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El último Elvis, Armando Bo, 2012.
El último Elvis, Armando Bo, 2012.
El último Elvis, Armando Bo, 2012.
El último Elvis, Armando Bo, 2012.

Reseña: El último Elvis. Existir a través del otro

17.04.2014

El último Elvis (2012), ópera prima de Armando Bo (1978), es una coproducción argentina y norteamericana. Se presenta en la 56 Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional. Aquí la reseña:

El plano secuencia con el que inicia El último Elvis ofrece una apuesta formal atractiva: mientras la cámara se mueve con soltura y precisión, escuchamos –acaso como homenaje– Así hablaba Zaratustra, poema sinfónico de Richard Strauss, mientras subimos una escalera.  La expectativa se genera con habilidad, la cámara  gira y desembocamos en el protagonista al tiempo que la pieza se convierte en blues (See See Rider); un Elvis que figura como Carlos Gutiérrez.  La cinta de Bo fue galardonada en el Festival de Cine de San Sebastián y sobresale por su estética sobria y de buena calidad.  

La película cuenta la vida de Carlos ­–interpretado por John McInerny–,­­ un hombre que está a punto de cumplir 42 años. Una parte de su vida se desenvuelve entre el escaso contacto con su hija y su labor como obrero; por la otra, imita a Elvis Presley.  La imitación es, en realidad, su alter ego. No personifica a Elvis: lo encarna. Su vida es tan azorada como la de su ídolo en sus últimos días, paradójicamente coincidente; su excentricidad es tan escalofriante como enternecedora. No se desprende del traje, lo apropia y lo convierte en su piel. Sin más, es Elvis –el de Memphis–  como él dice.

Cavilar una aproximación con Tony Manero (2008) de Pablo Larraín no es osado si  pensamos en ambas cintas como muestras del modelo cultural estadounidense implantado en países latinoamericanos. La obsesión por una figura norteamericana es sintomática y alarmante: Carlos Gutiérrez aprehende otra identidad porque la suya no le satisface, rechazando así todo paralelismo con su otra vida –la de padre y esposo–; de ahí su ríspido contacto. Con un diseño de producción portentoso, Bo nos muestra un personaje quijotesco que encanta a pesar de su melancólico semblante que, sin embargo, no cae en sentimentalismos.  McInerny, que en la realidad es un imitador de Elvis, logra una actuación exquisita y honesta, resaltando las secuencias musicales donde se acompasa con excelentes movimientos de cámara que exponen el compromiso estilístico del director.

Con esta entrega, el cineasta apuesta por una historia intimista sobre un hombre que encontró el sentido de su existencia a través de la vida de otro. El espectador se descubre frente a un filme de gran manufactura que exhibe de forma sincrónica la locura en el desasosiego de la identidad y la redención en un destino ineludible y apacible.   El último Elvis es una empresa excelentemente bien lograda, apremiante tanto en forma como en contenido.


[17  de abril de 2014]

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