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Daniel Aguilar Ruvalcaba durante su participación en la mesa «Revoluciones Estéticas: Las Vanguardias» durante el Segundo Encuentro Libertad por el Saber. Tiempos de Revoluciones en el Colegio Nacional. Imagen tomada de la cuenta de Twitter @carmenharumiv

La imposibilidad de matar al padre

Columna 20.12.2017

Daniel Montero

La controversia entre El Colegio Nacional y Biquini Wax le permite a Daniel Montero reflexionar sobre la relación entre el arte emergente y la institución.

«Se abrió una puerta y ahora ellos la están cerrando y se quejan de que así sea. Es como el niño que mata a sus padres y se queja luego de que es huérfano». Con esa desafortunada analogía Juan Villoro, miembro del Colegio Nacional, explicó el que el colectivo Biquini Wax no quisiera volver a montar la exposición Libertad por el sabor, luego de que sus obras fueran retiradas de las instalaciones un día después de la inauguración de la muestra, el 22 de octubre del presente año. Dicha cancelación no deja de ser menor, pues permite ver ciertos límites del arte contemporáneo en relación a su propia condición institucional que demuestran, por mucho, que la especialización del arte local, así como los supuestos y los diálogos a los que quiere responder, no considera otras variables ante las que se enfrenta cuando se presenta una situación que implica otra lógica. Es más, me atrevería a decir que muchas de las operaciones críticas que podrían funcionar por fuera de los espacios tradicionalmente institucionales del arte no terminan de ocurrir, a menos de que se les inserte en otras dinámicas sociales. Y si ocurren se cancelan, por los motivos que sean. Además, esta situación permite preguntarse, de nuevo, por la relación entre el espacio, los objetos y su definición mutua, siempre en una relación social.

Biquini Wax

Performance de clausura por Biquini Wax en «Revoluciones Estéticas: Las Vanguardias» durante el Segundo Encuentro Libertad por el Saber. Tiempos de Revoluciones en el Colegio Nacional. Imagen tomada de la cuenta de Twitter @carmenharumiv

Así como se ha presentado, la situación genera más preguntas que respuestas por la ambigüedad de las declaraciones de cada parte. Según lo reporta Edgar Hernández, del periódico Excélsior, Villoro invitó a Daniel Aguilar Ruvalcaba a participar en una charla en el Colegio Nacional para la mesa de diálogo «Revoluciones estéticas: las vanguardias», pero al planear su participación surgió también la idea de realizar una exposición que permaneciera un mes en el interior del recinto. Sin embargo, las obras fueron desmontadas un día después de la inauguración —y se dijo que fue el personal de limpieza quien recogió todo por error, creyendo que eran restos de un evento que ya había ocurrido. Ahí es donde comienza todo el asunto, pues no queda claro quién dio la orden de retirar las obras (dañando algunas, según lo reportan los artistas) y cuáles fueron los motivos precisos del desmontaje. De hecho, uno de los asuntos más complejos es que se acusa de censura al Colegio Nacional, una institución cuyo lema es «Libertad por el Saber».

Se sabe que muchas de las obras que se exponían usaban y tergiversaban los símbolos patrios y que operaban con cierta crítica a la situación actual que vive el país. Se sabe además que eso está prohibido por ley, asunto que no ha detenido históricamente a los artistas a hacer uso de los símbolos para realizar sus obras. Basta recordar la obra Ho! santa bandera de Nahum Zenil de 1996, que a su vez cita la obra del mismo título del artista Enrique Guzmán de 1977 —quien también modifica el símbolo nacional. Por ejemplo, y como lo anota el mismo texto de Hernández, uno de los trabajos más polémicos que se expuso en Libertad por el sabor fue «Raza antigua de pies descalzos y sueños blancos, de Juan Caloca, la cual tomaba algunos elementos del Escudo Nacional, impresos en un tapete blanco colocado a la entrada del recinto para que los visitantes limpiaran su calzado. La obra se complementaba con un performance en la que tres personas vomitaban los colores de la bandera».i Sin embargo, la cancelación de la exposición, más allá de si fue un malentendido o no, demuestra la manera en que algunos artistas comprenden la práctica del arte en el presente; cómo funciona la institución del arte contemporáneo en relación a otras instituciones; y cómo las obras expuestas dicen más del espacio que la misión institucional del lugar, e incluso del desconocimiento general por parte de unos y de otros sobre el funcionamiento de otras instancias y espacios.

