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Still de Thelma, 2017. Cortesía de Thelma Film.

La maldición de Thelma, una vuelta a la bruja

Reseña 23.03.2018

Javier Villaseñor V.

La más reciente obra fílmica de Joachim Trier muestra una métafora sobre la naturaleza humana dentro del género del thriller.

Debería escribir una reseña sobre un filme. Pero antes de pensar en cómo reseñar el filme, investigo lo que se ha dicho en torno a la obra —para poder hablar de manera sincera, sin abundar en lugares comunes. Debería reseñar Thelma, de Joachim Trier (Noruega, 2017). Pero para poder hablar sobre Thelma, debo hablar de aquello que ha ocurrido —en la crítica— en torno a Thelma, es decir lo que ha despertado y, sobre todo, lo que ha puesto en evidencia. No cuesta más que realizar una búsqueda, superficial, incluso, en el buscador de preferencia. Los primeros resultados serán esclarecedores —fiel reflejo de las opiniones que se hacen escuchar—: «Thelma, un filme lésbico de superpoderes», «Thelma, un thriller erótico», «Thelma, drama lésbico telequinético…», etc., etc., etc. Y es que uno no podría evitar pensar que la clase de personas que emiten esta clase de opiniones son, por ejemplo, los mismos que se sienten incitados o provocados en un museo al contemplar un desnudo. El punto de todo esto: hipersexualizamos, volvemos central un tema que, para la trama, es un mero catalizador, un mecanismo narrativo que sirve para poner en evidencia —y hacernos reflexionar— algo mayor y fundamentalmente humano: las emociones y su capacidad para transformar nuestro entorno. Me pregunto entonces, ¿los comentarios habrían sido de la misma naturaleza si el filme retratase el creciente deseo en una relación heterosexual? Me temo que no. De hecho, de haber sido así, me atrevo a decir que ni siquiera se le tildaría de erótico. Esto pone en evidencia que, lamentablemente, nuestras sociedades aún no están preparadas para contemplar un filme que muestra relaciones no heteronormadas con la naturalidad debida.

Still de Thelma, 2017. Cortesía de Thelma Film.

Dicho lo anterior, procedo. Thelma (traída maravillosamente a México como La Maldición de Thelma) es el tercer filme del realizador noruego-danés Joachim Trier, después de Más fuerte que las bombas (2014),  película con la que el nombre del director comenzó a sonar en los círculos internacionales. Thelma toma de su predecesora una primicia base: hablar de situaciones cotidianas llevadas a su extremo, desbordadas; situaciones que muestran cómo, en la bruma del día a día, las cosas pueden girar estrepitosamente y tomar cauces dramáticos inesperados. El filme parte de ahí: una joven que comienza a estudiar biología en la universidad de Oslo. Una chica tímida y retraída, cuyo pesar es no tener amigos con quienes compartir aquellos que deberían ser los años más felices de su vida. Todo fluye con aparente normalidad hasta que Thelma se ve afectada por algo que, en un primer momento, parece un ataque epiléptico —y la idea del ataque es fundamental; ha sido analizada de manera profusa a lo largo de la historia, lectura que se intuye a lo largo de la película. Me detengo un instante en ello: «ataque» implica, forzosamente, la incidencia de un tercero: quien es atacado o quien sufre un ataque es por una causa ajena a su persona —al menos en un nivel consciente del Yo—, algo que se explica, también, con el término en inglés: seizureto be seized, es decir, ser tomado, posesionado. Por extensión, quien sufre de un ataque, sufre de una posesión, una otredad que toma control —físico y/o mental— del cuerpo. Es así que se extiende la concepción de los ataques a la presencia de una entidad ajena no física que se manifiesta en los cuerpos —volteamos inmediatamente a la figura de la bruja y la etiqueta que ha perseguido a estas mujeres a lo largo de la historia. Es indudable que la figura de Thelma bebe de la concepción arquetípica de la bruja: ella parte de un contexto cristiano ortodoxo —así, lo que le ocurre podría leerse (de cierta forma) como su mente, su psique, intentando escapar o romper los moldes y las estructuras que le han sido impuestas. Y esto sucede a través de simbolismos, alegorías: una serpiente (claro guiño bíblico al pecado) que poco a poco se acerca a ella, conforme su deseo crece, hasta llegar al punto de ahogarla, en un instante en el que su cuerpo experimenta placer orgásmico —¿y no era la mujer, acaso, tachada de bruja por, precisamente, disfrutar de su sexualidad?—; o una parvada de pájaros, un murmullo de estorninos que danza fatídicamente sobre el cielo, apuntando a la influencia que la bruja era capaz de ejercer sobre el medio natural y cómo ésta estaba inherentemente vinculada a la naturaleza.

Still de Thelma, 2017. Cortesía de Thelma Film.

Esta lectura nos puede llevar por otro camino: somos responsables de nuestras acciones y, por lo tanto, de nuestras emociones. Todo acto que realizamos deja una marca, una huella en el mundo —podemos referir a teorías como la del efecto mariposa, ya explorada en el filme homónimo del 2004, donde cambiar una acción, un simple gesto, desencadena toda una serie de devenires— y, por lo tanto, las emociones existen de forma física, pues se manifiestan en nuestro cuerpo, median la manera en la que nos relacionamos con los demás y, por lo tanto, son nuestro primer idioma de lectura del mundo. Quizá el filme busca preguntarnos, ¿qué ocurriría si las emociones pudiesen manifestarse de manera física? Si su influencia fuese suficientemente visible como para hacernos conscientes de la preponderancia que tienen en nuestras vidas, de cómo transforman nuestra experiencia cotidiana, cómo fungen como bloques constructivos de la persona que somos… En un punto del filme, el rígido padre de Thelma le dice «Tienes esa capacidad. Si deseas algo con suficiente fuerza, haces que ocurra». ¿No es eso, acaso, una aspiración humana?, ¿desear algo con la fuerza suficiente como para hacer que ocurra?

Still de Thelma, 2017. Cortesía de Thelma Film.

El gran acierto de Trier es conjuntar géneros para montar una enorme metáfora sobre la naturaleza humana: sexualidad, deseo, crecimiento (coming-of-age), emociones, relaciones, memorias. Se propone conformar un thriller que, en efecto, logra mantenernos expectantes; se propone hablar sobre capacidades sobre-humanas,[i] pero sin llegar a lo inverosímil de la figura del mutante;[ii] habla del descubrimiento (florecimiento) sexual de una adolescente sin caer en lugares comunes del erotismo juvenil —de hecho, me parece que otro gran acierto del realizador es haber logrado retratar la sutileza de un enamoramiento,[iii] la electricidad creciente entre dos personas. Y lo envuelve todo, lo hila, con el mecanismo de un cuento de hadas —un cuento de hadas oscuro, ciertamente— donde la experiencia humana cotidiana no está distanciada de la magia.

Joachim Trier nos presenta una obra que nos invita a mirar sin (pre)juicios, a observar con la mirada y con la mente en blanco, para dejarnos sorprender por los vuelcos de tuerca que propone, por las sutilezas y gestos que esconde entre la trama. En México, la película llega como parte de la 64 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca, que abre sus puertas el día de hoy (23 de marzo).

 

 

[i] Superpoderes, dirían algunos; me abstengo de usar el término por la tendencia a construirnos ideas falsas sobre el filme.
[ii] De hecho, deja la puerta abierta para indagar que Thelma no es un caso aislado, que existen más como ella, que forman parte de la naturaleza humana.
[iii] Que como todo impulso adolescente, decae en la obsesión.

 

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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