Cn
ZONAMACO México Arte Contemporáneo 2017. Fotografía de Mauricio Aguilar. Cortesía ZONAMACO.

Continuo/Discontinuo. Las ferias de arte

Columna 14.02.2018

Daniel Montero

Daniel Montero reflexiona sobre los tipos de experiencia que es posible reconocer en las ferias de arte, especialmente en las de Ciudad de México.

Al caminar por las ferias de arte que ocurren cada año en la Ciudad de México (primero Zona MACO desde hace 15 años; luego Salón ACME hace 6, Material Art Fair hace 5 y Feria Arte 10 este año) siempre me pregunto cuál es la experiencia del arte que se tiene allí, a sabiendas de que lo que está siendo exhibido se puede comprar, en el raro caso de que se tengan los recursos para ello. Hay gente que se entusiasma con algunas piezas y les (se) toma fotos; otros conocen la trayectoria de ciertos artistas y se fijan puntualmente en aquellas obras que pueden reconocer por algún motivo. Otros, ya sea solos o acompañados por grupos de amigos o familiares, encuentran en las ferias un lugar de socialización y de colectividad más allá de lo que se exhibe. Los menos, coleccionistas locales y extranjeros, van a ver qué pueden comprar. Incluso —y de manera importante para el arte local—, las ferias de la Ciudad de México se han convertido en un espacio que atrae a personalidades del mundo del arte de diferentes partes del planeta, quienes las visitan para ver qué es lo que está sucediendo aquí, haciendo patente la experiencia de la globalización. «Mexico is hot», como le comentó un visitante a una amiga que atendía un stand en Material Art Fair.

Ferias de arte

ZONAMACO México Arte Contemporáneo 2017. Fotografía de Mauricio Aguilar. Cortesía ZONAMACO.

Sin embargo, muchos coinciden en que las ferias de arte no son el mejor lugar para ver arte —y tienen razón. Las ferias de arte no son lugares para ver arte en un sentido estricto (ese ver que produce una experiencia singular y que pone en relación a un objeto con un sujeto), sino que más bien lo que se produce es una experiencia continua-discontinua que muchas veces es frustrante y otras gratificante, dependiendo de lo que se busque allí.

Por un lado se trata de una experiencia continua provocada por la cercanía de cada una de las piezas que se exhiben entre uno y otro stand, separados por pasillos. Esto provoca que muchas veces sea difícil fijar la vista en las particularidades tanto de las galerías como de las obras que venden allí. En ciertos momentos todo adquiere el mismo estatuto y es difícil poder imaginar qué hace que una pieza sea más relevante que otra. Así, muchas veces el ejercicio de la crítica se dispersa hacia todas las obras e incluso a todo el evento, y no es difícil escuchar la afirmación de que la gran mayoría de lo que se exhibe es malo, o que carece de propiedades artísticas. Hay, también, un momento de continuidad en el pasaje de una feria a otra, pues es probable que uno encuentre a las misma personas —e incluso a las mismas galerías— en los diferentes recintos. Este año la situación se hizo especialmente evidente por la cercanía entre Salón ACME y Material Art Fair.

La experiencia discontinua, por otro lado, se produce cuando uno intenta fijar la mirada en una pieza en particular y se da cuenta de que ésta es parte de un proyecto más grande, o que se trata de un «momento» en una investigación en proceso. Lo que se encuentra en las ferias son muchas veces fragmentos, cosas que funcionan en contextos particulares o que se hicieron para estar acompañadas de otras. Lo que se compra es —y tal vez por eso algunos coleccionistas siguen comprando a ciertos artistas y regresando a las mismas galerías— un objeto que posiblemente parta de una serie de ensayos, pruebas y preguntas, y que probablemente tenga consecuencias más adelante en otro proyecto y en otras piezas. O incluso, en dado caso de que la pieza sea de carácter único, se sabe que lo que se obtiene allí forma parte de una narrativa un tanto más extensa. Por eso los galeristas en las ferias siempre hablan con los clientes: a falta de texto de sala (hay pocos que se detendrían a leer algo en una feria), tienen que hacer ver que el artista es consecuente, al menos con cierta práctica. La relación de continuidad-discontinuidad vuelve a aparecer.

Ferias de arte

ZONAMACO México Arte Contemporáneo 2017 (detalle). Fotografía de Mauricio Aguilar. Cortesía ZONAMACO.

Ahora bien; las ferias de arte no son, evidentemente, museos, por lo que no producen la misma experiencia. Pero tampoco son los espacios regulares de exhibición de las galerías. En el recinto museal, las obras que se exhiben han sido retiradas de circulación para comenzar a hacer parte de un acervo —y han perdido por lo tanto su carácter de mercancía—; o bien están cargadas de la singularidad exhibitiva que da el cubo blanco. La feria, en cambio, produce una experiencia ambigua, pues los stands no son solo displays de tiendas, ni son el espacio de la sede principal de la galería (que muchas veces copia el modelo de exhibición del museo), pero intentan mostrar la singularidad de sus objetos en espacios más o menos reducidos —casi siempre en mini exhibiciones colectivas.

Es precisamente esa ambigüedad la que hace que uno se detenga más o menos en ciertos espacios y en algunas obras más que en otras. Y es la misma dinámica social de lo que ocurre allí, lo que hace que la feria sea más bien un espacio de flujo de personas, objetos, experiencias, dinero. Así, el espacio de la feria ha de ser entendido como un espacio de flujo continuo-discontinuo que no se puede fijar de una vez por todas. La feria de arte es el epítome de la globalización porque, más que en las bienales, todo el mundo del mainstream del arte local se pone a trabajar alrededor del evento, considerando que están circulando personas del campo artístico de todo el mundo. Es claro que la feria no es sólo para coleccionistas; es la puesta en juego por el poder simbólico de muchos agentes. Este año el flujo fue particularmente intenso, propiciado, al menos, por la simultaneidad de esos cuatro espacios diferentes, sin contar con los múltiples eventos que organizan museos, las mismas galerías en sus locales regulares, las exhibiciones coyunturales en espacios rentados para la ocasión y, obvio, los espacios independientes. No es que sea la experiencia de la feria y de esos múltiples eventos sea la experiencia de la globalización; somos nosotros los que provocamos esa experiencia globalizada y permitimos que suceda en nosotros. Una experiencia continua-discontinua.

Daniel Montero

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro El Cubo de Rubik: arte mexicano en los años 90.

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.