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Sobre los actores y el cuerpo: Holy Motors

24.07.2013

En Holy Motors (2012) Leos Carax renunció por fin a sus películas de amantes al borde de algo (¿una adolescencia interminable?) para quedar al borde de otra cosa. Seguramente él mismo no sabe de qué, porque no es un hombre de ideas claras y porque la película no se trata de absolutamente nada. Vaya, no es una película vacía, pero no tiene tema. Más bien es una sucesión de sketches ejecutados por Denis Lavant, con dos excepciones, uno a cargo del mismo director y otro a cargo de Édith Scob. En el primero Carax se acerca a un tapiz de troncos de árboles con una piyama de rayas francamente godínez como sonámbulo. Después pasamos al personaje múltiple de Lavant, quien recibe misiones y cambia de ropa mientras recorre París –¿por qué los franceses sólo se ocupan de París?– en una limosina.

Acabadas sus misiones Édith Scob, su chofer, se pone una máscara, imitación de la que utilizó hace 53 años en Los ojos sin cara (Les yeux sans visage, 1960) de Georges Franju, que aquí parece una máscara de teatro griego y sólo enfatiza lo que ya ha sucedido durante toda la cinta: el personaje cambia o queda limpio al perder la cara, listo para ser otro; pero el personaje es el cuerpo de alguien, un ser físico listo para ser un lienzo. Todo esto remite, sin ninguna sorpresa, a la secuencia inicial: el cineasta es un soñador que sueña (crea) usando a otros como materia. El planteamiento es chato y obvio, pero el camino, esa película donde no pasa nada, es una reflexión sobre el cine, basada en el cuerpo humano y en el papel del actor. El cuerpo humano, la imagen del cuerpo humano, límpida, alterada, afeada… está en la médula del cine.


[24 de julio de 2013]

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