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Entrevista a Mariana Castillo Deball

31.07.2012

Mariana Castillo Deball (ciudad de México, 1975) vive y trabaja entre Ámsterdam y Berlín. Estudió Artes Visuales en la ENAP (UNAM) y realizó estudios de posgrado en la Jan van Eyck Academie en Holanda. Participó en la 54 Bienal de Venecia; en la 29 Bienal de Sao Paulo; en Manifesta 7 en Italia y en la 5 Bienal del Mercosur. Su trabajo ha sido mostrado en espacios como la Tate Modern y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Recientemente ganó el Zurich Art Price 2012 otorgado por la fundación Haus Konstruktiv de Suiza.

Para ti, ¿qué es la práctica del arte contemporáneo?

Me di cuenta de que con el arte contemporáneo era posible tener una flexibilidad que me permitiría trabajar con diferentes disciplinas que me interesan como la ciencia y la literatura; y que aún así esas investigaciones iban a ser consideradas como un producto artístico. Lo que me interesa es ver cómo funciona esa estructura interdisciplinaria en una practica artística que le da materia a mis pensamientos de una manera que no es solamente académica, sino que tiene que ver con los materiales, con las historias y con las imágenes que poseen diferentes calidades y cualidades.

¿Por qué trabajas en Europa?

Me fui a estudiar a la Jan van Eyck Academie, en Holanda, porque me interesaba la filosofía, la literatura y el arte, y no encontraba un lugar en México donde pudiera desarrollar estas inquietudes simultáneamente. Cuando llegue ahí, sentí que mis intereses tenían un lugar y, desde entonces, trabajo y vivo en Europa, pero me ha costado mucho trabajo. Mi estrategia para subsistir en Alemania —que es donde actualmente vivo— ha sido utilizar mis habilidades de distintas maneras: doy clases, pláticas y talleres e intento convencer a diferentes instituciones para hacer los proyectos que me interesan. Por ejemplo, hice varios proyectos en Holanda dentro de museos de ciencia o arqueología, es decir, en otros canales institucionales que no son los convencionales para el arte contemporáneo. Digamos que no entré por el lado comercial del arte. En primera instancia, yo no me dirijo a instituciones artísticas, sino a instituciones de otro tipo y así empecé mostrando mucho más en museos que en galerías.

¿Cómo crees que ha cambiado el mundo del arte de hace quince años a la fecha?

Creo que hace tiempo hubo un momento en el que se creó un sistema y una serie de espacios, pero cuando yo estudié y comencé a trabajar, estos ya no existían. A mi generación le tocó empezar desde otro tipo de aproximaciones. Es una generación mucho más dividida y no hay un sentido de cohesión social tan fuerte ni un hilo conductor que se pueda distinguir o comparar. Cada artista es un átomo que está tratando de generar su propio territorio y, aunque colabore con otros artistas y haga trabajo en equipo, no es lo mismo. Es una situación mucho más dividida. Mi proyecto de vida y mi trabajo en general parten esencialmente de las colaboraciones que hago con los demás pero no es una cuestión gremial.

¿Cómo vendes un proyecto?

Como mis proyectos son tan largos, utilizo las distintas exposiciones a las que me invitan o me acerco a algunas instituciones con las que me interese trabajar para hacer avanzar el proyecto. Digamos que es imposible que alguien me financie el proyecto completo porque es muy caro.

¿Cómo ves la escena del arte mexicano?

Creo que en relación a Latinoamérica, México es un país privilegiado, porque parece que hubiera una urgencia de los artistas por hacer cosas. Si lo comparas con la escena europea, te darás cuenta de que allá todo está mucho más dormido, que todo es mucho más complaciente y aquí todavía hay algo de furia interna que persiste. Puede que aquí las instituciones no funcionen como a la gente le gustaría y que siempre haya millones de quejas, pero creo que es una escena bastante activa y parece que hay más posibilidad de que los artistas jóvenes empiecen a crecer. En este país, al fin de cuentas, hay más autonomía de los artistas porque como hay menos espacios institucionales para hacer cosas, la gente tiene que hacer lo que puede con lo que tiene.

¿Cuál es tu diagnóstico sobre el arte contemporáneo?

El sentimiento que tengo con respecto a Europa, por ejemplo, es que cada vez las instituciones necesitan menos a los artistas y en el futuro se va a privilegiar a los museos y curadores y museógrafos, porque los artistas son estorbosos y hacen preguntas incómodas. Eventualmente, creo que el artista va a desaparecer y se va a quedar esa especie de elefante blanco para los turistas, para la gente que quiere ver un edificio que es espectacular.

El artista ya no es necesario como tal dentro de esta infraestructura que se llama arte. Es un sentimiento que he tenido sobre todo en bienales; aquí lo único que importa es el nombre del curador o quien construyó los muros. La autonomía del artista está desapareciendo y se está privilegiando el discurso sobre la visión.

 

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