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Opinión: La forma sigue al antojo. Pabellón de México en la Exposición Milán 2015

27.05.2014

Recientemente el gremio de los arquitectos en México tuvo que digerir una merienda pesada: después de una larga espera, tras el fallo del jurado, se revelaron las imágenes del ganador del Concurso Nacional de Diseño Arquitectónico para el Pabellón de México en la Exposición Universal Milán 2015. El equipo ganador, conformado por el arquitecto Francisco López Guerra, el chef Jorge A. Vallejo y el biólogo Juan Guzzy, servía a la mesa de discusión un monumental “totomoxtle” (hoja de la mazorca). Así, la exposición de Milán estará dedicada a la alimentación y la sustentabilidad.

Las críticas al resultado fueron inmediatas. Entre otros asuntos, se enfocaron en tres aspectos: la torpe comunicación de los organizadores del concurso durante el proceso, la poca o nula presencia de criterios constructivos del proyecto ganador, y el lenguaje gráfico y el discurso ingenuos que los ganadores dejaron sobre las láminas. Pocas horas después, José Castillo, participante del concurso, resumía estas observaciones en una serie de 20 sentencias —dardos sintéticos en menos de 140 caracteres— a través de su cuenta de Twitter (@josecastillo911), con la advertencia de que no se trataba de un asunto de iconografía o de gustos.

De hecho, de eso se trata. En el acta del jurado —documento que más de un participante desconoce hasta este momento— se lee con toda claridad:

El proyecto ganador fue seleccionado por su valor icónico. El Pabellón expresa una clara identidad que remite a un factor esencial en la alimentación de los mexicanos, siendo la cultura del maíz un elemento que México ha presentado al mundo. Está diseñado en un lenguaje contemporáneo e integral en el que la arquitectura se convierte en una experiencia sensorial  que da vida y claridad a los contenidos museográficos y al tema de la Expo.

Otro signo distintivo del ganador es el carácter expreso de ser un recinto ferial-temporal, contemporáneo y sustentable con características de Pabellón.

Una plática con uno de los miembros del jurado, el arquitecto José Vigil, me confirma la imparcialidad del veredicto. Las virtudes del proyecto del equipo de Francisco López Guerra son, desde la perspectiva de quien lo evaluó, la espacialidad inédita, su condición de “pabellón” —que no de “edificio”—, y su capacidad de recibir un flujo numeroso y constante de visitantes.

Si algún valor conservan (todavía) las ostentosas ferias universales es el de dar sitio a la construcción de ideas arquitectónicas que flotan en cierto momento histórico. ¿Qué representa actualmente que en este concurso se premie el valor icónico de un proyecto que fue bautizado como “el tamal”, incluso antes de salir del salón de deliberaciones? Estrictamente hablando, sitúa al discurso en un momento ya superado por el pensamiento de la disciplina. En muy pocos talleres —profesionales o académicos— la argumentación de un proyecto podría iniciar con lo que la forma pretende representar. Se trata de un discurso obsoleto.

En 1998 en su libro Supermodernismo, Hans Ibelings observaba que “una arquitectura que refiere a nada fuera de sí misma y no apela al intelecto, automáticamente prioriza la experiencia directa, la experiencia sensorial, de espacio materia y luz. En una época en la que nadie se sorprende ya más con nada, parece que estímulos más intensos se requieren para despertar los sentidos”. Desde entonces, y por fortuna, no se vislumbra el regreso de los edificios parlantes. La obra de Peter Zumthor y el pensamiento de Juhani Pallasmaa, por mencionar los más obvios, han devuelto la experiencia arquitectónica a la piel, lejos de las interpretaciones de la forma.

Otras reflexiones son obligadas mientras se visita la exposición de los proyectos finalistas en la sede de ProMéxico. Desde su entrenamiento en las universidades, las entregas frustrantes para los arquitectos son aquellas en las que los criterios de evaluación se revelan al mismo tiempo que las evaluaciones —el odioso formato de oráculo. Esto no es otra cosa que el síntoma de la falta de postura explícita y de preparación seria de un ejercicio académico.

Un grupo significativo de las propuestas bien desarrolladas insistían en lo que Julio Gaeta, miembro del equipo que ganó el segundo lugar, llama “facilidad y racionalidad constructiva, en la reutilización de materiales y en procesos simples”. ¿Se equivocaron estos arquitectos al leer las bases de la convocatoria? o ¿por qué el jurado reconoce con el primer premio a la propuesta que muestra rampas y escaleras volando, detrás de fachadas “vegetales” sostenidas por acto de fe?

La convocatoria del concurso restringía la participación a aquellos arquitectos que demostraran “haber construido por lo menos tres obras de más de 3, 500 m² de equipamiento cultural, comercial, creativo o de servicios”. El filtro, que podría parecer cauteloso pero sensato en la agenda del concurso, devino problemático cuando el equipo ganador pretendió demostrar su oficio constructivo con un dibujo técnicamente impresentable. En vista del resultado, el concurso pudo haber sido dirigido a estudiantes capaces de resolver detalles constructivos con mayor oficio que el demostrado en esas láminas.

La cultura de los concursos para proyectos públicos en México está lejos de ser robusta. El permanente estado de suspicacia que rodea a los asuntos públicos en este país se cataliza —a veces injustificadamente— por la falta de rigor en las convocatorias y por la ausencia de reglas y políticas de comunicación nítidas. Los concursos deben madurar. Y el gremio debe aceptar la idea de que el mecanismo es valioso para discutir, pero no es infalible para encaminar la discusión. Los tamales a veces se hacen de chivo simplemente porque así le apetece a los comensales.

Posdata: Yo me hubiera ahorrado el trabajo de evaluar propuestas con errores ortográficos inaceptables. Además, las comillas que uno de los equipos agregaron a “cuatro semanas”, para determinar el tiempo de montaje de la estructura, son un recurso invaluable dentro de un contrato. Es una lástima que se hayan utilizado precisamente en el de este concurso.


Víctor Alcérreca es arquitecto. Es maestro en Cultura Urbana por la Universidad Politécnica de Cataluña. Es profesor en la Universidad Iberoamericana y en CENTRO de Diseño, Cine y Televisión.

[27 de mayo de 2014]

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