil: la singularidad de un producto —sea una botella de tequila o una bolsa Chanel auténtica— adquiere un valor de cambio distinto por su singularidad pero también por su relativa escasez. No hay muchos edificios diseñados por mexicanos construidos fuera de México, pero de los que hay, la mayoría ha ganado parte de su valor por ser arquitectura mexicana, con denominación de origen. Tampoco es que del otro lado, en las importaciones, predomine la arquitectura, como una manera general de entender nuestras relaciones con y en el espacio: un Gehry o un Foster, tienen valor como piezas de autor o de marca. A veces esos edificios son ejemplo de una práctica atenta y, por tanto, muestras valiosas de arquitectura, otras no tanto —lo que no tiene necesariamente que ver con la calidad del edificio, ni en su relación con el sitio ni en sus detalles, aunque es cierto que hay edificios que delatan haber sido concebidos con poca atención a la especificidad del contexto que los acoge. Una cosa parece cierta: los arquitectos foráneos de renombre —los starchitects— no le quitan, en general, trabajo a ninguno local, como tampoco, probablemente, las grandes corporaciones que generan desde las consul-
torías hasta los proyectos. Es un mercado distinto.

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David Chipperfield, Museo Jumex. ©René Castelán Foglia

Nuestro trabajo, desde el gremio, debería apuntar a entender cuáles son las condiciones de esa producción: sacar la arquitectura de los edificios, en el sentido de construir formas de conocimiento generales que ayuden a producir nuevas obras. Tras criticarlo, poco más se puede hacer con un edificio de ese tipo si no entendemos la arquitectura de la que se deriva. Más allá del gremio, sin embargo, cabe preguntarse cuál es el tipo de ciudades que queremos —pregunta urgente en cualquier lugar, no sólo en México— y qué tanto esos objetos de firma —local o foránea— salpicados por aquí y por allá, tienen sentido dentro de esa idea de ciudad. El lugar de la arquitectura está en hacer ese tipo de preguntas e intentar variadas respuestas, no en una geografía determinada.

 


Alejandro Hernández es arquitecto. Coautor junto a Fernanda Canales del libro 100×100 Arquitectos del Siglo XX en México (2011) y autor de sombrillas, sombreros, sombras (2013), es director editorial de Arquine.

Alejandro Hernández

(@otrootroblog) es arquitecto. Ha colaborado para periódicos y publicaciones como Reforma Letras Libres. Coautor del libro 100×100 Arquitectos del Siglo XX en México (2011), y autor de Sombrillas, sombreros, sombras [de los principios de la arquitectura] (2013). Actualmente es director editorial de Arquine.

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Richard Meier, Torres Reforma (en proceso). Render. Cortesía de Richard Meier & Partners Architects

Museo Jumex. Fotografía de René Castelán Foglia.