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Carlos Cuarón, Rudo y cursi (2008)
Gary Alrazaki, Nosotros los nobles (2013)
Carlos Carrera, El crimen del padre Amaro (2002)
Luis Estrada, La dictadura perfecta (2013)
Luis Estrada, El infierno (2013)

Japón: ¿Nos gusta el cine mexicano?

21.07.2015

Abel Muñoz Hénonin

Me temo que a los mexicanos no nos gusta el cine mexicano. Y, en principio, creo que eso sólo habla bien de nosotros como público porque casi todo el cine mexicano es entre tibio y pésimo. Esto incluye al cine autoral (en su mayor parte tibio y de recetario) y al que pretende ser comercial (casi siempre pésimo, y de recetario). Con este panorama, no es extraño que sea tan difícil que “el cine mexicano”, así en general, así como si fuera un bloque compacto, se haga de un público.

Durante años se ha hablado de que debería destinarse por Ley el 15% del tiempo de pantalla en las cadenas de exhibición a el cine mexicano. Y, sin embargo, seguramente eso no significaría que la gente viera más cine nacional. Por el contrario, sólo se tendrían salas vacías –bueno, aún más vacías de lo que suelen estar. Además, me parece que después de los éxitos de Gary Alazraki y Eugenio Derbez en 2013 no hay duda de que una película mexicana puede llevarse la mejor tajada de la cartelera.

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Eugenio Derbez, No se aceptan devoluciones (2013)

 

¿Por qué hablar de esas dos películas después de haber dicho que la mayor parte del cine mexicano es o tibio o malo? La verdad es que las dos películas son buenas. Que no sean del gusto “ilustrado”, culto, –el que compartimos usted y yo, por supuesto– no las hace malas. Más bien requieren ser tasadas con otra moneda, una similar a la que se usa para medir los blockbusters gringos.

Si a pesar de las trampas de las exhibidoras (horarios raros, estrenos programados cerca de películas que les interesan más, falta de promoción) y del imperio comercial fílmico estadounidense, una película mexicana ya fue la más vista en nuestro país, claramente nuestra comunidad fílmica no tiene las manos atadas, ni está en una situación totalmente perdida. Por supuesto se trató de una cinta en donde Eugenio Derbez era la figura central y cuyo modelo retoma la tradición del cine mexicano de la llamada “Época de Oro” ( ver “¿Puede el cine mexicano ser comercial?”). Pero, como sea, la única condición sine qua non para conseguir taquillas masivas es hacer películas que apelen a gustos masivos.

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Luis Estrada, La dictadura perfecta (2014)

 

La pregunta consecuente con lo anterior es si nuestros cineastas quieren apelar a los grandes públicos. Hay dos respuestas: “sí y “no”. Luego de tan aguda observación, pasemos al “sí”.

Luis Estrada (y Jaime Sampietro), Carlos Carrera, Alejandro González Iñárritu, Alfonso y Carlos Cuarón, entre otros, han conseguido el éxito de la taquilla con películas generalmente «buenas y ya”. Cintas que merecerían un 8 si fueran trabajos escolares, vaya. Carrera tuvo El crimen del padre Amaro (2002); Iñárritu, obviamente, Amores perros (2000); los hermanos Cuarón, Y tu mamá también (2001); Carlos Cuarón sólo, Rudo y Cursi (2008); Luis Estrada y Jaime Sampietro son indudablemente los cineastas-autores comerciales más exitosos del México reciente con La Ley de Herodes (1999), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014). Si bien ninguno de ellos ha tenido el impacto inmediato que Eugenio Derbez consiguió con No se aceptan devoluciones (2013), todos lograron hacerse de un público considerable y, mucho mejor, colocar sus trabajos en nuestro imaginario colectivo popular.

Carlos Cuarón, <i>Rudo y cursi</i> (2008)

Gael García, uno de los protagonistas de Rudo y Cursi (2008), dirigida por Carlos Cuarón

 

¿Tienen todas esas películas algo en común? En términos estéticos, poco o nada: estamos ante directores y guionistas en busca de su propia mirada. En términos narrativos, en cambio, hay bastante en común. Por ejemplo, hay situaciones y personajes populares, ya sean urbanos o rurales, de carácter “muy mexicano”. Ya se sabe que “muy mexicano” no existe en la realidad, que México es un país megadiverso étnica y socialmente. Lo “muy mexicano” sólo existe como una imagen mitológica, consecuencia mayormente del engarce entre el PRI y la industrias mediáticas (el radio y el cine) de la primera mitad del siglo XX, cuando se buscaba una metanarrativa nacionalista integradora. Parte del éxito de la mayoría de estas películas –la excepción es Y tu mamá también (2001)– es su vínculo referencial, aunque no temático ni estilístico, con la mitología de la Época de Oro del cine mexicano, que, por cierto, fue la época de oro del priismo.

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Maribel Verdú, Diego Luna y Gael García en Y tu mamá también (2001), de Alfonso Cuarón

 

Además de ello tienen otras dos cosas en común: calidad y una campaña publicitaria de amplio alcance. Su publicidad sólo podía atraer a la gente a ir al cine–ese es su fin–; su calidad, a que esas personas la recomienden tanto en su tiempo en cartelera como para consumo casero.

Como sea hay cine mexicano pensado para grandes públicos cuyo éxito es un gran misterio, como las dos Películas de huevos (2006 y 2009), aunque he de aceptar que algunos de los videos que las precedieron en esa época en que el chocolate todavía se hacía con molinillo y lo viral circulaba por e-mail, en particular Los poetas huevos, me parecen muy logrados. En otros casos, la incógnita es por qué las películas no han logrado mejores resultados. Hay varias chick flicks regulares –como la mayor parte del género– que no encontraron su público. Pero al final, así suele ser también con los discos, los libros, etc. Fuera de esos casos, repito, las mayor parte de las películas mexicanas con intenciones comerciales son pésimas. Para hacer un recuento, recomiendo: a) hacer un recuento de su propia experiencia y/o b) leer “¿Por qué nadie está viendo películas mexicanas?”, un artículo de Ivonne Gutiérrez publicado recientemente, donde, por cierto no resuelve nunca la pregunta del título. Y es imposible responderla, porque la gente sí ve películas mexicanas. Una cosa es ir a verlas y otra que sean la opción preferencial del público.

Ahora bien, hay películas de autor como las de Fernando Eimbcke, Mariana Chenillo, Jorge Michel Grau o Claudia Sainte-Luce, que podrían ser perfectamente viables en los cines y no lo son. ¿A qué podría deberse esto? Lo abordaré en la siguiente entrega.

 

 

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Abel Muñoz Hénonin es comunicólogo. Fue editor de Icónica y es editor de la Gaceta Luna Córnea. Colabora en La Tempestad. Coordinó junto a Claudia Curiel los librosReflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental(2014). Es profesor de Investigación Cinematográfica en la Universidad Iberoamericana. Japón es la columna mensual del autor en Código con reflexiones en torno al cine mexicano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Abel Muñoz Hénonin

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