Biquini Wax

Exposición Libertad por el sabor en El Colegio Nacional. Imagen tomada de lanoticiaenconcreto.com.mx

Al respecto del primer punto, se puede ver que los artistas no sabían en lo que se estaba metiendo al realizar una exposición de esas características en un lugar de esa naturaleza, completamente normado, con todos los supuestos que eso implica. La elasticidad que tienen ciertos lugares, como los museos de arte contemporáneo, para aceptar propuestas que jueguen con problemas de representación —como por ejemplo la forma en que se ha enunciado la nación y cómo eso sigue afectando dinámicas sociales—, no la comparten otros lugares. Es más, habría que ver hasta dónde llega la elasticidad de esos museos, pero eso ya es otro tema. Como si no supieran ya desde la misma historia del arte que la tolerancia de las prácticas es relativa en relación a los espacios (el espacio siempre «es» en relación a una ideología), los artistas involucrados no hicieron la tarea de hacer un análisis del sitio, para pensar en su especificidad. Se arrojaron con sus propuestas sin pensar que el arte tiene efectos institucionales visibles que incluso trascienden el espacio localizado. Sin embargo, la demostración de que la exposición tuvo un efecto es su cancelación, y es ahí donde los artistas pueden preguntarse, de manera consciente y autocrítica, en qué consiste su práctica.

Biquini Wax

Obra desmontada de la exposición Libertad por el sabor en El Colegio Nacional. Imagen tomada de elheraldoslp.com.mx

Por otro lado, el papel de Villoro en todo el asunto es absolutamente ingenuo y de una irresponsabilidad abrumadora que demuestra que no entiende, por un lado, las maneras de enunciación de las obras de arte contemporáneo, y por otro, cómo es que esas enunciaciones recíprocamente alteran y se ven alteradas por los espacios. Decir «Yo invité a Biquini Wax, concretamente a Daniel Aguilar Ruvalcaba, a participar en la mesa “Revoluciones estéticas: Las vanguardias”, que cerraba el coloquio Libertad por el saber. Tiempos de revoluciones. Luego les dije, “por qué no hacemos un performance para cerrar con broche de oro, hacer algo distinto, innovador y transgresor”. Hasta ahí llegó mi participación», es en principio desconocer la práctica de esos artistas y lo que podrían llegar a hacer ahí. Es pensar que hacer eso que él llama algo «distinto, innovador y transgresor» no va a tener efectos. Precisamente porque tiene efectos es transgresor. Es el gesto de vanguardia por excelencia que, supongo, conoce Villoro. Y, por último, decir que «yo no sabía lo que Daniel iba a decir en la mesa, no le pregunté y me pareció estupendo y creativo. Tampoco les preguntamos sobre sus piezas a los artistas. En general, creo que todo el esfuerzo fue para abrir una puerta a ideas diferentes. Y sí, se cometió un error, pero fue sin que nadie lo autorizara», es decir que el Colegio Nacional no sabe, al menos administrativamente, lo que significa «abrir una puerta». ¿Cómo es posible que la misma exposición no esté registrada en la administración del Colegio y no se informe a las personas de intendencia que no se pueden mover las cosas de lugar?

Por último, no dar seguimiento al asunto de la relación entre los lugares de enunciación, las prácticas artísticas y la circulación de los sentidos en ámbitos socioculturales puntuales, es cancelar a su vez la posibilidad de la crítica y dejarlo todo en un mero anecdotario —o lo que es peor, en un chisme. La actualización de la crítica de arte está, precisamente, en ver cómo se comporta el arte en el presente en las relaciones complejas que se plantean entre la producción, la circulación y los usos de las prácticas, sin dejar de lado un horizonte institucional. Así las cosas. Que esta situación permita preguntar, al menos desde la singularidad del caso, cómo opera y qué significa la censura en el arte mexicano, si es que la hubo, qué tipo de instituciones tenemos, qué tipo de prácticas existen y en qué espacios. En definitiva, cuál es y cómo se comporta el arte del presente.

 

i Edgar Hernández, «El Colegio Nacional se opuso a realizar actos que ultrajaran símbolos patrios», Excélsior. Disponible en línea.

 

Daniel Montero

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro El Cubo de Rubik: arte mexicano en los años 90.

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