Vivimos en un mundo cada vez más creado. El entorno material proliferante nos ha contaminado de objetos que provocan, tanto en éstos como en la misma sociedad, pérdida de significado, valor e identidad. Lo superfluo tuvo su impulso con la exhibición universal de 1851 en Londres, que con la proliferación del gadget —el utensilio que en su reducida función cesa de ser útil— cambió el rumbo de la cultura material.

Si la simplicidad ha sido la contraparte de este modus operandi, la innovación se ha hecho imperante en nuestra era. En el ensayo El ornamento es un delito, de 1908, Adolf Loos además de advertir sobre las implicaciones económicas y culturales del exceso ornamental, logró un cambio de paradigma entre los diseñadores; un siglo después, John Maeda en su libro The Laws of Simplicity, refuerza la vigencia del tema en nuestra era. Sin embargo, la mera simplificación no garantiza un mejor producto o servicio, en cambio, la innovación puede además mejorar diversos aspectos en nuestras vidas.

El diseñador estadounidense, Jonathan Olivares ha hecho de la innovación parte integral de su práctica. A través de investigaciones minuciosas, JODR (Jonathan Olivares Design Research), ha propuesto cambios tipológicos sustanciales en muebles cotidianos que creíamos ya resueltos. Su investigación, además de cuestiones formales, ergonómicas y de materiales, implica un análisis de la sociedad contemporánea y sus actividades: la casa como oficina, o trabajar desde un sillón, entre otras. Su libro, A Taxonomy of the Office Chair editado este año por Phaidon, evidencia su interés por la investigación y crítica del diseño.

Olivares ha construido un sólido inicio; haber colaborado con Konstantin Grcic y dos piezas nominadas al premio Compasso d’Oro, apenas cinco años después de haber creado JODR, lo evidencian. Queda por verse si el impacto de sus contribuciones puede trascender el showroom y democratizar este diseño necesario.