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Candy Chang, I Wish This Was (2010). Cortesía de la artista
Candy Chang, I Wish This Was (2010). Cortesía de la artista
Candy Chang (en colaboración con Dan parham), Neighborland (2010). Cortesía de la artista
Candy Chang (en colaboración con Dan parham), Neighborland (2010). Cortesía de la artista
Recetas Urbanas. Taller de Autoconstrucción Tretzevents. (2003). Cortesía del colectivo
Recetas Urbanas. Taller de Autoconstrucción Tretzevents. (2003). Cortesía del colectivo
Recetas Urbanas. Taller de Autoconstrucción Tretzevents. (2003). Cortesía del colectivo
Recetas Urbanas. Taller de Autoconstrucción Tretzevents. (2003). Cortesía del colectivo
Recetas Urbanas, Colegio San Isidoro, Sevilla. (2013). Cortesía del colectivo
Recetas Urbanas, Colegio San Isidoro, Sevilla. (2013). Cortesía del colectivo
Recetas Urbananas, Oficina de asesoría gratuita sobre viviendas alegales en azoteas. (2008). Cortesía del archivo

Opinión: Diseño colaborativo, ¿para qué?

08.07.2014

Hablar de “diseño colaborativo”, término vago e impreciso, es un riesgo. Puede comprender legítimos procesos de diseño desjerarquizados o prácticas sin rumbo; puede promover la participación comunitaria en la configuración de las ciudades o convertirse en un fetiche de la horizontalidad —y distender, así, los mecanismos que hacen posible la realización de proyectos: limitarse a trazar acciones inofensivas o, peor aún, reactivas. El término es tan ambiguo que oscila entre polos opuestos.

Sin embargo, algunas preguntas son útiles para mantener el tono «colaborativo» con la fuerza política suficiente para crear ciudades más amplias: ¿a quién pertenece la urbe?, ¿bajo qué principios se transforma?, ¿hacia dónde camina? e, incluso, ¿qué procesos deben regularse y cuáles dejarse a su libre cauce? Este último cuestionamiento ayuda a las prácticas colaborativas a desmarcarse de los corsés del urbanismo, principal responsable del espíritu vertical, autoral y autoritario, de las ciudades del siglo XX, y de su sonado fracaso, por consecuencia.

Acaso no hay mejor punto de partida que España para repasar las prácticas colaborativas. Culturalmente cercano, el país europeo funciona como un espejo para nuestro territorio: su crisis económica ha generado varias de las respuestas más originales y políticamente complejas a la pregunta urbana. El 15-M —que originó, como cualquier ocupación pública, sucesos arquitectónicos—, el movimiento okupa —de raíces anarquistas y, por lo tanto, de largo aliento en el país ibérico— y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (Stop Desahucios) desencadenada por la burbuja inmobiliaria, por mencionar algunos, decantaron en colectivos como Recetas Urbanas, liderado por Santiago Cirugeda.

 

Cuerpo-Cirugeda

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A través de sus “estrategias subversivas de ocupación urbana” o sus “arquitecturas colaborativas”, Cirugeda establece programas tan rigurosos como osados para proyectos de vivienda, educativos o artísticos (como sus “prótesis” a edificios ya construidos), que aprovechan las lagunas normativas y administrativas de la ciudad para deambular entre el límite que divide lo legal de lo ilegal. Así, sus proyectos no requieren de una participación armónica, sino de un enfrentamiento ideológico, una tensión crítica.

Arturo Ortiz Struck y su Taller Territorial son un caso parecido. La ciudad de México, que supera demarcaciones políticas e intentos de reordenamiento urbano, exige intervenciones multisectoriales o cortes estratégicos. Con Interés Social (2008) —8 intervenciones en espacios públicos de zonas de interés social del área metropolitana— Taller Territorial buscó reforzar las dinámicas formales e informales de comunidades frágiles, así como construir significados en parajes de historicidad vacía y un “sentido de ciudadanía” allí donde parece más estéril.

Después de realizar una investigación de campo donde se entrecruzaban datos demográficos, económicos e inmobiliarios, Ortiz Struck diseñaba una estrategia de intervención urbana para “generar una interrupción a lo cotidiano, de forma que los vecinos logr[aran] crear cuestionamientos de sus condiciones de vida y particip[aran] en el espacio público de forma comunitaria”. Así, se creaban apropiaciones subjetivas y modelos efectivos de construcción simbólica.

