Cn

Opinión: Lo que hay de Estados Unidos en Cuba

12.02.2015

Patirki Astigarraga

Lo que hay de Estados Unidos en Cuba se encuentra a las orillas del malecón de la bahía de La Habana. Su presencia diplomática reside en un edificio de oficinas de los años 50.

El edificio tiene una presencia difícil. Como si se tratara de un castillo embrujado, es apartado y detestado por sus vecinos, pero está sujeto al escrutinio de ojos sospechosos, de mitos e intriga por parte de los locales.

Sin lugar a dudas, su apariencia es extranjera. Tanto su arquitectura como su espíritu político representan otra era; un pasado cooperativo ahora imposible, luego de 50 años de complicada diplomacia, entre calumnias, propaganda y ensayos para restaurar la relación entre ambos países.

Diseñada en 1950 por el renombrado arquitecto Wallace Harrison y Max Abramovitz —ambos, autores de la Base Central de la CIA en Langley, Virginia, y un sinnúmero de proyectos cívicos—, fue terminada de construir en 1953, no exenta de importantes críticas. Ese año la estructura les valió un lugar en la exhibición La arquitectura del Departamento de Estado en el Museo de Arte Moderno, de la mano de otro elemento consular en Río de Janeiro y otras siete embajadas.

Cuerpo-1

 

La Habana era simple y elegante: estaba integrada por un gran primer nivel con dos patios que albergaban el área de información, de visados y escritorios consultares. Además, una torre de oficinas al fondo, que contenían al área diplomática, las bases de datos y operaciones, así como otras áreas de misiones sensibles del Gobierno. Los paneles de mármol travertino importados, las claras líneas y simples geometrías rectangulares, resumieron tanto la estética industrial del Estilo Moderno Internacional como la inevitable influencia de la cultura americana, lista para ser desbordada en el territorio.

No sólo la apariencia del edificio emanaba una presencia imperialista; también lo fue desde su concepción y sus métodos de construcción. Para reciclar las deudas de la Segunda Guerra mundial, algunos países europeos contribuyeron al financiamiento de la Embajada a través de materias primas y contribuciones directas en efectivo. La fachada de mármol, por ejemplo, fue un regalo del Gobierno Italiano, mientras que otros materiales fueron exportados de Francia, Bélgica e Inglaterra, para reducir las deudas de estos países.

Fiel a su nombre, las preocupaciones del Movimiento Internacional tenían poco que ver con la sensibilidad regional y las condiciones locales. Sus orígenes teóricos hacen de su arquitectura, estandarizada para producciones masivas, una de difícil adaptación contextual. Así, aunque Harrison y Abramovitz mostraron gran entusiasmo por el contexto inmediato de la obra, cualquier intento subsecuente por refinar el ambiente externo resultaba en un híbrido.

Por ejemplo, los arquitectos alinearon el edificio delgado de oficinas hacia un eje Norte-Sur, tratando así de interceptar los vientos del Este-Oeste de la costa, a través de rejillas o ventanas móviles. Un acto bienintencionado; sin embargo, la única función de las rejillas re la ventilación del edificio, mientras que la fachada de vidrio no era práctica, siendo ésta reemplazada bajo un costo excesivo en 1997.

Cuerpo-4

 

No es coincidencia que el edificio guarde gran similitud con otro mucho más famoso, que es la meca de la diplomacia mundial. Mientras que la arquitectura de Las Naciones Unidas en Nueva York (1952) siempre ha sido atribuida a Neimeyer y Le Corbusier, realmente fue Harrison quien se hizo cargo de la colaboración internacional. Como en la Embajada de La Habana, el edificio tiene una planta rectangular alineada con el eje Norte-Sur. Las ventanas cubren las fachadas Este y Oeste, mientras que la luz natural colorea los paneles de las fachadas Norte y Sur, delineando sus perfiles.

El resultado es la forma de una I, bien demarcada y enmarcada con vidrio; un esquema que desde entonces ha sido reutilizado en proyectos alrededor del mundo. No obstante, el prototipo fue ideado por Neimeyer —quien utilizó el esquema 5 años más tarde, en Brasilia— y el éxito del modelo fue posteriormente apreciado y retomado por Harrison en La Habana.

La calculada decisión de construir la Embajada bajo este estilo particular tuvo un significado cultural importante en el contexto del clima geopolítico mundial. El modernismo representó deliberadamente a los valores de los Estados Unidos, y trató de inspirar al mundo a seguir sus pasos: era una promesa de prosperidad y oportunidad encubierta por los mecanismos tecnológicos e industriales de la época.

En el contexto de la Guerra Fría, fue de igual importancia que el clasicismo de la Preguerra Soviética reflejara una oposición dialéctica a esta filosofía: una cargada de imperialismo, monumentalidad e intimidación. Aunque la arquitectura soviética de exportación eventualmente alineó con más congruencia sus valores proletarios del momento, ambos acercamientos definieron a uno de los campos de batalla culturales más intrigantes y prolíficos del momento histórico.

Cuerpo-5

Debido a las circunstancias políticas y militares externas, el atractivo ideológico de la arquitectura de la Embajada no fue exitosa; su papel diplomático tuvo poco tiempo de existencia. La Revolución Cubana de 1959 y la consecuente instalación de un Gobierno con lineamientos soviéticos ocasionó el rompimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en 1961.

Removiendo su presencia oficial de la isla, el gobierno norteamericano entregó las llaves a la Embajada Suiza para preservarla, permitiendo que el edificio mantuviera su estado soberano con inmunidad diplomática para sus ocupantes. Desde el relajamiento político, negociado por el presidente Carter en 1977, el edificio ha servido bajo el título de Sección de Intereses Especiales de los Estados Unidos, un sitio no oficial de diplomacia que aún opera formalmente bajo auspicio del Gobierno Suizo.

Sin embargo, las funciones del edificio como instrumento ideológico nunca han cesado. Existen especulaciones de que éste ha servido como base de operaciones de la CIA en la isla, legitimizando la enemistad del público cubano. Durante la segunda administración del presidente Bush, el gobierno americano ha incrementado la tensión deliberadamente, iluminando la fachada con mensajes de los Derechos Humanos.

Cuerpo-6

 

En respuesta a ello, el Gobierno Cubano levantó 138 banderas en la Plaza Anti-imperialista, justo frente al edificio, para bloquear la visión de las leyendas. Este “concurso de enfado” arquitectónico continuó hasta el año 2009, cuando el presidente Obama fue electo y prometió restablecer las relaciones entre los países.

Con una leve disminución en las tensiones, la estructura retoma, poco a poco, su propósito original: el de ser un símbolo de colaboración, probando la resistencia de la arquitectura como objeto de evocación simbiótica en la memoria de una sociedad colectiva.

¿Podrá la Embajada representar nuevamente la visión optimista de un mejor futuro, como nos fue prometido por L’Esprit Nouveau? ¿O será que la estructura física habrá sido dañada para siempre por sus asociaciones con un pasado político perturbador? Tal vez ésta sea la capacidad duradera de la arquitectura: la de generar nuevos significados, en contra de los arquitectos sin poder, destinados a que sus edificios tengan vidas propias.

 


[11 de febrero de 2015]

Patirki Astigarraga

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.