Probablemente desde que Marcel Duchamp dio a conocer su museo portátil, hace más de 70 años —una serie de maletas que contenían versiones reducidas de las obras más importantes del artista—, el encanto por el trabajo liviano y fácil de transportar se diseminaría en la cultura. En 1985 Enrique Vila-Matas publicó Historia abreviada de la literatura portátil, donde abordó una de sus más grandes obsesiones: la conspiración shandy o sociedad secreta de los portátiles, fundada en 1924 y conformada por algunos nombres como el mismo Duchamp, Scott Fitzgerald, Walter Benjamin, César Vallejo, Rita Malú, entre otros. Dos requisito eran necesarios para formar parte de ella: además de que la obra artística tuviera que caber en un maletín, la otra condición era “funcionar como una perfecta máquina soltera.” 

Como siguiendo la primera premisa, el dúo de diseñadores Baines & Fricker produjeron un Laboratorio portátil de investigación. El mobiliario de peso ligero se desdobla de una maleta de madera, lista para viajar. El escritorio móvil cuenta con compartimentos para almacenar lo necesario para el trabajo, y una tabla que funciona a manera de mesa. 

¿No se quiere o no se puede dejar de trabajar? El frenético ritmo de la producción creativa y maquinal de las nuevas generaciones se sitúa en un espacio de convergencia entre la vida laboral y la privada. Y el proyecto comisionado para la consultora de diseño Fieldwork está hecho a la medida para el presente de los jóvenes profesionistas.