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Eclectic Electric Collective en colaboración con colectivo En medio, Guijarro infalible (2012), en Barcelona. ©Oriana Eliçabe. Cortesía de Museo Victoria and Albert
Book Bloc Shield. Objetos desobedientes, en Museo Victoria and Albert (2014)
Bucket Pamphlet Bomb. Objetos desobedientes, en Museo Victoria and Albert (2014)
Bike Bloc. Objetos desobedientes, en Museo Victoria and Albert (2014)
Edgardo Buscaglia, Vacíos de poder en México (2014)

Opinión: Menos arte, más política

19.11.2014

Abel Cervantes

El pasado 3 de noviembre de 2014 Denise Dresser publicó en Reforma la columna “Sujetos desobedientes” donde, a propósito de la exposición Objetos desobedientes que se presenta en el Museo Victoria and Albert de Londres, propone “hacer que una tragedia personal de 43 familias se convierta en un movimiento colectivo”, haciendo uso “del arte y la creatividad y la imaginación” para crear una protesta “que vaya más allá de las calles y los zócalos”, “para demandar que toda la información de Ayotzinapa sea pública y confiable”, para exigir lo imposible.

Sobra decirlo: México vive un momento convulso. Uno de los peores de los años recientes. No obstante, la tragedia de Ayotzinapa ha servido para que muchos sectores sociales (entre los que destaca el de los estudiantes) despierte de su letargo. A pesar de que las marchas hacia el Zócalo de la ciudad de México demuestran vitalidad también exhiben poca inteligencia. Si un movimiento social intenta ser efectivo debe ser imprevisible e ingenioso, sin limitarse a las consignas rutinarias.

La propuesta de Dresser es sólo la punta del iceberg. Comunicólogos, periodistas y líderes de todo tipo opinan alrededor del tema sin asumir ningún compromiso. ¿Cuántos de ellos dan a conocer su apoyo a las marchas desde sus páginas de Facebook?, ¿cuántos presumen sus fotos en las manifestaciones como si hubieran asistido a un evento social?, ¿cuántos mencionan, como Dresser, que “la protesta es hermosa porque abre las puertas del espacio y del tiempo, permitiendo que lo inimaginable florezca”?

Se cree que la protesta es un gesto espontáneo de rebeldía para los espíritus jóvenes. Y a veces se la mira de soslayo, como si se tratara de un aspaviento inmaduro y romántico que ya tomará su cauce hasta desvanecerse. La noticia, aquí, es que las manifestaciones sociales en otros países han dado resultados concretos porque no piden lo imposible, sino lo oportuno. Y éstas no han sido necesariamente respaldadas por el arte. Como menciona Jacques Rancière en El espectador emancipado: “todavía nos gusta creer que la representación en resina de tal o cual ídolo publicitario [o político] nos alzará contra el imperio mediático del espectáculo o que una serie fotográfica sobre la representación de los colonizados por el colonizador nos ayudará a desbaratar, hoy, las trampas de la representación dominante de las identidades”.

El arte es un arma poderosa para cimbrar las certezas de los espectadores, que posteriormente cambiarán su posición frente al mundo. Pero de ninguna manera tiene la obligación de sustituir las ideas políticas para transformar nuestro presente. Por su parte, “la política comienza cuando hay ruptura en la distribución de los espacios y de las competencias —e incompetencias. Comienza cuando seres destinados a habitar en el espacio invisible del trabajo, que no deja tiempo de hacer otra cosa, se toman el tiempo que no tienen para declararse copartícipes de un mundo común, para hacer ver en él lo que no se veía, u oír como palabra que discute acerca de lo común aquello que sólo era oído como ruido de los cuerpos”, otra vez Rancière, retomando a Platón.

La sociedad mexicana necesita articular una estrategia astuta que eluda las previsiones del gobierno. ¿De dónde deben provenir estas ideas? De los sectores de los que deberíamos esperar más lucidez: académicos, investigadores, intelectuales…, nombres que, salvo alguna excepción como el de Edgardo Buscaglia, han permanecido ocultos.

Las demandas deben ser sensatas (un movimiento que exige la renuncia del presidente, por ejemplo, está destinado a fracasar: eso nunca sucederá) y tangibles para que ofrezcan resultados inmediatos, pero también a largo plazo. Pintar los rostros de los 43 normalistas secuestrados (que no desaparecidos) u organizar actividades creativas alrededor de ellos es un acto bondadoso pero de ninguna manera relevante. Requerimos de más propuestas y compromisos que publicaciones en redes sociales. Más actividad en el espacio público con miras a virar el rumbo. Más participación política y menos arte.


Abel Cervantes es comunicólogo. Director editorial de Código, colabora en La Tempestad e Icónica. Participó en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo. Ficción (2012) y Documental (2014).


[19 de noviembre de 2014]

 

Abel Cervantes

Comunicólogo. Fue editor de las revistas La Tempestad, Código e Icónica. Colaboró en los libros Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo: Ficción (2012) y Documental (2014) con un ensayo sobre Carlos Reygadas y otro sobre Juan Carlos Rulfo, respectivamente. Ha colaborado en distintas publicaciones relacionadas con arte, cultura y cine. Es profesor de ciencias del lenguaje, periodismo y cine en la UNAM.

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