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Entrevista a Lucas Bambozzi

18.07.2012

Tendemos a pensar la tecnología como un sinónimo de desarrollo, de progreso. Sin embargo, una de tus piezas me parece un agudo comentario de cómo también ésta se puede volver un problema al crear tanto deshecho. Es Mobile Crash. Tanto en el arte como en la vida cotidiana, ¿la tecnología es progreso o es desechable?

La tecnología está casi siempre asociada a ideas de innovación, lo que no siempre es verdad. Y esas ideas nos hacen vulnerables a un pensamiento tecnodeterminista. Pero detrás de la idea de progreso, me parece importante recordar que están las ideologías o las estructuras de poder. No creo que exista alguna tecnología “inocente”, es decir, exenta de pensamiento ideológico. En Mobile Crash procuré abordar algunas de estas cuestiones. El proyecto trata conceptos ligados a la constante y creciente obsolescencia de todos esos aparatos que nos son presentados como objetos de deseo o de consumo. Esta idea surgió a partir de mi interés en los llamados medios o dispositivos móviles. Desde 2004, he participando, de un modo o de otro, en una serie de eventos ligados a ese universo: ya sea en la curaduría de eventos como el Sonar Sound (hermano del Sónar de Barcelona) que incluyó una exposición llamada Life Goes Mobile; ya sea dando clases sobre “microcinemas” o a partir del festival arte.mov que existe desde 2006 y del cual soy fundador y coordinador (www.artemov.net). Mis investigaciones en ese campo me llevaron a crear un proyecto con un punto de vista más personal alrededor del contexto de esas tecnologías. Mobile Crash es, entonces, una especie de comentario sobre la relación “amor-odio” (o deseo fugaz y decepción) que existe entorno a determinados equipos tecnológicos. Pero me interesa, sobre todo, discutir el modo en que los lenguajes también desaparecen con los medios que mueren o se tornan obsoletos o son descartados. La tecnología puede ser equivalente a progreso pero no necesariamente, puede ser desechable, pero no sólo eso. Me interesa, al final, como productora de lenguaje y me interesa lo que nosotros hacemos con ese lenguaje.

¿Qué piensas de las etiquetas que se usan en el arte? Porque me parece que en la actualidad la mayoría de los artistas prefieren no etiquetar sus prácticas. Pero con las llamados “nuevas tecnologías” en México todavía es algo que se hace con frecuencia. Se hace mucho hincapié en si un artista hace video, arte sonoro, etcétera. Dinos qué piensas de las etiquetas en el arte en general y en tu práctica en particular.

De manera general, no me gustan los rótulos de tendencias de lenguajes en ninguna forma de expresión ligada al arte. Me gradué en Comunicación Social y años después me fui formando como artista a través de las propias aproximaciones que existen entre la comunicación y el arte. Así que estoy de acuerdo con la idea de que los discursos expresivos demandan herramientas o medios distintos. Es en función de determinadas necesidades de expresión que escojo los medios más apropiados para uno u otro discurso o comentario. Pero creo que más que detenerme sobre los medios (en la condición de la relación entre ellos y el artista), experimento con las posibilidades de expresión de la subjetividad y lo que ocurre actualmente a través de los medios. Sucede que vivimos rodeados de dispositivos que potencializan las formas de enunciación de la intimidad y la subjetividad. Y, por tanto, algunas relaciones de causa y efecto son difíciles de estimar. Mi trabajo está puntuado por cosas vividas, ya sea que estén mediadas por sistemas de comunicación (como una cámara, por ejemplo), reflejos de un contexto global o por la acción directa de las relaciones interpersonales. Acostumbro decir que me armo con los aparatos mediáticos y los apunto hacia el universo de las relaciones humanas. Otros lo hacen apuntándolos hacia los propios medios, los animales, el espacio arquitectónico, las cuestiones espirituales, el lenguaje escrito o hablado, el lenguaje no verbal o las formas abstractas. Yo me intereso particularmente en las relaciones de poder que se establecen a partir de la tecnología, así como en el impacto de los medios tecnológicos en la trama social que provocan mecanismos o flujos interesantes dignos de ser explorados. Me importa ver como ese poder emerge de determinados sistemas, algunos más o menos oscuros, y como ese poder es sentido, experimentado, negado o subvertido por las personas. Es decir, los problemas son la materia bruta y yo me intereso por los síntomas. De tal forma que no son los medios los que me importan sino el tránsito entre ellos y, claro, nuestra acción frente a ese tránsito.

