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Fuera de la ley: Proyectos autogestionados

17.09.2012

Trabajar sin un cliente y muchas veces en franco activismo para llevar a cabo proyectos de orden social es una de las estrategias que diseñadores y arquitectos han implementado en la actualidad.

Son innegables los cambios sociales que se han gestando recientemente en el mundo a raíz del surgimiento de las nuevas tecnologías. Fenómenos como las revoluciones árabes y los movimientos occupy son ejemplos palpables de individuos empoderados por las nuevas formas de comunicación que la tecnología permite y que, aun sin un liderazgo, ideologías o discursos claramente articulados, han sido capaces de cimbrar las estructuras tradicionales de poder e imponer formas colectivas de organización e incluso de gobierno.

Estos cambios, sin embargo, no se limitan al ámbito político. Lenta pero continuamente y cada vez con mayor frecuencia, vemos proyectos generados por diseñadores y toda clase de individuos que por medios e iniciativa propia impulsan su trabajo en todas las escalas y medios imaginables.

El desarrollo de proyectos teóricos, sin un cliente definido de por medio, no es en sí mismo una novedad. Podemos remitirnos a los grandes proyectos imaginados por muchos de los maestros del movimiento moderno a veces como versiones extremas de sus propias propuestas (pensemos en el Plan Voisin para París de Le Corbusier), otras con la intención de impulsar la práctica y tecnologías de la época (la torre de cristal de Friedrichstrasse de Mies Van der Rohe de 1913) o como francas visiones futuristas (Archigram, Moving City) que, en el mejor de los casos, quedan como meras suposiciones y en la mayoría como curiosidades del pensamiento de su época.

La diferencia fundamental radica en su relación con el poder. Mientras los proyectos teóricos de la modernidad, el Renacimiento o cualquier otro periodo histórico buscaban atraer la atención de los poderosos para intentar convencerlos de su posible aplicación, estas nuevas prácticas buscan generar sus propios recursos o atraer suficiente apoyo popular para poder realizarse con, sin o a pesar de aquellos que ocupan los puestos de poder.

Uno de los primeros y más exitosos ejemplos de esta forma de trabajo es el desarrollo de la High Line de Nueva York. Este multipublicitado y aclamado proyecto surgió en primera instancia de la iniciativa de dos blogueros, Joshua David y Robert Hammond, vecinos de la que entonces era una vía abandonada de tren, quienes sin un permiso formal y por lo tanto con el riesgo real de ser acusados de allanamiento, se dedicaron a documentar la flora que de forma natural había surgido sobre la extinta vía férrea desde su abandono. Este blog iniciado en 1999 con el tiempo se transformó en un movimiento activista y eventualmente en la organización Friends of the High Line, que se constituye actualmente como el patronato a cargo de la operación y financiamiento de este fantástico parque lineal. Ellos desde su trinchera privada promovieron en primera instancia el conocimiento del sitio para posteriormente crear un fondo de financiamiento y un concurso público del que resultó ganadora la propuesta de Diller Scofidio+ Renfro y que, con su gran popularidad, atrajo al gobierno independiente del alcalde multimillonario Michael Bloomberg.

Otro ejemplo fantástico de esta nueva forma de operar son las plataformas de financiamiento de proyectos creativos como Kickstarter, que permiten presentar planes de cualquier escala, medio y condiciones a una audiencia que voluntariamente decide participar como financiadores de sus proyectos favoritos a cambio de recompensas que pueden ir desde premios simbólicos hasta porcentajes reales de capital dentro de estas nuevas empresas creativas. Sus casos de éxito abundan y varían en escala, desde pequeños libros, tecnologías, objetos y películas hasta albercas públicas de grandes dimensiones y espacios de vivienda que surgen de la imaginación e iniciativa de sus creadores.

De acuerdo con sus fines y estrategias, podemos clasificar a tan diversas propuestas en tres grandes vertientes:

01. Proyectos de activismo. Son aquellos que buscan poner de manifiesto una causa social, política, ambiental o colectiva, y que para lograrlo pueden rebasar incluso los límites legales para llevar a cabo su agenda o para asentar las bases de un futuro proyecto legal. Pueden ir desde microacciones como la pinta de carriles para bicicletas (sin la autorización previa o apoyo alguno de las autoridades), la transformación de carteles publicitarios en macetas improvisadas donde se siembran flores, o pintar canchas deportivas en el arroyo vehicular de algún barrio popular como una forma de crear nuevos espacios públicos que prioricen al ciudadano sobre el automóvil, hasta obras de gran escala como la recuperación de un río urbano, la transformación de la estructura vial primaria de una ciudad y el uso de actividades creativas como un picnic en medio de una avenida (como el caso del proyecto para el río de la Piedad de Taller 13 en la ciudad de México), mediante el cual se busca atraer la atención de la ciudadanía y de los medios para impulsar el desarrollo del plan.

02. Proyectos sociales. Son estrategias para aliviar necesidades sociales en comunidades específicas que no cuentan con los recursos propios para aliviar sus problemas, pero que mediante la gestión de diseñadores y arquitectos, generan los recursos y metodologías para atenderlos. El ejemplo más conocido es el trabajo que realiza Architecture for Humanity, un organismo global que actúa de forma local en conjunto con comunidades, organizaciones, empresas y gobiernos. Sin embargo, el rasgo que lo ubica como una desarrolladora de proyectos autogestionados es que no requiere de la acción de ninguna de esas entidades para crear sus proyectos. Es decir, primero genera la propuesta para posteriormente involucrar a estos actores en su realización.

03. Proyectos para el mercado. Consisten en propuestas basadas en la búsqueda de nuevas oportunidades comerciales, pero sin la intervención de un cliente específico. Es decir, el diseñador o arquitecto elabora primero la propuesta a manera de un producto que responde a alguna necesidad de mercado detectada por ellos mismos, para posteriormente ofrecerse a algún desarrollador privado, empresas, gobiernos o grupos colectivos (crowdfunding, por ejemplo Kickstarter) para su financiamiento. Si bien son el tipo de proyecto más común, pueden presentarse en una variedad casi inimaginable, que va desde el diseño de productos de consumo, albercas flotantes para los ríos de Nueva York, nuevas tipologías de vivienda colectiva (BIG Mountain Dwelling), comunidades LGBT para personas de mas de 40 años, o incluso desarrollos urbanos completos bajo un esquema de Hágalo Usted Mismo, en los que la propia comunidad y las reglas del mercado determinan a lo largo del tiempo la forma que ésta irá tomando.

Es interesante destacar que si bien algunos proyectos se mantienen claramente dentro de alguna de estas clasificaciones, es muy común que caigan en varias categorías y si, por ejemplo, regresamos al caso de la High Line, es notable el hecho de que funciona en cualquiera de las tres, al ser un proyecto de activismo por su origen en la documentación de un fenómeno natural; social por la creación del mayor espacio público en los últimos 100 años en la isla de Manhattan y de mercado por el extraordinario aumento en la recaudación de impuestos prediales en la zona gracias al surgimiento de un enorme numero de desarrollos inmobiliarios que aprovechan las vistas hacia el nuevo parque elevado y que representan incluso montos mayores a la inversión hecha para la conversión del espacio.

Estamos ante tiempos extraordinarios en los que por primera vez en la historia las disciplinas creativas puedan tomar la batuta sobre el desarrollo futuro de nuestros espacios, economías y sociedades. Es una posibilidad que nos dará ejemplos interminables en los años venideros, en los que de manera colectiva, pero gracias a iniciativas individuales, podamos determinar el camino que deseamos seguir.


[17 de septiembre de 2012]

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