De esta manera, existían dos procesos de trabajo correlativos: el de las formas alternativas de construcción y habitabilidad urbanas, y el del cuestionamiento de modelo de vivienda imperante. Ambos son resultado de uno de los aspectos más visibles del capitalismo contemporáneo (otros igualmente efectivos funcionan en las sombras): el de las especulaciones inmobiliaria y urbana. Estos casos ya no son exclusivos del Tercer Mundo (aunque en él pervivan los ejemplos más espectaculares: la Torre de David en Caracas o la ocupación Zumbi Dos Palmares en Río de Janeiro, por mencionar dos casos). “¿Qué hay de participativo en esta lucha?” es una pregunta que sobra, ya que sin un involucramiento comunitario, la problemática no podría plantearse. El principal acierto de proyectos como Recetas Urbanas y Taller Territorial son sus estrategias de subjetivación que permiten evidenciar y politizar a los agentes implicados.

No obstante lo anterior, la responsabilidad del diseño sigue estando en entredicho. Si bien Cirugeda y Ortiz Struck provienen de la arquitectura y sus proyectos están atravesados por nociones de esta disciplina, su ánimo crítico surgió en otra parte. No es casualidad que conceptos como colaboración, participación u horizontalidad, derivados del significante democrático, sean sistemáticamente cuestionados por el pensamiento contemporáneo, y que en cambio la idea de diseño se mantenga incólume. ¿Será que el diseño es aún inofensivo, mero consorte de la orientación de cada proyecto y, por ello, no requiere siquiera de un cuestionamiento radical?

Un caso como el de Candy Chang ayuda a releer los alcances desde el perfil gráfico del diseño. Sus pizarrones comunitarios, I Wish ThisWas (2010) o Neighborland (2011), parten de nociones de diseño e igualmente involucran a una comunidad. Sin embargo, sus alcances son limitados: estrategias biempensantes que se travisten de colectividad. Ambos trabajos advierten una latencia de participación en una comunidad a la que le brindan herramientas gráficas para expresarse. De esta forma las opiniones son expuestas y la participación extinta. Un mecanismo semejante al de las redes sociales: permiten una inclusividad potencialmente ilimitada, una libre expresión aparentemente democrática, que sin embargo se ahoga en su propio relato. El resultado: no hay toma de decisiones ni modificaciones sociales; en muchos casos ni siquiera hay polémica.

Guillermo-Ravenswood

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si la ciudad es al mismo tiempo el punto de partida y la utopía, ¿qué relaciones deben concebirse para articular su camino? Si el siglo XX desdeñó los procesos participativos en beneficio de la figura del autor (que pretendía controlar tanto las construcciones como los flujos urbanos), ¿despreciaremos cualquier enseñanza de la tradición urbanística o de diseño? Propongamos radicalizar su tensión en la intemperie política, complejizar sus entrecruzamientos. Es preferible realizar un proyecto experto que promueva la movilidad incluyente a uno hiper-participativo que no recoja más que buenos deseos.

Por otra parte, es más deseable el nervio popular de una ocupación pública o la interrupción de la circulación automovilística que la subordinación del arquitecto-estrella a los desvaríos del capital. Los marcos estratégicos de convivencia pueden regularse pero también deben liberarse los flujos de deseo urbano más allá de su diseño. Las estrategias deben adaptarse a las necesidades del momento, bajo un horizonte de sentido común: el de la justicia urbana, para decirlo en los términos de teóricos como Edward Soja o David Harvey.

Una declaración de este último, recogida de Ciudades rebeldes (2013) puede utilizarse de colofón:

 la idea de jerarquía es anatema en la actualidad para muchos sectores de la izquierda anticapitalista. Con demasiada frecuencia el fetichismo de una forma organizativa (la pura horizontalidad, digamos) dificulta la posibilidad de explorar soluciones apropiadas y eficaces. Para dejarlo claro, no estoy diciendo que la horizontalidad sea mala —de hecho, creo que es un objetivo excelente—, sino que deberíamos reconocer sus límites como principio organizativo cardinal y estar preparados para trascenderlo cuando sea necesario.

 En otras palabras: es urgente una repolitización de los presupuestos de los movimientos metropolitanos. Derecho a la ciudad, ¿para quién?; planeación urbana, ¿hasta dónde?; diseño colaborativo, ¿para qué?


Guillermo García Pérez es coeditor de La Tempestad y Folio, así como miembro del proyecto Ave-Nada. Ha colaborado en distintos medios impresos. Recientemente publicó «La dictadura del sincronismo» en Icónica.


[8 de julio de 2014]

 

 

 


[8 de julio de 2014]

 

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