Una parte importante de tu obra se presenta en formato de video. ¿Qué opinas de la democratización de esta forma de documentar imágenes en movimiento? Porque me llama mucho la atención cómo fenómenos como los celulares, youtube, etcétera, permiten que ahora todo el mundo haga video y lo comparta. Incluso por ahí supe que el cineasta Win Wenders está haciendo una película con fragmentos de video de personas comunes y corrientes. Y sí, se está generando muchísima información y contenidos en este formato, es muy fácil acceder a ella y mucha no tiene la mayor trascendencia o si la tiene incluso puede ser negativa. Sé que esto no necesariamente es arte, pero sí son fenómenos que hacen masivo el consumo de imágenes y la posibilidad de crearlas. ¿Qué piensas?

Con internet surgieron nuevas posibilidades de acontecimientos audiovisuales y eso me parece muy interesante. Prefiero no llamar a ese fenómeno democrático, pero es verdad que hay un gran aumento en la distribución de los medios de acceso a la producción. Por ejemplo, sólo tuve los recursos para adquirir mi propia cámara de video después de haber trabajado casi seis años produciendo cosas de manera independiente (fue un lapso entre 1988 y 1994 en que no tenía recursos o equipo). Hacía lo que podía con lo que tenía y muchas veces eso sucedía con una cámara VHS prestada, una Super8 comprada en algún mercado de pulgas o una 16 mm antigua, rodando con película vencida. El escenario ahora es muy diferente. Hace tres años había más de 100 millones de cámaras fotográficas digitales en uso en Brasil, con buenos recursos de video y producción de imagen. Y ahora esos equipos están dotados con un funcionamiento en red, pautado por la conectividad. Ese proceso acaba por definir un tipo de práctica y también un lenguaje marcado por la experimentación con esas herramientas —con todo lo que la idea de experimentación puede tener de interesante o de ingenuo—. Es un proceso asociado a la producción de imágenes. En mi caso, por ejemplo, ya no busco tanto la imagen en sí como las relaciones que las imágenes establecen con determinadas situaciones, con el espacio, con situaciones sociales, cuestiones políticas o con el otro. Los efectos de los nuevos circuitos posibles en el ámbito de la distribución todavía no se han hecho sentir de manera clara. Pero ya implican con certeza nuevas formas de hacer filmes, nuevas formas de pensar el propio lenguaje del cine y aquellos procedimientos todavía arraigados en dogmas y estructuras pesadas.

Tienes una actividad también importante cómo curador e investigador. Por favor platícanos un poco sobre esto. ¿Cuáles son tus motores? ¿En qué tipo de proyectos y discursos te gusta involucrarte?

Nunca pretendí seguir una carrera como curador. Lo que me llevó a involucrarme en proyectos de curaduría y organización de festivales y exposiciones fue la necesidad de profundizar en el entrecruzamiento de los medios de comunicación y el arte. Así que me enfoco en los medios electrónico-digitales, pues es el campo de investigación que más me interesa. Uno de los principales proyectos que me han  llevado por ese camino es el festival arte.mov ya mencionado, que involucra una serie de acciones y actividades alrededor de la llamada cultura de la movilidad. Su creación fue el resultado de la observación de determinados fenómenos o estadísticas en Brasil. Son números relativos, claro, pero que incitan a la reflexión. Por ejemplo, sabemos que en Brasil hay 7 millones de personas que acceden a internet exclusivamente en locales públicos, ya sea pagados o gratuitos. Y son cerca de 40 millones accediendo a internet. El número de teléfonos celulares en operación en el país es impresionante: cerca de 200 millones de aparatos, un número mayor al de la propia población. ¿Y qué se hace con eso? ¿Será que esa información apenas sirve para alimentar redes sociales como Orkut o Facebook? Pienso que hay más motivos para discutir y crear en ese escenario. Son millones de piezas pequeñas esparcidas por todos lados: en aparatos que comienzan a tornarse en micro-centrales de producción de contenido. Ese aspecto sería suficiente para justificar una mirada seria por parte de los investigadores o artistas. Pero esas tecnologías, que también son locativas, según muchos críticos y pensadores (Manuel Castells, Patrick Lichty, Giselle Beiguelman, Marcus Bastos, Marc Tuters, Steve Dietz, Andres Burbano, Bruce Sterling), están haciendo un mapa de sus propios dominios y geopolíticas al mismo tiempo que abren nuevos caminos para un realineamiento en el mundo o en la realidad social de una comunidad específica (hablo tanto de la sensación de participación como de algo efectivo).

