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Vía Proyecto 40
Gira de documentales AMBULANTE 2015 en la ciudad de México. Tomada del sitio oficial del festival
Raúl Rico, Noche de resurrecciones (2015)
Matthew Heineman, Tierra de cárteles (2015)
Ángel Antonio Delgado Vargas, El camino del Pancracio (2015)
Gustavo Gamou, El regreso del muerto (2014)
Luis Noé Reyna Orozco, Tembuchakua Santa Fe de la Laguna (2015)
Bernardo Ruiz, Lo que reina en las sombras (2015)
Andrea Esquivel Escalante, La niña de los charcos (2015)
Karina García Casanova, Juanicas (2014)
Ceremonia de premiación FICUNAM 2015. Tomada del Facebook oficial de FICUNAM

Japón: ¿Hay calidad en los festivales de cine en México?

19.10.2015

Cóigo

Desde que los críticos de la revista Cahiers du cinéma se convirtieron en los autores de la nueva ola francesa y se asociaron con el Festival de Cannes, el cine con intenciones autorales encontró su sitio. Y después de la aparición de los blockbusters, a finales de los 70 y principios de los 80, cuando comenzó la disminución de la exhibición del cine más difícil en las salas comerciales, y tras la multiplicación de los festivales, se estableció un circuito comercial especializado. La pregunta es: ¿qué pasa ahí? 

¿Cuántos festivales de cine hay en México en estos días? A falta del dato duro: muchos. Eso, en principio, es bueno porque significa que en un territorio amplio del país hay acceso, aunque sea temporalmente y mediante un evento espectacular, a películas —muchas veces mexicanas y latinoamericanas— que no serán difundidas en cartelera comercial.

Los festivales son el lugar natural para el cine con intenciones autorales y este es el momento para recordar que el cine documental comparte esa búsqueda. Los cines de horror, casi siempre también. Hay festivales con temas coyunturales (derechos humanos, diversidad sexual…), para públicos muy pequeños (documentales sobre arte, películas hechas por mujeres…) y esto obliga a ampliar la idea del circuito de festivales y cinetecas a una especie de “circuito de resistencia”: todo lo que no cabe en las salas comerciales tiene un lugarcito aquí. En consecuencia, es el espacio natural para la mayor parte del cine mexicano.

Todo lo anterior obliga a preguntar qué son los festivales hoy en día y cuáles son sus alcances, para entender qué sucede concretamente en México al respecto.

La Real Academia Española da como segunda acepción de la palabra festival, la que es pertinente para este ensayo: “Conjunto de representaciones dedicadas un artista o un arte”. Que su definición sea deficiente no es novedad, pero como en este momento no cuento con ningún diccionario mejor en castellano (el María Moliner, por ejemplo), recurriré al Oxford Dictionary of English, que en su segunda acepción define como festival a “una serie organizada de conciertos, obras de teatro o películas, normalmente celebrada una vez al año en un mismo lugar”. Bastante mejor pero aún insuficiente. Usémosla como base: se trata de un evento dedicado a un arte durante un periodo de tiempo, cuyo centro son representaciones, exhibiciones o proyecciones, pero que además suele sumar a ello fiestas o cocteles, premiaciones, conferencias, ventas, capacitación, etc. Además es un evento que busca convertir cada una de sus partes constitutivas en un evento a su vez.

Esta definición tan fría, descriptiva, no incluye el criterio de calidad que solemos adjudicarle inmediatamente. Se nota una desconexión entre la dimensión contingente (son eventos) y la dimensión utópica (se asume que son espacios para la producción artística de la mayor calidad). Y esa desconexión es mucho más evidente cuando uno asiste a ver películas.

Se puede esperar una oferta de calidad, pero a menudo no se encuentra. Esto se puede deber, en parte, a que la calidad es un criterio muy subjetivo que puede no ser compartido por un asistente, un crítico y un programador. También, en parte, a que ninguna selección es objetiva: hay modas, prejuicios, valores, amistades, etc., influyendo en la conformación de la oferta de cada festival. Aunque los hechos sean estos, no parece desatinado apelar a la dimensión utópica, es decir, concebir a los festivales, en la medida de lo posible, como espacios para el mejor cine.

Cuando un creador o productor somete a una cinta a un festival está compitiendo por un lugar. Así que, de una forma u otra, que la obra sea programada ya es un logro en sí. Luego siguen los palmarés. Si bien son espejismos —basta revisar uno para darse cuenta de que la mayor parte de las películas premiadas resultan poco relevantes con el paso del tiempo— por lo menos conceptualmente suponen una elección informada y de buen gusto (ilustrado), aunque a menudo haya agendas políticas o esnobismo en juego.

No hay director o programador que no piense que su festival es un evento cultural relevante. Por ello la primera pregunta es si los festivales cumplen la misión de ser escaparates a lo mejor del arte. La respuesta es tan amplia como los festivales. Se dice que el Festival de Cine de la Rivera Maya está teniendo gran calidad, que podría ser el mejor festival de México por estos días; la Muestra, Ambulante, Morelia y Guadalajara están más que asentados; FICUNAM y el Foro de la Cineteca son difíciles de juzgar en su totalidad… ¿Pero qué pasa en Oaxaca o Monterrey, en Fresnillo o las otras universidades? Es casi imposible saberlo. Esto nos lleva al punto inicial: es bueno que haya muchos festivales.

¿Y la calidad? Ernesto Diezmartínez a principios de este año escribió en su Twitter: “Urge que los festivales de cine en México, en cuanto a la competencia nacional, sean más rigurosos. Va para todos los festivales. Para todos.” El asunto no es menor. A veces pareciera que por temor a no tener una sección de un festival, por ejemplo, la dedicada al cine mexicano, se programa cualquier cosa o lo que hay en vez de declarar una parte del festival desierta, como es aceptable en cualquier otro concurso. No todos los años la comunidad fílmica entrega obras valiosas. Pero el llamado de Ernesto, al que me uní y me uno de nuevo, es un murmullo en el desierto. Por más que sea ingenuo hacerlo, debemos de esperar que los festivales sean los espacios donde se mantenga viva la tradición culta, ilustrada, aunque sepamos que bajo la idea de inclusión, de promoción o lo que fuere, se va a seguir pensando en la oferta antes que nada porque el circuito de festivales y cinetecas es un mercado. Llamar al rigor en la selección es lo único que se puede hacer frente al capital.

Por otro lado, los festivales, como eventos de eventos, están llamados a la excepcionalidad planificada. De hecho, es muy probable que por ello en los principales de fuera de la capital (Morelia, Guadalajara, Rivera Maya) una proporción muy grande de los asistentes provenga de la ciudad de México (la mayor parte de las casa productoras y las prensa está allí y asiste como parte de un plan de promoción o de trabajo) y que tanto por eso como por la temporalidad preestablecida para cada uno, el grueso de los espectadores del cine “de arte” mexicano no esté ahí, sino en cinetecas y salas independientes, el resto del circuito. Vale la pena ver qué pasa allá.

 

 

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Abel Muñoz Hénonin es comunicólogo. Fue editor de Icónica y es editor de la Gaceta Luna Córnea. Colabora en La Tempestad. Coordinó junto a Claudia Curiel los librosReflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental(2014). Es profesor de Investigación Cinematográfica en la Universidad Iberoamericana. Japón es la columna mensual del autor en Código con reflexiones en torno al cine mexicano.

 

 

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