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Carlos Carrera, El crimen del padre Amaro (2002)
Roberto Hernández y Geoggry Smith, Presunto culpable (2008)
Eugenio Derbez, No se aceptan devoluciones (2013)
Gary Alazraki, Nosotros los nobles (2013)

Japón: ¿Puede el cine mexicano ser comercial?

23.06.2015

Abel Muñoz Hénonin

Es muy raro que el otro cine mexicano sea el que tiene pretensiones comerciales. En nuestro país, la excepción no está en los festivales y las cinetecas sino en esos necios que intentan hacer películas para grandes audiencias. Es un mundo casi inexplorado, que los críticos y muchos académicos hemos obliterado, un poco por prejuicio (son películas comerciales), un poco por valores (preferimos el cine artístico…) inconsistentes (…menos cuando se trata de los blockbusters gringos), un poco por el modo en el que contamos la nuestra historia fílmica (de algún modo del cine de la Época de Oro, que según se nos dice era una industria, salió el cine de autor). Y como yo me encuentro entre la gente a la que describí de tan mala fe, voy a recurrir a una de las pocas personas que tienen un panorama casi total del cine mexicano reciente, Ignacio Sánchez Prado, académico de la Universidad Washington en San Luis (Misuri).

Ignacio vio varios cientos de películas para su tesis doctoral, que fue la base de su libro Screening Neoliberalism: Mexican Cinema 1988-2012. En su investigación ha trazado tres “procesos”: 1) la erosión gradual de la identidad nacional (antes que ocuparse de “lo mexicano”, las cintas posteriores a 1988 se ocupan de las redes del poder político), 2) la emergencia de la comedia romántica (donde la “clase creativa” –publicistas, locutores de radio, etc.– se incorpora a la élite del libre mercado) y 3) una redefinición del cine político (el ciudadano enfrentado al Estado y al crimen).

Sus “procesos” son muy útiles para entender qué pasa en las películas que han tenido éxito entre las audiencias. Por ejemplo, las películas de Luis Estrada y Jaime Sampietro y Presunto culpable (Roberto Hernández y Geoffry Smith, 2008) entran en el primer y el tercer procesos; El crimen del padre Amaro (Carlos Carrera, 2002) en el primero… Hacer el ejercicio es sencillo.

Sin embargo, su periodo de investigación terminó en 2012, y fue en 2013 cuando tuvimos el fenómeno inédito en muchos años –aunque faltan cifras para comprobarlo; probablemente no las hay– de que dos películas nacionales estuvieron entre las 10 más vistas y, aún más sorprendentemente, una de ellas fue la película más taquillera del año. Me refiero, como todos ustedes saben, a Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013) y No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez, 2013). La primera con 7.1 millones de asistentes, supera por casi dos millones a El crimen del padre Amaro (5.2 millones de asistentes), que durante diez años fue la película mexicana más exitosa; la segunda no tiene competencia ni por asomo: fue vista en salas por 15.2 millones de personas. Sin duda, hay un hecho contingente relacionado con su éxito: la presencia de Eugenio Derbez, seguramente la figura más relevante de la televisión mexicana, incluso por encima de los presentadores de los noticieros nocturnos. Pero tomando en cuenta también que sus participaciones en la pantalla grande no terminaron de cuajar (por ejemplo en No eres tú, soy yo, de Alejandro Springall), tiene que haber algo propio de su película o de las dos películas que haya conectado con las grandes audiencias.

Me parece que hay dos guías para entender estos éxitos: en primer lugar, que son comedias, y en segundo lugar, que están relacionadas con el cine mexicano clásico. El primer punto es poco interesante. Así que, después de dejar sobre la mesa que siete de las diez cintas nacionales más exitosas de los últimos años pertenecen a ese género, abordemos el segundo. Para nadie es novedad que Nosotros los Nobles está basada en El gran calavera (Luis Buñuel, 1949) porque lo dicen los mismos créditos de la película. Lo que sí es inesperado es que si uno repasa Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1948) después de haber visto la película de Derbez encontrará vínculos perfectamente claros, el más obvio es la relación padre-hija, pero el más serio es el aura de condenación que recorre ambas. Si hay algo que las cintas de Alazraki y Derbez dan a pensar es su relación con el cine mexicano de la Época de Oro. (Sólo se me ocurre otro ejemplo en nuestro cine posterior a 2000, Arráncame la vida, de 2008 y dirigida por Roberto Sneider, pero con un impacto bastante menor.)

¿No será que en nuestro imaginario guardamos un gusto por el cine mexicano de gran mercado clásico que casi no ha sido explotado por las nuevas generaciones de cineastas? En México vivimos una oposición desigual, imposible, entre Hollywood y nuestros artistas fílmicos, al punto que muchos de quienes quieren robar un pedazo de taquilla al monstruo transnacional intentan jugar con sus reglas, a pesar de que quizá el camino ya fue transitado a mediados del siglo XX y en 2013.

 

 

 

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Abel Muñoz Hénonin es comunicólogo. Fue editor de Icónica y es editor de la Gaceta Luna Córnea. Colabora en La Tempestad. Coordinó junto a Claudia Curiel los librosReflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental(2014). Es profesor de Investigación Cinematográfica en la Universidad Iberoamericana. Japón es la columna mensual del autor en Código con reflexiones en torno al cine mexicano.

[23 de junio de 2015]

Abel Muñoz Hénonin

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