A través de actividades como el festival arte.mov nos proponemos entender el término de forma inclusiva, en vez de excluyente, lo que muchas veces implica el riesgo de no diferenciar los medios locativos de otras formas de involucramiento con la espacialidad, con la realidad social. Pero nos incita a enfrentarnos al contexto, en vez de criticarlo a distancia o de ignorar todo un campo por anticipado. Reiterando lo que dije al principio de la entrevista, como artista involucrado en los medios, me interesan los fenómenos, las formas de mediación y los procesos de fricción entre la comunicación y el arte. Me interesan los usos de esos medios, los efectos colaterales resultantes de su utilización masiva o abusiva. Así, antes de buscar un distanciamiento neutro, me detengo sobre esos medios, sobre lo que se puede hacer con ellos críticamente. Y las actividades paralelas, como las curadurías en las que me involucro, proporcionan eso.

Por último, por favor comparte con nosotros de qué otras disciplinas abrevas para realizar tu trabajo como artista.

El universo del cine siempre fue un motivante, continúa siendo un medio influyente en todo lo que hago, pero cada vez me interesa menos hacer ese tipo de cine y busco otros modelos y formatos. Recuerdo que Hitchcock decía que la lectura de los periódicos, en especial de los reportajes policíacos, eran su fuente de inspiración predilecta. Yo prefiero hablar más de concentración que de inspiración, y en ese sentido me intereso en los datos vinculados a relatos de lo cotidiano (en Brasil están relacionados con los reportajes que tratan sobre las ciudades), las vidas comunes, los barrios, las localidades aparatadas. Y está la política alrededor de todo eso. Hace unos años, en un debate entre amigos fui provocado por un colega que citó una conocida frase de un filme de Glauber Rocha (salida de la boca del actor Jardel Filho, en Tierra en trance): “el arte y la política son demasiado para un solo hombre”. No hay forma de negar la fuerza poética de dicha afirmación, principalmente porque sugiere un arrebatamiento irreversible tanto en una opción como en otra, lo que hace inviable la vivencia de ambas de manera exacerbada o completa. Pienso que siempre fue adecuado al artista o realizador tener una posición política bien definida y clara, pero son pocos los momentos de la historia brasileña en que la estética ligada a la política ha sido bienvenida.

Una forma revolucionaria hoy en día es diferente de lo que era en la revolución rusa (inclusive porque el contenido hoy se ve atravesado por los propios medios como decía Marshall Mcluhan). Pero en el aspecto práctico, son los circuitos existentes o la crítica (cuando existe) los que señalan lo que puede o no ser bienvenido en términos de acento político. No hace mucho se percibía en el arte (por ejemplo en las bienales 24ª y 25ª de São Paulo en 2002 y 2004) una cierta reticencia a aquello que fuese demarcado explícitamente como político. Ahora lo político parece haberse absorbido como elemento esencial al arte, pero eso puede llegar a ser generador de saturación. Me preocupa cuando llega el momento en que se dice que la política satura el terreno del arte. Porque entonces desautoriza una necesidad, una compulsión natural, cuando somos políticos por naturaleza. Y me preocupo también cuando algo, ya sea un tema, una línea estética, una técnica o un recurso poético que urge ser explorado, pasa a ser tachado de moda o de modismo.

Eso funciona como un elemento desestabilizador, que supuestamente avala la consistencia de una estructura mal dibujada. Junto con la tendencia a desaprobar determinados asuntos está una negación a observar en que barco vamos, hacia donde nos lleva y hacia donde nos gustaría ir. Modismo, saturación y cansancio se mezclan demasiado. Y lamento el cansancio con que determinados medios, y también cierta academia o grupos de curadores tratan ciertos temas, de manera que los agotan o desgastan, reproduciendo lo que los medios televisivos hacen alrededor de los hechos o las celebridades. En el mismo debate antes mencionado, se preguntó: “¿si el arte y la política son demasiado para una sola persona, y dejamos de hacer una u otra cosa, será que conseguimos hacerlas por separado?”. Pienso que esa pregunta es bastante inspiradora. En el caso de mi trabajo, creo que fui dándome cuenta poco a poco que ya había realizado (desde 1996) una serie de videos e instalaciones que evidenciaban una vocación política bastante clara, especialmente ligada a las indefiniciones entre espacios públicos y privados y los conflictos de ahí resultantes. En fin, esa motivación sigue hasta hoy, en una continua inquietud por entender la política que se confunde entre micro y macro.

Traducción: Jimena Sánchez Gámez

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